Mi amigo y comentarista de lujo C. ha sugerido el término alterizquierdista para denominar a aquel que sigue sintiéndose de izquierdas, aun cuando se ha desengañado ya en gran medida de ciertos partidos o regímenes que pasan por ser la plasmación política de esa ideología. Pues bien, acabo de leer un artículo de Pilar Rahola, titulado El relativismo ético, que parece encajar inequívocamente en esta categoría.
"A cada cual lo suyo -dice Rahola-, y a mí, lo que me duele es la izquierda. Primero, porque aún creo en ella, y porque pienso que el progreso del ser humano pasa por la sensibilidad social, el compromiso ecológico y los derechos civiles. Y la derecha, mirada a bulto, no me parece que defienda ese triple compromiso. Por supuesto, conozco conservadores que están más comprometidos socialmente que muchos 'puño en alto'."
El artículo prosigue haciendo una crítica impecable de la "locura antioccidental". Sin embargo, hay algo que Rahola no explica, quizás porque no llega a plantearse siquiera la cuestión, que es la siguiente: ¿De dónde procede este relativismo multiculturalista de la izquierda, que con tanta razón deplora? Porque a juzgar por su escrito, se trataría de un cuerpo extraño que se ha adherido de manera fortuita al núcleo ideológico original.
Desde luego, yo creo -y en ello disiento también de otro de los comentaristas de la entrada anterior, Mario García- que esa sería una explicación demasiado piadosa. El multiculturalismo obedece a una estrategia implacable de denigración de Occidente y especialmente de Estados Unidos, cuya función ha sido siempre desacreditar al liberalismo, a fin de favorecer, en el mejor de los casos, las restricciones al libre mercado y el incremento del sector público. Es decir, eso que a la izquierda le gusta llamar "sensibilidad social". (El "compromiso ecologista" sólo es otro pretexto más reciente del viejo intervencionismo de siempre.)
En cuanto a los "derechos civiles", no me cabe ninguna duda de que Rahola está pensando en el aborto, la eutanasia o el matrimonio homosexual: Es decir, en el proyecto nunca abandonado de derogar la moral judeocristiana (consustancial a Occidente) con el señuelo del discurso emancipador que promete un mundo feliz huxleyano, cuyo resultado previsible es que el Estado acabe convirtiéndose en la única fuente de todo valor, o dicho de otro modo, escape a todo control al situarse por encima del bien y del mal. ("Relativismo ético"). Si el "Montesquieu ha muerto" suponía relativizar la vigencia del principio de división de poderes, el "Dios ha muerto" que late en la reforma de las costumbres que preconiza la izquierda, tiene consecuencias análogas pero incalculablemente más amplias.
Como decía C., el antioccidentalismo de la izquierda -indisolublemente unido al anticristianismo y al antijudaísmo- no es accidental. Pilar Rahola ha detectado algunos síntomas (la izquierda le "duele") pero no sabe hacer o no le interesa el diagnóstico, porque ello podría llevarla a abandonar por completo la ilusión izquierdista. Y fuera hace mucho frío.