Enric Olivé Martínez, nacido en el precioso pueblo de Cambrils, en la costa tarraconense, fue condenado a muerte en 1936 por el bando republicano, por el monstruoso delito de pertenecer a la Federació de Joves Cristians de Catalunya. Naturalmente, en cuanto pudo se escapó a Burgos, como hicieron muchos otros catalanes. Más de trescientos militantes de esa organización no tendrían tanta suerte: fueron asesinados por partidarios del Frente Popular, “incontrolados” o no.
En 1952, siendo ya Enric Olivé alcalde de Tarragona, el Ayuntamiento concedió una medalla de oro a Franco, dentro de los actos de inauguración de una nueva infraestructura ferroviaria, que mejoraba notablemente la comunicación de la ciudad. Al entonces ministro de Obras Públicas, conde de Vallellano, se le dedicó también en agradecimiento una parte de la actual Rambla Nova, a la que mucha gente mayor continúa llamando “el Vallellano”.
Cincuenta y siete años después, muchos tarraconenses se muestran preocupados por la pérdida de conexiones ferroviarias que padece su ciudad. La nueva estación para trenes de alta velocidad se ha construido junto a un pequeño pueblo situado a unos diez kilómetros de la capital, con lo cual, viajar a Barcelona en el AVE no sale a cuenta, en comparación con los trenes convencionales que parten de la vieja estación urbana. Y el viajero que llega en alta velocidad desde Lérida, Zaragoza o Madrid, se encuentra literalmente en medio del campo (con impremeditada retranca, la estación se llama Camp de Tarragona), debiendo tomar un autocar o un taxi si quiere llegar a la capital de provincia. Bueno, con la nueva reordenación territorial que pretende implantar la Generalitat, parece que ya no habrá provincia, con lo que ni siquiera está muy claro si Tarragona será al final la capital de algo.
Recientemente, una plataforma de la sociedad civil tarraconense llamada Mou-te per Tarragona (Muévete por Tarragona) ha hecho bandera de la reivindicación del llamado by-pass ferroviario, que permitiría que los trenes de alta velocidad pasen por Tarragona, construyendo para empezar un intercambiador de ancho de vía antes de la cercana población de Vilaseca. El autor de la idea es el ingeniero de caminos Joan Miquel Carrillo, que es además quien nos acaba de poner sobre la pista del trasfondo histórico del asunto.
Sin embargo, la razonable y razonada propuesta de Carrillo fue rechazada en el parlamento autonómico por los mismos partidos que gobiernan el municipio, PSC y ERC, mientras los planes de Fomento, que no contemplan el by-pass, siguen su curso. Ayer mismo conocíamos, además, que este mismo ministerio ha optado por Castellón en lugar de Tarragona, para el trazado de otra infraestructura, la A-68.
Eso sí, la semana pasada, en un pleno del Ayuntamiento que calificaron eufóricamente como “histórico”, PSC y ERC, con el apoyo de CiU, le quitaron a Franco la medalla de oro concedida en 1952. (Ah, creo que no lo he dicho, Enric Olivé Martínez fue en 1980 diputado del parlamento catalán por CiU.)
Por lo visto, las autoridades locales deben haber aguardado a que el juez Garzón obtuviera el certificado de defunción del dictador, fallecido (ahora sí estamos seguros) hace treinta y cuatro años. La prudencia, desde luego, nunca está de más. Supongo que la siguiente demostración de heroísmo será declarar Tarragona, ciudad gay friendly. Sólo habrá que advertir a los gays que piensen en esta encantadora ciudad mediterránea como destino turístico, que venir en tren quizá no sea la mejor opción, pero eso no es problema, que vengan en avión; hay un pequeño aeropuerto cerca. Bien es cierto que está en Reus, pero no lo va a tener todo Tarragona, máxime cuando ha recuperado por fin su medalla de oro. ¿Qué más quiere?