El lunes empieza en San Sebastián, ciudad gobernada por el brazo político de ETA, la llamada "Conferencia Internacional para promover la resolución del conflicto en el País Vasco". Por supuesto, en el País Vasco no hay ningún conflicto, en el sentido de las dos primeras acepciones del diccionario de la Real Academia. No existe ningún "combate", "lucha" o "pelea", ni ningún "enfrentamiento armado". Lo que ha ocurrido en las últimas décadas es que una organización criminal ha asesinado a policías, militares, políticos, jueces, periodistas y a personas que pasaban por ahí, incluidos niños. Y ha extorsionado a empresarios y ha coaccionado a los ciudadanos, impidiéndoles el ejercicio de sus libertades. Las víctimas de ETA, por su parte, siempre han renunciado a cualquier tentación de venganza. Los GAL fueron una creación de los servicios secretos, sin vinculación con la sociedad civil, que en ningún momento llegaron remotamente a convertir la situación en un conflicto entre dos bandos más o menos equiparables. Basta comparar las cifras de víctimas de la violencia de ETA con las de los GAL.
Incluso aunque se tratara de un conflicto (que no lo es), esto no significa que una posición equidistante fuera moralmente aceptable. No todos los conflictos son iguales. El conflicto entre los aliados y los nazis no se hubiera podido resolver, de manera decente, en una mesa de negociaciones. Hay conflictos en los que la única opción compatible con la moral, con la justicia y con las libertades es que uno de los dos bandos se rinda incondicionalmente, en que haya vencedores y vencidos. A nadie se le ocurre que el gobierno italiano tenga que negociar con la Cosa Nostra para resolver el "conflicto" (si es que fuera válido llamarlo así, que tampoco lo es) en Sicilia.
Pese a ello, los terroristas y sus cómplices siempre han visto, con razón, favorable a sus intereses el lenguaje bélico, la terminología político-militar. Porque efectivamente existen conflictos que solo pueden resolverse aceptablemente mediante el diálogo, como era quizás el caso de Irlanda del Norte, con dos comunidades enfrentadas que mutuamente se infligían violencia, en una espiral demencial de venganzas. Puesto que en el País Vasco no existe nada parecido, los simpatizantes de ETA convierten la política penitenciaria de dispersión de presos, así como los casos de supuestos abusos policiales, en una forma de violencia que justifica o relativiza la ejercida por los terroristas. Es como si una banda de atracadores de bancos declarara que continuará con sus "acciones" mientras la policía no respete los derechos de los detenidos. Incluso aunque fueran ciertas esas violaciones de derechos, eso no legitimaría, no explicaría un solo robo, ni antes ni después de la supuesta violencia policial. A no ser, claro, que partamos de una ideología marxista-leninista que considere la propiedad privada ya en sí misma como una forma de violencia. Que, con el ingrediente añadido nacionalista, es exactamente lo que hace ETA.
Si el lenguaje del conflicto ha sido siempre concienzudamente utilizado por ETA y su entorno, en los últimos años y meses cabe decir que los esfuerzos propagandísticos por hacer que cale esta concepción entre la opinión pública se han multiplicado, con la inestimable ayuda del gobierno socialista, y de medios de comunicación públicos, como TV3. Ejemplo de esto último es el documental de Gorka Espiau, "Lluvia seca. Los mediadores internacionales en el País Vasco", que fue emitido por el canal autonómico catalán el pasado mes de febrero, y que el entorno batasuno hace todo lo posible por difundir en colegios, asociaciones de vecinos y "cine-fórums". (Aquí puede verse la versión original completa, en catalán.)
Se trata de un vídeo interesante porque muestra, involuntariamente, pero con claridad, la postura de los llamados mediadores internacionales, como el abogado sudafricano de izquierdas Brian Currin, que no solo asumen la tesis del conflicto como punto de partida, sino que no ocultan su mayor proximidad a una de las partes, por supuesto la de los etarras. (Currin, menudo jeta, asume incluso la terminología de "presos políticos".) En una calculada introducción melodramática, el vídeo nos revela que el sudafricano había recibido una carta amenazadora con el anagrama de ETA, cuya autenticidad fue semanas después desmentida por la organización terrorista, animándole a proseguir con su labor mediadora. Moraleja: ¡Qué majos que son estos etarras, y qué malos son estos servicios secretos españoles que tratan de sabotear la paz con cartas falsas! Por lo demás, por si quedara alguna duda, un dirigente batasuno histórico, Rufi Etxebarria, reconoce que él y los suyos han recibido cursillos de negociación de estos mediadores, tan imparciales que asesoran a una de las partes.
En toda esta estrategia de los terroristas subyace la mentira pacifista, la patraña según la cual la paz es preferible a la libertad, o dicho de otro modo, que la libertad es gratuita. No es así, la libertad tiene un precio, y es que quienes la amenazan, sean delincuentes o sean ejércitos extranjeros, se vean disuadidos de ello por la amenaza de la fuerza, y en caso necesario, detenidos y derrotados por el uso de la fuerza. Un pueblo que prefiere que los terroristas gobiernen, con tal de que dejen de colocar bombas, ha perdido toda noción de dignidad, y será en consecuencia pasto de la tiranía. Los socialistas llegaron al poder gracias a un atentado terrorista y, siete años después, siguen especulando con el comunicado de una organización terrorista para agarrarse a la última esperanza que les queda de no sufrir una aplastante derrota electoral. Es lo mínimo que se merecen. Que se metan ellos y los etarras su paz donde les quepa.