Un abogado leridano ha iniciado una campaña para que en catalán, el símbolo @, en lugar de llamarse “arrova” (pronunciado casi igual que el castellano “arroba”), se denomine “caragol”.
Es habitual presentar este tipo de campañas como iniciativas “divertidas y simpáticas”, cuando en realidad su objetivo consiste claramente en intentar distinguirse siempre al máximo de la cultura española, incluso en los detalles más nimios, para contribuir a la creación de una identidad diferenciada.
Si la campaña triunfa, dentro de unos años, pocos recordarán el origen artificial del nuevo rasgo identitario, sea llamar caragol a la @, regalar libros el día de Sant Jordi o depositar flores en el monumento de Rafael Casanova cada 11 de setiembre. Se habrá convertido ya en un atributo de la idiosincrasia catalana, una expresión profunda del Volkgeist que algún filósofo de la Generalitat a jornada completa interpretará en clave de esencia telúrica.
Y claro, ¿quién puede mostrar recelo ante una campaña tan divertida, simpática y lúdica (sobre todo no olviden lo de “lúdica”)? El nacionalprogresismo (Porta Perales) actúa siempre según el mismo guión. Todo empieza siendo lúdico y festivo, “esto –se nos asegura– no va contra nadie”. No va contra nadie, pero si pones objeciones eres un facha, claro.
El nacionalismo empezó a cimentar su hegemonía social y política de finales del siglo XX con inocentes sardanas los domingos, ya desde tiempos de Franco. A mí me gusta la música de sardana (no el baile, que, siento disentir de mi querido Thomas Mann, me parece una sosería). Por descontado, La Santa Espina me conmueve infinitamente más que Els Segadors. Pero también me gusta el flamenco o el jazz latino, y nada se me antoja más cerrilmente provinciano que un catalán que no sienta como parte de su propia cultura éstas y otras manifestaciones artísticas. Detesto, en fin, a los detentadores de purezas, sean raciales o culturales.
Por cierto, que el mes pasado no me perdí la tradicional caragolada de Lérida. Seré un mal catalán y un botifler, pero donde hay papeo, ahí que me apunto.