domingo, 2 de octubre de 2011

La diferencia

El movimiento del 15-M, surgido de manera aparentemente espontánea pocos días antes de las últimas elecciones locales y autonómicas, tenía un mensaje central: Que los dos grandes partidos, PP y PSOE eran lo mismo, en esencia. Por supuesto, cabe recelar de la ecuanimidad de una afirmación que en la práctica perjudica mucho más a un partido que a otro. (En este caso, obviamente, era al PP, al que las encuestas daban una gran ventaja.) Por si alguien abrigaba alguna duda, las actuaciones del movimiento del 15-M en los meses posteriores (por ejemplo, en relación a la visita del papa) han demostrado que su carácter "transversal" era puro cebo para incautos. Son extrema izquierda, y por ello con muchas coincidencias con el zapaterismo: anticlericalismo (lo llaman laicismo), proabortismo, simpatías apenas encubiertas hacia la izquierda pro terrorista vasca, etc.

Esto no significa que la idea según la cual PP y PSOE son lo mismo sea exclusiva de la izquierda. En realidad, la sugieren también muchos opinadores de derechas, liberales o liberal-conservadores, con escaso sentido práctico. Una cosa es que acusemos a la derecha política de tibieza, de no poner suficiente empeño en la batalla ideológica. Y otra muy distinta es pretender que la derecha haga la campaña electoral que le gustaría a la izquierda. ¡No seamos ingenuos! Este domingo escuchaba a Luis del Pino en esRadio exigir a Mariano Rajoy que declare solemnemente que su gobierno no respetará ningún acuerdo con ETA obtenido con la participación de los llamados "mediadores internacionales" (en realidad, unos exterroristas que siguen viviendo del terrorismo, vía contribuyentes). Claro, para liberar a los socialistas de tener que hablar de economía, el tema que más daño les causa, solo falta que Rajoy diga algo tan innecesario como que ningún gobierno entrante tiene la menor obligación moral, política ni jurídica de respetar acuerdos de un gobierno saliente con un grupo criminal, con o sin unos mediadores que solo se representan a sí mismos y a sus cuentas corrientes.

Lo mismo puede decirse de quienes reprochan al PP que no declare con sinceridad que habrá que hacer más recortes "sociales". Si alguien es tan pánfilo como para necesitar que le digan tal cosa, lo más probable es que también reaccionase votando a quien, por el contrario, le dijera lo que quiere oír, es decir, a Rubalcaba. El PP ya está hablando claramente en los gobiernos autónomos donde gobierna desde el pasado 22 de mayo: Con lo hechos. No hay ninguna necesidad de que se ate ninguna otra piedra al cuello para ayudar al PSOE a reducir la distancia a la que se encuentra del previsible ganador, según todas las encuestas.

Más grave es cuando esos mismos opinadores, supuestamente encuadrados en la derecha liberal, comparan a los dos grandes partidos políticos españoles partiendo de concepciones que en realidad son de izquierdas. Y pongo como ejemplo de nuevo a Luis del Pino, periodista al que aprecio mucho, pero que a veces, cuando se equivoca, lo hace con todo el equipo. En su editorial del programa "Sin complejos" del sábado, se mostraba preocupado por la coincidencia de los discursos de Esperanza Aguirre y José Bono en la presentación del último libro de Pedro J. Ramírez, sobre la revolución francesa. Ambos políticos alertaban, al parecer, sobre los peligros de quienes tratan de aprovecharse del descontento popular para erosionar las democracias. Dice Del Pino:

"Y ver a aquellos dos presentadores del libro de Pedro J. advertir insistentemente sobre los peligros de las revueltas callejeras, en lugar de reclamar las reformas necesarias para que esas revueltas no sean posibles, me convenció de que no hay, realmente, nada que hacer: los acontecimientos seguirán su curso de forma cada vez menos controlada. Y en lugar de una reforma que evite los sufrimientos, acabaremos por tener un estallido, que los exacerbará."

Se entrega entonces nuestro analista a una fatalista concepción de la historia según la cual, aunque Robespierre, Marat o Danton no hubieran existido, los acontecimientos hubieran seguido el mismo curso, porque todo se cifra en que había grandes injusticias que están allí solo para que el primer demagogo sin escrúpulos sepa explotarlas.

Estoy rotundamente en desacuerdo con esta concepción materialista de la historia, afín al marxismo. Descontento social lo ha habido en todas las épocas y latitudes. En ocasiones estalla y conduce a golpes de Estado o cambios de régimen. ¿Por qué unas veces ocurre y otras no? Pues precisamente porque a veces aparece un Robespierre, un Lenin o un Hitler. Esa es la diferencia crucial, he ahí la importancia capital de los individuos, para bien y para mal. Por tanto, cuando Esperanza Aguirre alerta contra las tentaciones de la demagogia, tiene toda la razón del mundo, no está en ninguna torre de marfil, insensible a las dificultades de la gente. Que José Bono, con su habilidad para adaptarse a los auditorios y hacer guiños a la derecha sociológica más tontaina, pueda coincidir en el mismo discurso, tampoco debería llamarnos especialmente la atención.

Y sí, hay también una diferencia capital entre el PP y el PSOE. Uno dice que va a subir los impuestos al alcohol y al tabaco para financiar la sanidad. El otro anuncia que deducirá 3.000 euros a los autónomos que contraten a su primer empleado. Uno busca de dónde sacar más dinero a los contribuyentes, en una cerril visión de suma cero. (Hace falta dinero: hay que quitárselo a alguien.) Otro se orienta a crear empleo, es decir, a que se cree más riqueza real. (Hace falta dinero: debemos trabajar más.) Uno se empeña en seguir repartiendo miseria y dependencia del Estado. El otro aspira a que los individuos prosperen y se ganen por sí mismos el bienestar. No es lo mismo, sino más bien todo lo contrario.