lunes, 27 de julio de 2009

Barack Obama, granjero

Las cabezas pensantes del socialismo continúan y continuarán repitiendo las mismas falsedades sobre el sistema de salud estadounidense, que supuestamente excluye a cincuenta millones de ciudadanos. No les entra en la mollera que muchas personas cuya renta es muy superior a la media española, sencillamente no han contratado un seguro médico porque prefieren gastarse el dinero en otras cosas, loables o no, que no son de la incumbencia de nadie más que ellas mismas.

En España como es sabido no impera este despiadado capitalismo asilvestrado. Aquí, vía impuestos y cotizaciones sociales debemos costear, sí o sí, el sistema público de salud incluso aunque además contratemos un seguro privado. Esto no nos garantiza que en una operación de vida y muerte no debamos esperar seis meses a que nos toque nuestro turno, pero al menos, podemos contribuir a colapsar el sistema de urgencias cada vez que el niño tiene unas décimas de fiebre acompañadas de mucosidad, cuantas veces queramos, perdiendo además toda una mañana laboral en la sala de espera, que el país es rico. Qué gozada, ¿verdad?

Lo que ya resulta cínico es que algunos defiendan el proyecto de salud pública de Obama diciendo que obligará a las aseguradoras privadas a mejorar sus servicios, al tener que competir con el sistema público. Pero ¿no consiste el mercado por sí solo precisamente en esto, en la competencia? Y por cierto, ¿no nos decían estos progres que la competencia era mala, que era lo contrario de la solidaridad y no sé qué gaitas? Todo indica que se trata de dorar la píldora intervencionista, aun a costa de negar por la tarde lo que se afirma por la mañana.

En un artículo publicado en El País, “Barack Obama, socialista”, Joaquín Estefanía cuestiona que se adjetive a Obama como socialista, argumentando que la contribución al sistema público de salud que propone el presidente norteamericano será voluntaria, es decir, que la gente podrá elegir (¡qué osadía!) entre la sanidad del estado y la privada, a diferencia de lo que tenemos en Europa. Pero tras tan inesperadamente sincera definición de la diferencia entre el socialismo y el mercado libre, acto seguido el autor critica a las aseguradoras porque condicionan las primas a pagar por el usuario a los resultados de unos exhaustivos chequeos médicos (me pregunto si no se había enterado hasta ahora de cómo funciona un seguro). Es decir, que si uno descubre que tiene una grave enfermedad, no es el mejor momento para ir a contratar una póliza de seguro, debería haberlo hecho antes.

Sin embargo, esto que al señor Estefanía le parece tan intolerable (que las compañías quieran tener más ganancias que pérdidas) es lo que les permite ofrecer un buen servicio a sus clientes, porque de otra forma, a la larga, no sólo la calidad de su producto se resentirá, sino que acabarán cerrando sus puertas. En cambio, con el estado no ocurre nada de esto, porque siempre tiene a su disposición ingresos recaudados de manera coactiva, vulgo impuestos. El secreto está en ordeñar justo lo suficiente a la economía productiva para que no se acabe quedando seca, pero sobre todo ahorrarle a la vaca que imagine otro tipo de vida fuera del establo.

La idea de un sistema de salud pública de contribución voluntaria es a todas luces un cebo para que los norteamericanos piquen y acepten un aumento colosal de la intervención del gobierno en sus vidas. Primero será “voluntario”, luego, cuando fatalmente la ineficiencia burocrática empiece a devorar el presupuesto, ya veremos lo que pasará con la voluntariedad.

Al entorno obamediático, del cual Estefanía se hace eco en España, le molesta que se acuse a Obama de socialista; no porque el socialismo le parezca algo malo, sino porque cree que no hay que espantar al ciudadano medio norteamericano, para el cual la palabra sigue teniendo connotaciones aborrecibles. Y es que fuera del establo se tiene una idea injustamente negativa de cómo es la vida dentro.