Quien va a una manifestación para oponerse al "sistema", para criticar el capitalismo y exigir "verdadera" democracia, y se sorprende de que se produzcan actos vandálicos, destrucción de mobiliario urbano y agresiones a la propiedad; quien se sorprende de encontrarse de repente en medio de una batalla campal entre los agitadores profesionales y la policía... definitivamente, tiene que ser un perfecto idiota. Y si además ha llevado a sus hijos pequeños a la manifestación, es un completo irresponsable.
Leyendo la crónica de El Mundo sobre los altercados en Roma, uno no puede evitar indignarse, pero de verdad, no como estos niños malcriados que exigen que los contribuyentes les sigamos costeando la regalada vida que han venido disfrutando hasta ahora. La corresponsal, Irene Hernández, chapotea en todos los tópicos buenistas: "la inmensa mayoría de las cerca de 150.000 personas que participaron en manifestación de los indignados (...) lo hicieron de manera pacífica"; los estragos solo son atribuibles a "un pequeño grupo de unos 300 vándalos. (...) El ambiente era de protesta, sí, pero festivo." Conmovedor.
Claro que había "un siniestro grupo de unos 50 tipos (...) vestidos de los pies a la cabeza de negro, varios con la cabeza cubierta con cascos de moto, otros con gafas de sol con cristales negros. Todos con el rostro indefectiblemente cubiertos." Fueron estos sujetos quienes empezaron a saquear un supermercado, para proseguir luego la violencia con rotura de escaparates, incendios de coches, profanación de iglesias (estos debían ser españoles, seguro) y ataques brutales a la policía, poniendo en riesgo las vidas de al menos dos agentes que, por poco, escaparon de un furgón en llamas. Según el alcalde de Roma, se trataría de miembros de "grupos bien organizados que se han infiltrado en la manifestación". ¡No me diga! Así que no fueron pacíficos padres de familia quienes destrozaron todo a su paso... Vaya, vaya.
Quién lo duda, la mayoría de los manifestantes eran gente candorosa y pacífica. Pero en su candor y su mansedumbre, una y otra vez, sistemáticamente, se dejan utilizar por los agitadores profesionales, tanto en las manifestaciones antiglobalización como en las del movimiento del 15-M, tan parecidas. Son los tontos útiles de la extrema izquierda, los que luego lloran ("¡pero si yo no he hecho nada malo!") cuando les cae algún porrazo en una carga policial; son los panolis que se tropiezan con los cordones de las zapatillas cuando hay que echarse a correr frente a los antidisturbios, como los típicos americanos que todos los años van a los sanfermines a jugar a ser Hemingway y un toro acaba revolcando por el suelo: Por gilipollas.
¿Cuándo se enterarán algunos de que ir a una manifestación contra el capitalismo, y contra la actual democracia representativa, no es ningún juego? Es peligroso, y no solo porque es la ocasión que están esperando los extremistas para incendiar las calles, sino porque en sí misma, la ideología que subyace a estas propuestas buenistas, es siempre la justificación de toda dictadura. En los lemas de apariencia naif de las pancartas se apuntan medidas que, de traducirse a la práctica, destruirían libertades esenciales de nuestra civilización. Uno no puede sencillamente apuntarse a una manifestación antisistema y no hacerse responsable de las consecuencias de esa manifestación, simplemente por el procedimiento de declararse retóricamente en contra de la violencia. Uno no puede jugar a la revolución y luego lamentar que se rompan cristales y cosas peores.
Nadie niega el derecho a la manifestación. Pero también existe el deber moral de elegir a qué manifestaciones se va. Si aquí en España no ha ocurrido lo mismo que en Italia posiblemente sea porque todavía no gobierna la derecha. Después del 20-N, veremos cómo se ponen las cosas. Y quien acuda a las manifestaciones que entonces se convoquen, por favor, que no nos venga con el cuento de sus tiernas intenciones, que ya somos mayores de edad. Si vas a una discoteca y le sonríes a la novia de un macarra, luego no te quejes si te rompen esa cara de buen chico. ¿O nunca te dio ningún consejo tu padre?