El guión es siempre el mismo. Si cuando en una conversación de sobremesa surge el tema político, que si es mejor la izquierda o la derecha, etc, indefectiblemente alguien acaba sacando a Franco o la guerra de Iraq. Y si se le replica con un mínimo de reflejos, terminará enrocándose en el mantra inevitable: La izquierda mira más por los trabajadores.
Es inútil tratar de diferenciar entre halagar a un colectivo y beneficiarle realmente. No se moleste en tratar de explicarle que la mejor política para los trabajadores es dar facilidades a los empresarios para que inviertan y, por tanto, creen empleo, y no lo que hace la izquierda, que es perpetuar la dependencia para retener votantes agradecidos. Su intelocutor progre negará con incredulidad, no le cabrá en la cabeza que pueda cuestionarse sinceramente la identificación de la izquierda con el interés de los asalariados. No necesita argumentos, sencillamente le parece tan evidente como que dos más dos son cuatro. La izquierda mira más por los trabajadores, y punto.
La fuerza de este aserto no es difícil de comprender. El franquismo o la guerra de Iraq son a fin de cuentas hechos históricos, acerca de los cuales cabe discutir, trayendo a colación otros hechos relacionados. Pero que la izquierda favorece al trabajador (por lo visto, los empresarios no dan golpe) no es un hecho: es un mito. Cuando nos situamos en un nivel discursivo prelógico, el diálogo racional deviene en sencillamente imposible. Sólo nos queda el recurso a otros mitos de carácter opuesto.
Porque la construcción mítica puede encerrar, a pesar de todo, una verdad. Por ejemplo, el mito del American Dream, que sin duda es la causa de que las políticas socialistas no hayan tenido en Estados Unidos tanto predicamento como en Europa (al menos hasta los planes de rescate Paulson-Bush-Obama), ha sido respaldado por la experiencia que demuestra la gran movilidad social existente en ese país. Cuando los progres acusan a Esperanza Aguirre de "americanizar" la Comunidad de Madrid, demuestran respirar por la herida. Les han tocado su mito fundacional, oponiéndole otro no menos sugestivo.
Lo que está en juego, por supuesto, es mucho más que el hecho de que gobierne un partido u otro. Pero eso ya es demasiado profundo para nuestra tertulia de sobremesa.