miércoles, 4 de mayo de 2011

Bromas de mal gusto

El grupo terrorista Hamás calificó la muerte de Bin Laden, a las pocas horas, de "asesinato" y "continuación de la política estadounidense de opresión y del derramamiento de sangre árabe". Ninguna sorpresa. Tampoco lo es que Elías Jaua, vicepresidente de Venezuela, haya protestado por que Estados Unidos no haya guardado las formas jurídicas. Es comprensible tal reacción en un dirigente de un régimen tan exquisitamente escrupuloso con el Estado de derecho. Naturalmente, no podían faltar tampoco las declaraciones de condena del comunista Gaspar Llamazares, quien ha calificado la muerte de Bin Laden como "terrorismo de Estado".

Hasta aquí, todo entra dentro de lo que podíamos esperar de personajes como estos. Pero cuando una persona que se dice liberal, como Jorge Valín, coincide con un terrorista islámico, un chavista y un comunista en considerar la muerte de un asesino de masas como "terrorismo legal", aquí pasa algo raro. Si además añade que para él, "los mayores criminales se llaman Políticos y viven de nuestro dinero", podemos estar seguros que cuando habla de "liberalismo", no se está refiriendo a lo que comúnmente se entiende por tal término.

Algunos políticos han sido y son criminales, y no solo eso, sino que nada es más peligroso que un terrorista o un fanático cuando se convierte en jefe de Estado. Pero decir que todos los políticos son criminales, es relativizar la criminalidad de un Stalin, un Hitler, un Mao o un Pol Pot. Decir que Bush u Obama son iguales que Bin Laden, o que Ahmadineyah, es hacerle un disparatado favor a la memoria de Bin Laden y a Ahmadineyah.

Claro, Valín no dice esto por el mero gusto de la provocación. Él tiene una idea, espantosamente simple, sí, pero es su idea, y está tan orgulloso de ella que está dispuesto a llevarla hasta sus últimas consecuencias teóricas. Valín es coherente, qué duda cabe. Pero llevada al extremo, esta virtud lógica implica una creencia desmedida en la verdad absoluta de los propios principios. Una persona experimentada, ante una conclusión que soliviante al sentido común, tenderá más a poner en duda sus principios que no el sentido común. Pensará que sus axiomas de partida no están todavía perfectamente formulados, que quizá sean incompletos o inexactos. Así es precisamente como avanza el conocimiento humano, admitiendo que no existe ninguna teoría definitiva tal que no pueda cualquier día ser falsada por los hechos.

Por supuesto, el anarcocapitalismo es un ejemplo típico de teoría no científica, del estilo descrito por Popper, pues se sitúa intrínsecamente más allá de cualquier contrastación empírica. Al tratarse de una doctrina ética, que ni siquiera necesita que la sociedad sin Estado llegue a realizarse jamás para ser demostrada, todo lo que digamos contra ella no servirá para convencer a sus adeptos. Eso en sí mismo no es algo rechazable, pues es imposible que todas las concepciones por las que regimos nuestra vida sean científicamente contrastables. Quienes aspiran a abolir todos los "prejuicios" y creencias religiosas sostienen una doctrina metafísica que no resistiría el mismo análisis crítico al que someten todas las demás.

El problema del positivismo radical, o del marxismo, o del anarcocapitalismo, no es que no sean científicos, sino que no son conscientes de sus propios condicionantes. Mientras que un católico reconoce que el fundamento último de sus creencias es una fe no racional, el amigo Valín pretende basarse en un razonamiento inatacable. Lo cual le conduce sin inmutarse a graves errores morales y hasta me atrevo a decir que estéticos. ¡Coincidir con Llamazares en algo...! Como decía Cioran: "Ir demasiado lejos, es dar infaliblemente una prueba de mal gusto."