El último estudio de la Obra Social "la Caixa", titulado Inmigración y Estado de bienestar en España, afirma que la contribución económica de los inmigrantes al Estado de bienestar es positiva, en contra de lo que sostienen los discursos políticos de "extrema derecha". El informe defiende además que se incrementen los esfuerzos para disminuir las desigualdades entre inmigrantes y autóctonos. (Puede descargarse en pdf aquí.)
Este tipo de estudios, pese a su estilo académico, están viciados por ciertos supuestos políticamente correctos, lo que determina las conclusiones a las que llegan. En este caso, hay dos premisas ideológicas de partida:
(1) El bienestar es un derecho humano. Por tanto, es inadmisible negar las prestaciones sociales a nadie por razones de nacionalidad o de otro tipo.
(2) La identidad cultural de los inmigrantes no puede ser por sí misma problemática. Los conflictos proceden de la desconfianza o la xenofobia de los autóctonos.
Estos apriorismos se traducen a su vez en una serie de opciones metodológicas, entre las que podemos enumerar las siguientes:
(a) Se considera la inmigración en su conjunto, cuando es obvio que no es lo mismo un inmigrante comunitario que un albanés o un magrebí. Así, por ejemplo, sin entrar en otras cuestiones de tipo cultural, la tasa de paro entre estos últimos se halla en torno al 50 %, por lo cual difícilmente se puede decir que la contribución de los magrebíes a las finanzas públicas sea positiva, aunque lo sea la de los extranjeros globalmente.
(b) Se tiende a considerar la inmigración en un período de tiempo relativamente breve, sin tener suficientemente en cuenta que los inmigrantes envejecen, lo cual supone un incremento de los costes sanitarios y de pensiones. Y también que los inmigrantes suelen ser los más afectados por el desempleo en los períodos de crisis económica. Habría que evaluar -aunque lógicamente es mucho más difícil- el coste de un inmigrante a lo largo de todo el tiempo que permanezca entre nosotros, y no solo cuando es joven, sano y la economía crece a buen ritmo.
(c) También se tiende a considerar el impacto migratorio en todo el territorio nacional, cuando muchos problemas provienen precisamente de que su distribución no es uniforme, y se concentra en determinadas zonas urbanas. Un ejemplo de ello son las Rentas Mínimas de Inserción. En el conjunto de España, el 11,2 % de los beneficiados son extranjeros, levemente inferior a su proporción en la población total, que es el 12,16 %. Sin embargo, cuando lo analizamos por comunidades, resulta que en Cataluña, por ejemplo, el 33,6 % de estas rentas no contributivas las reciben extranjeros, pese a que solo suponen el 15,9 % de la población en esta región: Un extranjero tiene más del doble de posibilidades de obtener una RMI que un nativo. Imaginemos ahora los resultados para determinadas nacionalidades (magrebíes, rumanos, etc) y para determinados municipios (Badalona, Salt, etc.).
(d) En el estudio, pese a la profusión de estadísticas utilizadas, no se alude ni remotamente a la relación entre delincuencia e inmigración (o mejor dicho, determinadas nacionalidades de inmigrantes), lo cual sería suficientemente pertinente en un estudio sobre costes públicos.
La percepción de mucha gente de que algunos inmigrantes obtienen más (en forma de prestaciones sociales, muchas de ellas no contributivas) de lo que aportan, no es necesariamente infundada, sobre todo en ámbitos locales concretos. Es fácil ridiculizar tales percepciones, aunque sea implícitamente, aludiendo a encuestas que relacionan los sentimientos contrarios a la inmigración con el bajo nivel educativo. Pero para ser serios, no debemos olvidar que las personas con mayor formación suelen también residir en zonas urbanas menos afectadas por el fenómeno migratorio, lo cual les permite juzgarlo desde cómodas atalayas moralistas. Informes como el de "la Caixa" -al menos los resúmenes de prensa- no hacen más que halagar a quienes se creen más educados, reforzando el prejuicio de que el problema de origen es la xenofobia y el racismo de gente inculta y manipulada, y no las irreales expectativas alimentadas por la socialdemocracia y el multiculturalismo; una mezcla explosiva que podría acabar llevándose a Europa por delante, tal como la conocemos.