Uno de los temas favoritos de los seudoprogresistas es la supuesta superioridad de la cultura europea sobre la estadounidense. Para corroborar su punto de vista utilizan como elemento de comparación los productos más banales de Hollywood, como si en cambio John Ford o Kubrick fuesen de Pontevedra.
Antes de ayer vi en la tele una película española, a pesar del título inglés, Stranded (Náufragos), dirigida por María Lidón en 2002. Trata de una expedición que se estrella en el planeta Marte y de las tensiones entre unos personajes que intentan sobrevivir en tan inhóspitos parajes. El guión no está mal contruido, pero hacia el final no es capaz de resolver con pericia el viraje fantasioso que toma la historia, y acaba haciendo honor al título: naufragando.
Sin embargo, en alguna de las webs donde se puede encontrar información sobre la película, nos la presentan como "alejada de los tópicos" del cine de ciencia-ficción estadounidense, centrada no en "batallas" y efectos especiales, sino en unos "personajes bastante más cuidados de lo que es común en las producciones americanas". No se lo crean. Los personajes de Stranded, pese a que el guión no carezca de algún mérito, no son menos esquemáticos que los de tantas películas americanas que plantean situaciones muy similares, en las que un grupo reducido debe enfrentarse a una situación límite, con los conflictos internos que ello genera.
¿Por qué entonces ese petulante sentimiento de superioridad? Lo bueno es que las escenas dentro de la nave espacial se rodaron en la misma reproducción utilizada en la película de Clint Eastwood, Space Cowboys, que sin ser una de las obras maestras del director de Sin perdón, le da cien mil vueltas a la película española. De acuerdo que las comparaciones son odiosas e injustas. Pero son los propios creadores y los críticos quienes imprudentemente se empeñan en hacerlas.
Despreciamos a los americanos, pero luego bebemos los vientos por imitarles y que nos conceda un Óscar la Academia. Semos superiores: En ridiculez.