El pasado verano nos dejó Alexander Soljenitsin. Recuerdo perfectamente el momento en que supe la noticia; estaba de vacaciones y no pude escribir sobre ello en mi blog, cuyo nombre es por supuesto un homenaje a su obra maestra, Archipiélago Gulag.
Hay un pasaje en este libro que me interesa señalar ahora, y que pone el dedo en la llaga del origen del totalitarismo. En una nota al pie del primer capítulo, cuando trata de las detenciones practicadas por los "órganos" soviéticos a altas horas de la madrugada, se interroga Soljenitsin:
"Después, ya en el campo de concentración, quemaba la idea: ¿y si cada agente que iba de noche a arrestar, no hubiese estado seguro de regresar con vida y se hubiera despedido de su familia? ¿Y si en la época de los encarcelamientos masivos (...) la gente no se hubiera refugiado en sus madrigueras, pasmada de miedo al oír los portazos en la entrada y los pasos en la escalera y hubiera comprendido que ya no les quedaba nada que perder, y en los vestíbulos les hubieran tendido una emboscada varias personas provistas de hachas, martillos, atizadores y cuanto hubiesen tenido a mano? (...) O aquel furgón celular, que quedó en la calle, sólo con el chófer, ¿por qué no te lo llevaste o pinchaste las ruedas? Así, los Órganos no habrían tardado en hallarse escasos de personal y de material móvil y, pese a todos los deseos de Stalin, habría tenido que parar la maldita máquina."
Pocos días después de que un ciudadano indignado destrozara a golpes de maza una herriko taberna, lo que llevó a ciertas almas exquisitas a deplorar que alguien se tome la justicia por su mano, conocemos la noticia de Mondragón, donde gobiernan los proetarras: Los cómplices de los terroristas anuncian que irán puerta por puerta a pedir firmas en favor de los presos de ETA.
Y yo que, como Soljenitsin, me pregunto: ¿No podrían los vecinos ponerse de acuerdo para MOLER A PALOS a estos hijos de puta en cuanto pusieran los pies en una escalera?
Quizás si se hubiera hecho desde el principio, los terroristas no habrían tardado en hallarse escasos de personal y ETA hubiera desaparecido hace tiempo.
"Lo único que se necesita para que triunfe el mal, es que los hombres buenos no hagan nada". (Edmund Burke).