La solución a la actual crisis económica es perfectamente conocida. Hay que reducir impuestos, recortar el gasto público y liberalizar el mercado laboral. Esta política económica, por supuesto, es mucho más que una receta para tiempos de vacas flacas: Es la que debería aplicar todo gobierno que de verdad aspire a incrementar la prosperidad de un país.
Tampoco es necesario decir que se trata de la política exactamente opuesta a la que cabe esperar de un gobierno socialista. No es que la izquierda nunca aplique, parcialmente y disimulando, algunas medidas liberales, pero al hacerlo queda expuesta no sólo a las críticas de los sectores más izquierdistas, sino sobre todo a que unos buenos resultados hagan caer la venda de los ojos de los electores, y que a medio plazo opten por aquellas siglas que francamente abogan por la liberalización. Siempre será preferible el original a una mera imitación.
Lo que ya resulta absurdo es que la propia derecha se limite a constatar obviedades y evite pasar del nivel de las vaguedades, cuando de exponer su política económica se trata. Las declaraciones de los dirigentes del PP en estos días, al menos las que llegan a la opinión pública (no me sirven conferencias del Campus FAES), se limitan a acusar al gobierno de proponer sólo parches y de no adoptar las medidas adecuadas, sin entrar apenas en cuáles se supone que deberían ser esas medidas. Tiene gracia que encima se evite polemizar sobre temas como la eutanasia o el aborto, pretextando que son meras cortinas de humo para no hablar de la economía, como si en este campo aportaran gran cosa.
No se me escapa que si la derecha decidiera abrir seriamente el debate económico, el gobierno y la mayoría de los medios de comunicación pondrían en marcha la campaña de siempre contra el "neoliberalismo", acusando a la derecha de querer aprovecharse de la crisis para desmantelar el Estado del Bienestar. Pero es que alguien tarde o temprano deberá decirle a la gente que el Estado del Bienestar es precisamente lo que nos priva del nivel de vida que podríamos alcanzar si se redujera drásticamente su carga sobre la economía productiva, que es la que realmente genera bienestar. Y que de todos modos, es insostenible a la larga. Como más tarde se diga esto a los ciudadanos, más traumático resultará. Es cierto que la gente, por lo general, prefiere escuchar bellas mentiras que no verdades desagradables -aunque a la larga saludables. Por ello lo más fácil es limitarse a hablar vacuamente de buena gestión y de sentido común, y esperar que sea la crisis económica la que haga el trabajo de la oposición, desgastando lo suficiente al gobierno para vencerlo en las urnas.
Sin embargo, la consecuencia de no dar la batalla ideológica contra el pensamiento hegemónico seudoprogresista, es que el papel de la derecha queda reducido al de solucionar los desaguisados provocados por la izquierda durante los breves paréntesis en los que una ciudadanía cabreada decide castigarla. Paréntesis tras los cuales, puesto que en ningún momento se ha disputado a la izquierda el terreno ideológico, la gente vuelve a votarla, como el drogadicto que recae en su adicción tras cada cura de desintoxicación.
El resultado es que la izquierda progresa, penetra cada vez más en los corazones de hombres y mujeres. La gente no sólo no se resiste al creciente intervencionismo estatal, sino que llega a exigir que el Estado le solucione todos los problemas, es decir, se inmiscuya más en la vida de todos. La izquierda nunca ha dejado de ser revolucionaria, ha aspirado siempre a cambiar las mentes (la realidad es mucho menos asequible) y las palabras de Zapatero en el reciente congreso de su partido, confesando su aspiración de ir "más allá de la alternancia", son un buen ejemplo de ello.
Así que la derecha liberal-conservadora puede seguir conformándose con su papel de asistente de la izquierda, para sacarla de los atolladeros en los que ella misma se mete, o bien contraponer su propia revolución, a fin de intentar disputar el terreno (que como digo, es el de las mentes) a su adversaria. Esperemos que la crisis (me refiero ahora a la del PP) acabe alumbrando esa nueva ambición.