El presidente Obama ha pronunciado un interesante discurso ante una organización del lobby negro. En resumen, les ha venido a decir a los negros que dejen de excusarse en la discriminación y en el gueto. Ellos, cada uno de ellos, tienen su destino en sus manos. Y no le falta nada de razón, pero es curioso que sea él quien diga ahora esto, no porque sea negro, sino porque es el presidente más izquierdista que se recuerda en décadas, y este mensaje individualista es la antítesis de lo que viene predicando la izquierda desde siempre.
Como nos viene contando Alberto Acereda en su blog y en su columna en Libertad Digital, Obama, con el pretexto de la crisis económica, se ha embarcado en el intento más serio desde hace mucho tiempo de implantar en Estados Unidos el modelo socialdemócrata europeo, aunque puede acabar siendo mucho peor. Actualmente, el monto de la deuda contraída por la administración equivale a unos 33.300 dólares por cada ciudadano. Pero no parece que el tope se encuentre ahí, si tenemos en cuenta el plan de sanidad pública que propugna la Casa Blanca, y que devorará en burocracia e ineficacia (valga la redundancia) sumas astronómicas.
Es decir, Obama les dice a los negros que no tienen excusas, que deben salir del círculo vicioso de la dependencia y el victimismo, que el gobierno no es su padre ni su madre; y en cambio, para los blancos, o para el conjunto de la población, despliega otro discurso completamente distinto. A los ciudadanos de Estados Unidos les está intentando vender la moto de que el gobierno debe hacerse cargo de su salud y de su educación (¿por qué no de su alimentación y de su vestido?). Que el gobierno debe intervenir (como si antes no lo hiciera) en el sistema financiero, y además en la industria. Que incluso, el gobierno puede reescribir los principios morales, defendiendo el aborto o la experimentación con embriones humanos.
He aquí posiblemente una de las claves por las cuales Obama ha llegado a ser presidente de los Estados Unidos. Tiene múltiples caras, y un día reivindica la historia americana de la lucha contra el fascismo y el comunismo, y otro le hace reverencias lacayunas a un monarca árabe, o pronuncia un discurso idealizando la ocupación musulmana de la Península Ibérica en la Edad Media. Obama, como Zapatero en España, es de esos políticos que se creen capaces de engañar a todo el mundo, diciendo a cada uno lo que quiere oír.
Y el problema, como siempre, es que no escasean quienes están dispuestos a dejarse engañar. No es algo nuevo que muchos americanos quieren ser como los europeos: Que el gobierno les subvencione, les preste servicios “gratuitos” (pagados con los impuestos), les proporcione un puesto de trabajo, elija por ellos el colegio de sus hijos o su médico de cabecera, les prohíba los alimentos supuestamente perjudiciales, les imponga las precauciones que han de tomar al volante y les impida poseer armas para defenderse. Que les “proteja”, en definitiva, de sí mismos.
Por supuesto, quienes albergan estos deseos, no tienen en cuenta, o simplemente desconocen, que en los indicadores socioeconómicos decisivos Estados Unidos siempre ha estado por delante de Europa: Renta per cápita, población activa, productividad, población con estudios superiores, porcentaje del PIB invertido en investigación, fecundidad, etc. Tampoco tienen en cuenta que Europa se ha podido permitir el lujo de invertir menos en armamento, porque cuando las cosas se ponen feas, ahí están esos tontos cow-boys para ensuciarse las manos. Sencillamente, creen que cediendo en libertad individual y en independencia nacional, se puede vivir mejor y afrontar cualquier amenaza presente o futura. Lo cual, aunque no fuera demostradamente falso, es indigno de un ciudadano digno de ese nombre.