En la madrugada del 12 de marzo de 2004, apenas veinte horas después de los atentados del 11-M, dos agentes de policía encontraron en la comisaría de Puente de Vallecas una bolsa de deportes con diez kilos de dinamita Goma-2 Eco, 640 gramos de metralla, un detonador Ensign Bickford y un teléfono móvil Mitsubishi Trium T-110 con número 652282963. (Actualmente, al llamar a este número, se escucha: "Buzón Orange. La persona a la que llama no está disponible. Por favor, deje su mensaje después de la señal.") Era la "mochila de Vallecas", una de las pruebas principales que condujo a la detención de Jamal Zougham, en cuyo local se vendió la tarjeta SIM del móvil. Este Zougham fue reconocido en el juicio del 11-M por tres testigos que aseguraron haberle visto con una mochila en uno de los trenes, antes de las explosiones. Cumple una condena de más de cuarenta mil años como autor de la masacre. (Ver La cuarta trama, de José María de Pablo, Ciudadela, cap. 14.)
Estos son los hechos principales. Ante ellos, cualquier persona con un mínimo sentido crítico debería hacerse dos sencillas preguntas:
(1) ¿Por qué no se descubrió que una bolsa de más de diez kilos de peso contenía una bomba hasta que fue depositada en comisaría, si es que realmente procedía de los escenarios de los atentados?
(2) ¿Cómo fue Jamal Zougham tan imbécil de utilizar una tarjeta SIM de su propia tienda, para que en el caso nada improbable de que una de las bombas no estallase, por cualquier fallo del mecanismo, la policía pudiera detenerlo en menos de 48 horas?
Según las declaraciones policiales en el juicio, tras los atentados los TEDAX revisaron concienzudamente, de la cabeza a la cola de los trenes, cada objeto que encontraron, para asegurarse de que no quedara ningún artefacto sin explosionar. Los bultos encontrados fueron conducidos, después de ser rechazados en las comisarías de Villa de Vallecas y Puente de Vallecas, a un pabellón de IFEMA, donde permanecieron sin custodia hasta que finalmente, por orden judicial, hacia las diez de la noche se depositaron en la segunda comisaría mencionada.
Solo caben dos respuestas posibles a la pregunta (1). O bien se produjo una terrible negligencia de los TEDAX, que pasaron por alto la existencia de una bomba sin estallar en una sospechosa bolsa de deportes, o bien esa bomba jamás estuvo allí, sino que alguien en algún momento la introdujo entre los restantes objetos acarreados por los agentes policiales. Asimismo, la pregunta (2) admite también solo dos respuestas. O bien los autores del mayor atentado de la historia de España eran lo suficientemente estúpidos para utilizar sus propios números de teléfono para activar los explosivos, o bien alguien utilizó esas tarjetas para incriminarlos.
A los hechos expuestos debemos añadir, además, los siguientes:
-En los cadáveres de las víctimas del 11-M no existían restos de metralla, material que sí se halló en la mochila de Vallecas, como acabamos de ver.
-Como se pudo comprobar mediante la radiografía previa a la desactivación, los cables de la bomba que contenía la mochila estaban incomprensiblemente sueltos, de manera que nunca hubiera podido estallar.
-El Tedax "Pedro", que desactivó la mochila de Vallecas, realizó unas fotografías antes de la desactivación, que un superior le obligó a entregar, impidiéndole además que hiciera otras fotografías posteriores a la desactivación, según el protocolo habitual. Las primeras no aparecieron en el juicio.
-En el asa de la mochila se halló una huella dactilar no identificada con perfil genético europeo.
La conclusión de que la mochila de Vallecas es una prueba falsa, elaborada para incriminar a un ciudadano magrebí, se impone con toda su fuerza. Ineludiblemente, las respuestas más verosímiles a las preguntas anteriores conducen a esta otra pregunta: ¿Quién colocó la mochila entre las pruebas? La elaboración de un artefacto explosivo, que necesariamente tuvo que producirse a lo largo del mismo día 11, si no antes, no pudo tratarse de un acto de improvisación. Quien fuera que fuese el que depositó esa prueba falsa entre los bultos recogidos en el lugar de los atentados, obtuvo el material adecuado (dinamita de la mina Conchita, el detonador y el móvil) en escasísimas horas después de la masacre, o bien ya lo tenía preparado antes de los atentados. Solo cometió, acaso, un error, que fue incluir metralla dentro de la bolsa, cuando sabemos que los explosivos que causaron la masacre no la contenían.
La presencia de metralla en la mochila de Vallecas podría llevar a pensar que quien la elaboró no podía tener relación con los autores de los atentados. Aunque es posible que sea así, veo muy poco verosímil que quien es capaz de tener preparada el mismo día de los atentados una prueba tan sofisticada, pueda hacerlo sin poseer una información de primera mano de lo que ha ocurrido, una información que en esas primeras horas no tenía absolutamente nadie, salvo que estuviera implicado en los atentados. Más creíble me parece la hipótesis de un error de coordinación. Quienes idearon y dirigieron el asesinato masivo del 11-M no fueron, con toda probabilidad, aficionados. Pero precisamente los errores de coordinación suelen ser inherentes a las organizaciones integradas por especialistas en diferentes materias (logística, explosivos, información, destrucción de huellas, creación de pruebas falsas, etc). Por ejemplo, en los servicios secretos.
La mochila de Vallecas, disculpen mi insistencia, difícilmente se pudo improvisar en las escasas veinte horas que median entre los atentados y su hallazgo en la comisaría. Y además todo indica que no fue la única prueba falsa o manipulada. Las irregularidades en la investigación de los atentados del 11-M fueron algo más que el intento de unos policías oportunistas y sin escrúpulos que vieron la ocasión de hacerle la cama al gobierno para influir en las elecciones del 14-M. Son parte misma de los atentados, o al menos, mientras no sepamos toda la verdad, tenemos todo el derecho del mundo de pensarlo. De pensar lo peor.