domingo, 8 de marzo de 2009

El feminismo contra la mujer

El feminismo, entendido como la defensa de la igualdad de la mujer ante la ley, hace tiempo que ha logrado su objetivo en Occidente. No entraré en la discusión acerca de si cabe atribuir el mérito al movimiento feminista, o a un proceso socioeconómico. Pero lo que sí me parece bastante claro es que las organizaciones feministas actuales han perdido en gran parte el norte de su verdadero sentido.

Es ridículo (por no emplear un término más duro) que mientras en países islámicos se lapida a las adúlteras o se asesina impunemente a la mujer que es víctima de una violación, aquí estemos discutiendo, o incluso se pretenda legislar (en Cataluña), sobre el reparto de las tareas domésticas.

En cuanto a la tan cacareada desigualdad salarial, reconozco no tener información suficiente, pero sospecho que está por demostrar que por exactamente el mismo trabajo -y de manera generalizada- la remuneración varíe según el sexo. Lo que ocurre más bien, según tiendo a creer, es que hay más mujeres que hombres que aceptan determinados empleos de salarios relativamente bajos o de jornadas reducidas porque les permiten conciliar mejor la vida familiar y la laboral. Las feministas replican que esto se debe a una educación sexista que las hace sentirse culpables si no dedican el tiempo suficiente a los hijos. Pero la idea de que las diferencias psicológicas entre los sexos son sólo de tipo cultural, sin que exista ningún componente biológico, está por demostrar, y probablemente sea falsa. Llevándola al extremo, el feminismo radical pretende que creamos que las mujeres occidentales acuden a las tiendas de ropa de marca porque están "presionadas" por una sociedad patriarcal que impone sus exigencias de belleza. Seguro que la mayoría de mujeres de Arabia Saudita ahora mismo firmarían por este feroz patriarcado...

Por supuesto, de asumir estas consideraciones, las organizaciones feministas deberían disolverse o bien centrarse en la crítica de sociedades como la islámica, lo cual entraña sus riesgos y pone en cuestión el modelo multiculturalista. Es más cómodo seguir viviendo de las subvenciones con el cuento de que "todavía queda mucho por hacer" en Occidente, dedicarse a incordiar a empresas publicitarias por anuncios "sexistas" y teatralidades por el estilo. Ah, y defender el aborto libre, como si las mujeres no nacieran del vientre de sus madres (siempre que no las maten antes) igual que los hombres.

El problema, aparte del saqueo del dinero público, es que la ficción del igualitarismo de hecho y la discriminación positiva (leyes de cuotas) siempre perjudican a aquel colectivo que pretenden proteger, primero porque minusvaloran precisamente aquellas cualidades que juegan a su favor, y segundo porque dificultan reconocer los logros obtenidos por su propio mérito. La desprotección llega a ser dramáticamente real en el caso de la violencia doméstica. El recurso de alguna campaña institucional a acusar al maltratador de falta de hombría -con ser certero- sólo demuestra que algunos viejos clichés de hombría -y por tanto de feminidad- quizá no eran tan nefastos.

Con defensoras como estas (y defensores) las mujeres están apañadas, aunque creo que muchas hace ya tiempo que se han dado cuenta.