Hace medio siglo, John Kenneth Galbraith acuñó la expresión "sabiduría convencional" para referirse a aquel conjunto de ideas que han alcanzado la máxima aceptabilidad social en un determinado momento, incluso aunque los hechos se empeñen en contradecirlas. El economista norteamericano consideraba, en su famoso libro La sociedad opulenta (1958), que después de la segunda guerra mundial, la sabiduría convencional en los Estados Unidos era el resultado de una extraña amalgama de liberalismo clásico y keynesianismo. Él mismo -reconocía- había sido un keynesiano fervoroso, hasta que llegó a la conclusión de que los seguidores de Lord Keynes mantenían una especie de pacto no escrito con los defensores del mercado: Estos cedían ante la expansión del déficit (en el contexto del gasto defensivo que demandaba la guerra fría), y aquellos no exigían subidas de impuestos ni incrementos del gasto social o medioambiental, coincidiendo ambos en la veneración del crecimiento económico.
Galbraith, como buen socialista, pensaba que el renacimiento del mercado en la posguerra era un error, la clase de discurso que la gente (sobre todo si es adinerada) gusta de escuchar porque le permite seguir disfrutando de bajos impuestos, cerrando los ojos ante el riesgo de que los desequilibrios supuestamente provocados por el mercado acaben minando su propia prosperidad. Más tarde incluso confesó que el lanzamiento del Sputnik soviético le había animado a publicar su libro, al interpretar el acontecimiento como una demostración de que el modelo norteamericano, basado en la libre empresa y el gobierno limitado, no tenía tantas razones para la autocomplacencia. De este modo, con un estilo no exento de brillantez, Galbraith se constituía en realidad en un divulgador de la nueva sabiduría convencional socialdemócrata, un abogado de la "buena disposición para establecer impuestos y para pagarlos", y de las regulaciones económicas y medioambientales.
En efecto, hoy la sabiduría convencional coincide mucho más con las propias ideas de Galbraith que no con las que él criticaba. Equivale en gran medida a eso que yo he llamado (véase la cabecera de este blog) "paradigma seudoprogresista", aludiendo a Kuhn. Sin embargo, la expresión del economista posee la virtud de referirse con más propiedad a ese conjunto de extendidas creencias que abrigan incluso las masas más ignorantes o indiferentes. Es "lo que todo el mundo dice", aquello que la mayoría de personas, de todos los niveles culturales, leerá o escuchará en los medios de comunicación o en las tertulias de bar, sin ponerlo en duda ni por instante. Es más, sin que se le ocurra siquiera esa posibilidad, como ante proposiciones del tipo "la Tierra es redonda" o "el agua del mar es salada".
La característica fundamental de la sabiduría convencional es que nace como una interpretación culta de los hechos, y acaba sustituyéndolos. De ahí que sea adoptada masivamente, porque la mente humana necesita mucho menos esfuerzo para tratar con interpretaciones (simplificaciones) de la realidad, que no con la realidad misma. Cada momento histórico tiene su propia sabiduría convencional, que es abandonada, no cuando los hechos la contradicen flagrantemente (aunque eso acaba ayudando) sino cuando aparece una nueva interpretación, un nuevo paradigma lo suficientemente sugestivo y fácilmente popularizable.
El Dogma Básico de la sabiduría convencional actual (en adelante, DB) es desde luego muy fácil de comprender, incluso por la mente más obtusa, y tiene además la capacidad de halagar nuestra buena consciencia haciendo que nos sintamos un poco mal a ratos, y de manera perfectamente controlada y soportable. Cuánta probreza hay en el mundo... Qué verguënza que nadie haga nada... Cada vez está todo más contaminado... De seguir así, nos cargaremos el planeta... Son expresiones que parafrasean al DB, que podría fijarse aproximadamente así:
En el mundo cada vez hay más pobreza, y el medio ambiente se deteriora de manera creciente, por culpa de la acción humana descontrolada.
Por supuesto, el DB es completamente falso: No se corresponde en absoluto con los hechos. En el mundo, durante las últimas décadas, el número de pobres no ha dejado de disminuir, y las economías desarrolladas cada vez son menos agresivas con el medio ambiente, se reducen más los niveles de polución y se produce un aprovechamiento más eficaz de las materias primas, no sólo ni principalmente por el reciclaje, sino sobre todo por las innovaciones tecnológicas. Estos son hechos que, con las lógicas diferencias y excepciones locales, están ahí, y podemos conocerlos a través de las publicaciones estadísticas oficiales, y de los expertos que saben moverse entre la selva de los datos para ofrecérnoslos a los ignaros. Para limitarme sólo a un par de ejemplos muy conocidos, mencionaré el libro de Johan Norberg, En defensa del capitalismo global, para el aspecto económico, y el blog de Antón Uriarte, CO2, principalmente centrado en el cambio climático.
Pero como he dicho, informarse sin esquemas preconcebidos requiere un esfuerzo considerable. Es mucho más fácil, y por ello es lo que hacemos casi todos, seleccionar los hechos que confirman nuestro marco teórico previo e ignorar, olvidar o desacreditar aquellos que nos desconciertan momentáneamente porque no encajan en él. Y esta es una tendencia que puede observarse, en diferentes grados, tanto en el lector común de periódicos (que empieza ya, a menudo, por serlo de uno solo, el que más se ajusta a su manera de pensar) como en los avezados científicos (y descarados manipuladores) del CRU británico.
