miércoles, 11 de marzo de 2009

El golpe de Estado del 11 de marzo

Cambiar el gobierno mediante procedimientos no previstos en la constitución, eso es un golpe de Estado. El 11 de Marzo del 2004, alguien provocó una masacre en los trenes de Madrid, con el evidente propósito de influir en las elecciones del día 14. Tuvo éxito, luego hubo golpe de Estado.

En contra de esta afirmación se ha argumentado que el resultado electoral no fue consecuencia del atentado, o al menos no directamente, sino que

  • o bien los electores no cambiaron el sentido del voto después del 11-M, sino que con él penalizaron la política anterior de Aznar en temas como Iraq u otros,

  • o bien que lo que castigaron fueron los supuestos intentos de ocultar la verdadera autoría del crimen a la opinión pública.
Lo primero parece entrar en contradicción con las encuestas realizadas pocos días antes, y que indicaban que la brillante gestión económica del gobierno, unida a su eficaz política antiterrorista, le darían su tercera victoria en las elecciones legislativas. En cuanto a lo segundo, a la luz de los hechos escuetos, no parece sostenible. Sabido es que un atentado de caracterísitcas similares por parte de Eta había sido abortado meses antes, por lo que todo el mundo inicialmente atribuyó la matanza a la organización terrorista vasca. Cierto que a las pocas horas parecieron surgir indicios que apuntaban en la dirección islamista, pero fue el propio ministro de Interior quien aportó esos datos, compareciendo ante las cámaras de televisión, la misma noche del jueves 11 de Marzo, y quien informó también de detenciones de marroquíes horas antes de que abrieran los colegios electorales. Así pues, por parte del gobierno no hubo ocultación, y en cualquier caso no se puede pretender que en menos de 72 horas quedara todo aclarado, máxime cuando tres años después del atentado los peritos judiciales siguen sin tener claro cuál fue el explosivo utilizado, elemento clave para llegar a cualquier conclusión.

Otra cosa es que la oposición y sus medios de comunicación afines (como la cadena Ser, la cual sí que dio informaciones falsas, como que se habían hallado restos de terroristas suicidas en los trenes), hubieran conseguido hacer creer a buena parte de la opinión pública, contra las evidencias señaladas, la existencia de esa ocultación. Esto de por sí ya sería suficiente para hablar de golpe de Estado mediático. Pero nótese además que esta maniobra sólo podía tener éxito partiendo de la base de que el gobierno tenía un interés en ocultar la verdad. Es decir, que el mero hecho de que se tratase de un atentado islamista perjudicaba al partido en el poder, porque se interpretaría como una consecuencia de su apoyo a la guerra de Iraq. En efecto, en las manifestaciones contra el Partido Popular que hubo entre el 11 y el 14 de Marzo, el estado de ánimo no era simplemente el de reclamar transparencia al gobierno, sino que se le culpaba explícitamente por el atentado, se gritaba "asesinos" a sus miembros en lugar de a los terroristas.

Por tanto, no es sólo que la oposición acusara falsamente al gobierno de mentir (lo cual ya sería bastante grave), sino que instiló la idea perversa de que el atentado era consecuencia de nuestra política respecto a Iraq, de que el mismo Aznar que eliminó el servicio militar obligatorio, que envió a tropas profesionales a Iraq después del derrocamiento de Sadam Husein, para contribuir a la reconstrucción y democratización del país, ese mismo Aznar tenía la culpa de que unos terroristas hubieran asesinado a 192 españoles. Esta apología del terrorismo, pues no es otra cosa, se quiso vestir con el recurso a la tan cacareada ilegalidad de la guerra de Iraq, que además de jurídicamente discutible, implica conferir un peso moral determinante a la corrupta y anquilosada ONU.

Por supuesto, la reacción de los españoles podía haber sido similar a la que se hubiese producido de haberse tratado sin lugar a dudas de un atentado de Eta. Redoblar el apoyo al gobierno y lanzar el mensaje a los terroristas de que no conseguirán doblegarnos. ¿Por qué en el caso del terrorismo islamista, la respuesta fue en cambio tan cobarde y abyecta? Pues porque los españoles llevaban meses de bombardeo propagandístico de la guerra ilegal, que era por el petróleo, etc. Se les había ido preparando a conciencia para que un día interiorizaran las justificaciones de los terroristas, y decidieran que lo razonable es ceder. Pero entonces, ¿por qué no ceder también ante otros terroristas, como los del País Vasco, no es acaso todo relativo, también el concepto de nación? Vemos aquí las consecuencias de ese relativismo, para el que no es distinto moralmente Bush de Sadam Hussein, el PP de Eta, y que por supuesto no data de la guerra de Iraq, sino que es un tumor que aqueja a Occidente desde hace mucho tiempo, y que le llevará a la autodestrucción si no consigue extirparlo.

Tras estas consideraciones, la cuestión de la autoría cobra una trascendencia más dramática, si cabe. Ante todo, por supuesto, por respeto a las víctimas, que merecen como mínimo que los verdaderos culpables sean juzgados y condenados, y segundo porque si al final se descubriese que ni siquiera fue obra de islamistas y que por tanto hubo una manipulación monstruosa de la policía, si no algo peor, el velo que mantiene oculto el golpe de Estado a la opinión pública caería de forma espectacular, y no digamos ya si se estableciera alguna relación entre sus autores y sus beneficiarios políticos. Personalmente no confío en que la verdad, sea cual sea, se conozca pronto. Pero ello no afecta a lo que he dicho antes. En España ha habido un golpe de Estado, y sus consecuencias serán irremediables -tal vez ya lo sean- si esta nación no despierta de su apatía.

Artículo incluido en el libro La Resistencia AntiZP (2007) y publicado por primera vez en este blog el 16-07-07.