"La fiebre del oro (...) tiene su origen en la evolución del ser humano, que comienza de [sic] una imaginaria Arcadia feliz y, empeorando, llega al capitalismo. En él se devoran los hombres unos a otros, lo mismo que al principio pero de otra manera. La supervivencia exige la competitividad. Antes, el necesitado por hambre mataba un animal y se lo comía más o menos crudo. Ahora la sociedad, inaplacable, exige otros métodos y un mercado de valores. En él se mueven algunos hombres no sólo para tener dinero, sino para tener más dinero que los de alrededor y los de arriba: el apetito saciado con un animal ha pasado de moda."
¿Es la redacción de un escolar incluida en la Antología del disparate? ¿Son las palabras improvisadas de un transeúnte entrevistado por alguna cadena de televisión? ¿Forma parte de la perorata de un borracho inspirado, escuchada en el bar de la esquina? ¿O es una parodia del discurso sobre la Edad Dorada del Quijote, puesta en boca del grotesco personaje de alguna novela de Eduardo Mendoza?
Pues no, esto pertenece al tipo de cosas que escribe Antonio Gala en El Mundo, concretamente, el pasado jueves 17 de diciembre. Increíble, pero cierto. En este país, por lo visto, basta con ser famoso para que ya nadie te exija un mínimo de calidad literaria, no digamos intelectual. (No ocurre sólo con Antonio Gala; nunca llegué a leer a un importante escritor catalán, fallecido hace poco, porque perpetraba tales adefesios en una columna de un diario de Barcelona, que mató para siempre cualquier amago de curiosidad que pudiera sentir por su obra.)
Si a ello añadimos el antisemitismo de este pobre hombre, comprenderéis que nunca vaya a leer ningún libro suyo. Por ética y sencillamente por estética.