El niño que recibe educación religiosa puede en la edad adulta conservar la fe, o tal vez no. Pero aquel que es educado en principios laicos y positivistas, lo más probable es que se mantenga en ellos toda la vida. El Estado, o sus padres, habrán decidido por él lo que será seguramente para siempre.
La razón es que la mente humana ama lo simple, y es mucho más fácil que desde creencias complejas (como son las de nuestro legado cultural judeocristiano) evolucionemos hacia las ideas esquemáticas de tipo materialista o positivista, que no al revés. La persona que desde pequeño ha mamado que los relatos bíblicos son meras supercherías, difícilmente tomará en consideración el esfuerzo de intentar -tardíamente- conocer y comprender los fundamentos de la religión que ha forjado nuestra civilización.
Para los antirreligiosos, se ahorra con ello una lastimosa pérdida de tiempo. Para quienes somos verdaderamente escépticos -no como muchos que se ufanan de serlo, pero sólo practican el escepticismo en una dirección- lo que se ha ahorrado aquí, en la práctica, es la libertad de elegir de un futuro adulto.
Durante el debate en las Cortes de la II República sobre la Ley de Congregaciones Religiosas, el diputado Antonio Pildain (futuro obispo de Canarias), citó una carta atribuida al socialista Jean Jaurès (aunque no he hallado el original francés), y luego reproducida muchas veces, en la cual se dirigía a su hijo explicándole los motivos por lo cuales, pese a no ser hombre de convicciones religiosas, se negaba a firmarle un justificante que le eximiera de cursar la asignatura de religión. "Sólo son verdaderamente libres de no ser cristianos -decía Jaurès- los que tienen facultad para serlo, pues, en caso contrario, la ignorancia les obliga a la irreligión."
Vale la pena leer la carta entera. Hoy la he descubierto en el blog Nihil Obstat, que lamentablemente echa el cierre después de varios años. Una gran pérdida para la blogosfera catalana.
No quiero, en fin, que mis hijos sean unos ignorantes. Quiero que cuando llegue el momento puedan decidir con conocimiento de causa. Y que sean cuales sean sus creencias, no se sientan huérfanos de referencias ni de raíces, no estén fatalmente desconectados de un pasado que sin la religión resulta incomprensible. Pues si no sabemos de dónde venimos, nos harán ir a donde quieran.