Rodríguez Zapatero y la vicepresidenta De la Vega, acosados por las críticas de la oposición a la catastrófica gestión económica del gobierno, han vuelto a agitar el espantajo del "decretazo" del 2002, como ejemplo de la clase de fechorías perpetradas por la derecha contra los trabajadores -que mientras los socialistas gobiernen no habría que temer.
Pero si aquí tenemos un ejemplo de algo, es del virtuosismo manipulador de la izquierda, que convirtió lo que era una ley sensata y necesaria en piedra de escándalo y en una figura más de la galería de los crímenes célebres.
El Real Decreto-Ley 5/2002, de 24 de mayo, enseguida denominado "decretazo" por unos medios de comunicación serviles hacia toda consigna demagógica proveniente de la izquierda, era una medida legislativa con la cual el gobierno de Aznar pretendía básicamente reducir el tiempo que los desempleados tardan en encontrar trabajo. Para ello se reforzaba el vínculo entre el subsidio por desempleo y el compromiso del parado de buscar activamente empleo, se disponían ayudas a la movilidad geográfica, se permitía en determinados casos hacer compatible parte del subsidio con un salario, etc. Al mismo tiempo, se ampliaba la protección a colectivos como los mayores de 45 años con más de doce meses en paro, discapacitados o víctimas de violencia doméstica.
Lo demás es sobradamente conocido. Bastó una huelga general para que, a los pocos meses de entrar en vigor el RDL 5/2002, el gobierno optara por retirarlo, sin que se pudieran comprobar sus efectos. Cinco años después, ya durante la legislatura socialista, el Tribunal Constitucional, en una típica sentencia política, lo declaró inconstitucional por el procedimiento de aprobación -no por su contenido.
Al igual que sucedió con la guerra de Iraq, una vez más la derecha política renunció a explicar por qué era tan necesaria una reforma del sistema de protección por desempleo, que debe estar encaminado a facilitar el acceso al mercado de trabajo, no a eternizar la dependencia de los ciudadanos de la administración. La izquierda optó como siempre por la mentalidad de "los lunes al sol" y el victimismo de quienes aspiran a ser mantenidos sin dar golpe, que no es más que la otra cara de la moneda de concebir los puestos de trabajo como un privilegio, independiente de cualquier consideración de viabilidad económica. Y la izquierda ganó.
Aunque la creación de empleo fue sin duda el mayor éxito de las dos legislaturas del Partido Popular, la sociedad española, manipulada por la oposición socialista, perdió así una gran oportunidad de acercarse definitivamente a las tasas de actividad y los niveles de competitividad de los países de nuestro entorno. Pero la izquierda consiguió convencerla de que la había salvado de un "decretazo", y nada reconcilia más con la derrota que confundirla con una victoria.