No tuve humor para ver el reciente programa de la televisión pública protagonizado por Rodríguez Zapatero. Pero por los fragmentos y los comentarios que he podido ver, escuchar y leer con posterioridad, deduzco que el actual inquilino de La Moncloa batió su propia marca de mentiroso patológico.
Sin embargo, me ha parecido muy acertado Juan Manuel de Prada, cuando anoche en el programa de Intereconomía TV, "El gato al agua", vino a decir que el problema no era Zapatero, sino esa mayoría de españoles a los que les causó una buena impresión, y que probablemente coinciden aproximadamente con quienes lo votan. Y también son un problema aquellos que, aunque aparentemente no se dejan engatusar tan fácilmente, aseguran con pose de entendidos que "los otros" son peor, argumento ya viejo que permitió a González gobernar como mínimo cuatro años más de lo que hubiera sido esperable, y por poco no fueron ocho (la primera victoria de Aznar fue muy ajustada).
Ciertamente, es así. Tenemos los gobernantes que nos merecemos, y esto sucede no sólo en los regímenes democráticos, sino también en las dictaduras, que siempre gozan de mucho más apoyo popular del que nos gustaría creer. La gente juzga a los dirigentes políticos no por sus actos y las consecuencias objetivas de estos en la realidad social y económica, sino por lo más o menos convincentes que resultan en su papel de buenas personas, de sufrir sinceramente con los problemas de los ciudadanos. Siempre se podrá culpar a otros (el capitalismo, los neocón o los judíos) de todo lo malo que ocurre.
En este sentido, Zapatero es un gran actor, y con ello tiene asegurado el apoyo de un gran porcentaje de la población. No sólo la crisis económica no le afectará, sino que le beneficia, porque la única solución que existe (austeridad pública, bajada de impuestos a las empresas y liberalización del mercado laboral) es demasiado desagradable para que la mayoría quiera escucharla. Quien quiera suceder a JLRZ, deberá tomar medidas impopulares, enfrentarse a los sindicatos, a los funcionarios, a los que viven del cuento: Son millones. Deberá, en suma, decirle a la gente que el bienestar no es algo que pueda proporcionar el Estado graciosamente, sino que sólo puede conseguirse con el sudor de la frente, la formación adecuada, y el espíritu de inventiva.
Naturalmente, la gente prefiere escuchar a Zapatero, que le dice lo que quiere escuchar. El problema no es, pues, un determinado gobernante: es de índole moral. La izquierda hace tiempo que se ha dado cuenta de que no son las cifras macroeconómicas lo decisivo, sino la moral. Por ello trabaja por una concepción hedonista de la vida, donde el concepto de responsabilidad individual se diluye en rituales de concienciación sobre causas genéricas (la violencia de género, la miseria en el mundo, la paz, etc) que apenas comprometen a nada individualmente, al mismo tiempo que promueve la idea de que sólo existen derechos, elevando a la categoría de tales casi cualquier apetencia subjetiva, sea legítima o no. Zapatero es sólo el síntoma de una grave enfermedad moral, cuya cura es imposible mientras no se reconozca su existencia.