Los progres a veces son transparentes. Nos permiten vislumbrar el fondo de su pensamiento con una facilidad que es de agradecer. Es el caso de Manuel Vicent, cuando compara el terrorismo con las catástrofes naturales. Ambos producen víctimas inocentes. Es decir, ambos son explicables en términos amorales; tienen causas, que podemos intentar prevenir racionalmente. Por eso, lo peor del terrorismo no son las víctimas; en esto no se distingue de un terremoto. Lo peor es que por su culpa, algunas personas vuelven al "estado salvaje". Es decir, pretenden cosas como que la coalición-tapadera Bildu sea ilegalizada por un tribunal. Sí, ya saben, esas instituciones que abundan tanto en la selva, donde a la que te descuidas, aparece una fiera que te ilegaliza.
Pero Manuel Vicent no se queda en la original metáfora selvática; además nos explica a grandes rasgos en qué consiste el progreso frente a los "instintos primarios" que rigen en la selva. Ha sido el resultado del pensamiento libre, surgido en "la Sorbona, Cambridge, Oxford, Harvard, Yale, Columbia, Princeton, Tubinga y Bolonia" (se deja la Pompeu Fabra, pero se lo perdonaremos), en su "lucha agónica" (quizás no recuerde que agonikós en griego ya quiere decir luchador; también lo pasaremos por alto) contra "las hogueras de la Inquisición" y "la ley del talión del Código de Hammurabi". Esto último supongo que va por la ejecución extrajudicial de Bin Laden.
El audaz resumen de Vicent no permite entrar en menudencias como de dónde procedía el "caudal de sabiduría" que transmitían en los albores de la época moderna las universidades; las cuales, por cierto, eran tan antiguas o más que la propia Inquisición. Ni que fue entre los siglos XV y XVIII cuando se persiguió a las brujas con un frenesí que no conocieron los tiempos medievales. Por no hablar de las hornadas de intelectuales salidos de las universidades que, en épocas más recientes, han justificado el totalitarismo. Estos detallejos complicarían demasiado su tebeo de superhéroes y supervillanos: Había una Edad Oscura en la que mandaban los señores feudales y los curas. Entonces llegaron los antepasados intelectuales de Gregorio Peces-Barba y poco a poco se fue haciendo la luz.
Ahora bien, por desgracia, de vez en cuando emerge de nuevo el oscurantismo, con la excusa del terrorismo. Y el problema, como vimos, no es que este mate a personas inocentes. Eso está mal, sin duda, pero muere mucha más gente en accidentes de tráfico y en tormentas tropicales. Lo malo es que haya quien crea que se puede luchar contra los terroristas exclusivamente por medios policiales y judiciales, como si matar tuviese algo que ver con el bien y el mal, el crimen y el castigo; es decir, con esas monsergas de los curas que costó tanto superar.