Existe además una razón específica por la cual el DB es especialmente difícil de combatir. Cuando uno niega que en general cada vez haya más pobres, o que la situación medioambiental, globalmente considerarada, se agrave año tras año, es difícil no provocar la sensación de ser una persona insensible ante las injusticias y los desastres ecológicos que, quién lo niega, se producen en el mundo. Y viceversa, el mero hecho de sostener lo contrario, independientemente de si se ajusta a los hechos o no, confiere un marchamo de integridad moral aparentemente indiscutible.
De hecho, podría pensarse, más allá de la verdad o falsedad del DB, que sus efectos podrían ser beneficiosos, al mantenernos en una tensión autocrítica que nos impulsa a no conformarnos con los males del presente. Sin embargo, en realidad sucede todo lo contrario: El DB de la sabiduría convencional contribuye trágicamente a agravar aquellos problemas que denuncia.
La historia del siglo XX ha demostrado rotundamente que la pretendida alternativa al sistema económico dominante, el socialismo, no sólo ha sido un completo fracaso, sino que ha venido acompañado de una violencia estatal sin precedentes: Cien millones de muertos por ejecuciones, deportaciones o colectivizaciones forzosas es el balance de menos de un siglo de "socialismo real" en la Unión Soviética, China y los demás países que adoptaron alguna variante de credo marxista como religión oficial. El DB, sin embargo, tiende a relativizar esta evidencia, culpando al capitalismo salvaje (el comunismo debe ser civilizado) de males sin cuento, de la muerte de millones de personas por hambre todos los años, y del apocalipsis climático, o lo que se ponga de moda la próxima década. Es decir, presentando como insostenible y atroz al sistema que ha producido las mayores cotas de prosperidad de la historia, y los avances tecnológicos que han cambiado la vida de millones de personas. Si no fuera por la fuerza del DB, las políticas estatalistas que perpetúan la pobreza y la dependencia, y limitan el crecimiento, gozarían comparativamente de mucho menos prestigio, y serían vistas por las masas de muchos países exactamente como lo que son: Un freno a sus aspiraciones de prosperar y de disfrutar sin trabas de los frutos de su propio esfuerzo, mientras ciertas minorías se enriquecen fabulosamente gracias a sus vínculos con corruptos gobernantes.
El DB es, en resumen, la gran coartada de los políticos (con las honrosas excepciones) y los burócratas de la ONU para imponer recortes de la libertad individual y encima presentarse como salvadores. Aunque la izquierda es la principal usufructuaria de la sabiduría convencional (de ahí su hegemonía cultural), tampoco la derecha es completamente inocente, tanto por acción (ahí están esos líderes conservadores que hacen suyo el discurso algoriano) como por omisión, por eludir enfrentarse, en tantas ocasiones, a los dogmas establecidos.
La importancia creciente que ha cobrado en las últimas décadas el ecologismo (no confundir con la ecología) se debe, en parte, a la evidencia cada vez más difícil de eludir del fracaso del comunismo. Es preciso, para todos aquellos que se niegan a aceptar la superioridad del mercado libre, convertirlo en culpable de la destrucción del mundo, sea por el agotamiento de los recursos, la desertización, el agujero de ozono o la fusión de los casquetes polares. Se olvida deliberadamente que los mayores desastres ecológicos, como el de Chernóbil, se han producido en países comunistas. Pero tanto las monsergas ecologistas como el discurso de la brecha Norte-Sur tienen la misma función: Desacreditar el sistema de libre mercado y la globalización.
Por otra parte, la crisis económica ha dado nuevos argumentos a los estatistas. Piden nuevas regulaciones, que se suman a las impuestas para luchar contra el cambio climático, como si las regulaciones monetarias y financieras que han sido las causantes de la crisis no tuvieran nada que ver con las autoridades políticas. Y si sus políticas de intervencionismo, de gasto y de endeudamiento prolongan la crisis, da lo mismo. Cuando se salga de ella, los gobiernos se atribuirán el mérito, y durante décadas nos estarán recordando la profundidad y duración de la crisis para advertirnos de los peligros del mercado no sujeto a su control.
La persistencia del DB no se puede explicar sólo por la inercia o la pereza intelectual. Si los medios de comunicación no actuasen como sus más entusiastas reforzadores, posiblemente ya habría sido sustituido por otra visión de la realidad, inevitablemente simplificadora, pero más acorde con ella y menos embrutecedora. Hoy, inusualmente, he visto un informativo de la televisión. Cuando hablaban de la cumbre de Copenhague, por un momento pensé que iban a referirse al escándalo del Climategate: El presentador se refería a una polémica causada por... ¿Lo creerán? Unos árboles de Navidad que al parecer las autoridades danesas habian retirado para no ofender a los activistas ecologistas presentes en las inmediaciones del evento. (La cadena era Antena 3, pero da lo mismo, todas son iguales.)
Nos encontramos claramente en una sociedad dividida en dos clases de ciudadanos. Quienes nos informamos habitualmente a través de internet, y quienes sólo ven la televisión y, en el mejor de los casos, leen algún periódico impreso. Hay indicios de que entre los primeros el contenido de la sabiduría convencional puede por fin estar cambiando. Pero mientras los segundos continúen secuestrados por los medios de comunicación tradicionales (con alguna, también aquí, honrosa excepción) será difícil que se produzca un retroceso del intervencionismo estatal. Al final, de tanto decir que el mundo va de mal en peor, puede que acabe siendo cierto, pero por razones distintas a las que nos vienen pregonando: Por culpa de quienes pretenden erigirse en sus salvadores.
ACTUALIZACIÓN 4-03-10: Esta entrada ha servido de base a mi artículo "La sabiduría convencional de nuestro tiempo", publicado por Semanario Atlántico.
martes, 8 de diciembre de 2009
El Dogma Básico de la sabiduría convencional
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