La tradicional complicidad entre la iglesia vasca y el nacionalismo ha acabado volviéndose contra la primera, como no podía ser de otra manera. Hoy domina en el País Vasco un nacionalismo paganoide, como es propio de todos los nacionalismos, que no admiten otros dioses que la tierra y la sangre. El Vaticano parece que últimamente está tratando de corregir ese monumental error, pero podría ser demasiado tarde.
Más del 40 % de los colegios públicos de primaria en Euskadi no ofrecen religión, pese a que la ley obliga a los centros a impartir la asignatura a los alumnos que lo deseen, preguntándoselo a los padres. ¿Dónde está el truco? Muy sencillo, desde los colegios y desde la federación de asociaciones de padres Ehige, se presiona a la gente para que no matricule a sus hijos en religión. Macerados por años de intimidación nacionalista, muchos padres por supuesto acaban cediendo.
El argumento para eliminar la religión es que así los niños pueden dedicar esa hora u hora y media semanal a reforzar otras materias, como las matemáticas o el euskera. Por lo visto, que los niños sepan quiénes fueron Abraham, Moisés, Salomón o San Pablo es algo que puede perjudicar su destreza con las fracciones o las conjugaciones. Por el contrario, convirtiéndolos en unos bárbaros ignorantes, incapaces de entender la mayor parte de la literatura, el arte y el humanismo occidentales, produciremos unas hornadas de ingenieros y filólogos vascos que asombrarán al mundo. Y hasta habrá tiempo para que aprendan a tocar la txalaparta.