Como señala incisivamente Barcepundit, el atentado perpetrado por ETA contra la casa-cuartel de Burgos, sin aviso previo, no encajaría en el supuesto modus operandi de la organización criminal, al menos si nos guiáramos por lo que han pontificado ciertos expertos a la violeta en otras ocasiones.
Pero es que ahora resulta –no os lo perdáis– que ningún manual de yijadismo recomienda a los terroristas suicidas llevar varios calzoncillos superpuestos. Al menos, si debemos creer al periódico del grupo mediático cuya cadena de radio difundió, horas después del 11-M, el bulo del cadáver hallado con varias “capas” de ropa interior, interpretándolo como un indicio clamoroso de atentado islamista.
El artículista de El País, sin el menor asomo de pudor después de realizar esa observación (referida al caso de la explosión de una fábrica química en Francia en 2001, diez días después del 11-S), aún se atreve a hablar de teorías conspiratorias, poniendo en el mismo saco a los críticos con la versión oficial del 11-M y a los majaderos que cuestionan la llegada a la Luna en 1969. En cambio, da por buenas las críticas a la teoría sostenida por el gobierno de Bush en el asunto de las armas de destrucción masiva, que supuestamente almacenaba Sadam Hussein.
Es decir, si el gobierno es de derechas, el escepticismo ante sus explicaciones es un ejemplo de inteligencia y espíritu crítico, pero si es de izquierdas, las discrepancias constituyen un caso evidente de paranoia conspiracionista o amarillismo periodístico. Identificar un cadáver de un obrero de origen tunecino con varios calzoncillos en una explosión en Toulouse, acaso sólo significa que el difunto estaba acomplejado por su escaso paquete. En cambio, no hallar ningún cadáver con estas características en las explosiones de unos trenes en Madrid, automáticamente nos conduce a sospechar que ha sido Al-Qaida.
Es legítimo preguntarse, aunque sea con ánimo más retórico que de sincera indagación intelectual, por qué “la conspiración fascina a muchos”. Pero yo soy partidario de interrogantes más prosaicos (aunque admito que no menos retóricos), del estilo de: ¿Qué tienen unos calzoncillos franceses que no tengan los españoles?