Sería totalmente insuficiente limitarnos a erradicar los crucifijos de las escuelas, como han propuesto ERC y el PSOE. ¿Se ha reflexionado suficientemente sobre los dañinos efectos que pueden tener sobre las inocentes mentes infantiles las tradicionales celebraciones navideñas? Tal como proponía recientemente un organismo consultivo de la Generalitat, urge eliminar el propio término Navidad, para que sea sustituido por la mucho más higiénica expresión "Vacaciones de Invierno".
¿Y qué decir del cómputo de los años tomando como referencia el nacimiento de Cristo? No podemos seguir tolerando que nuestra juventud inerme continúe recibiendo esa nefasta influencia clerical. En adelante, el calendario deberá regirse por algún acontecimiento que realmente suponga un avance en la Historia de la Humanidad, como por ejemplo, el nacimiento de Obama, o de Zapatero. Mejor aún, que cada comunidad autónoma tenga su propio Fundador, Sabino Arana los vascos, Francesc Macià los catalanes o Blas Infante los andaluces.
Por supuesto, la reforma del tiempo debe ir acompañada del espacio, más exactamente de la toponimia. ¡La de estragos que causan entre las jóvenes generaciones esas pérfidas alusiones al santoral que abundan en nuestra geografía, todos esos San y Santa antepuestos a tantas poblaciones! Por no hablar de casos tan hirientes como Santa Cruz de Tenerife, en cuyo lugar propongo Ciudad Tenerife.
Tenemos una ímproba tarea por delante. Aún no ha llegado el día en que nadie se llamará José, María, Jesús o Pedro, sino Sostenibilidaz o Res-pe-tó! En que ya no habrá ni un solo cura o una sola monja y todas las iglesias habrán sido derruidas o convertidas en ludotecas. En que los niños serán educados libres de prejuicios tan absurdos y an-ti-guóss! como que existen normas morales que ni siquiera la voluntad democrática de la mayoría puede cambiar. Todavía no ha llegado ese mundo feliz en que no habrá sentimientos de remordimiento ni culpa, y nadie se preocupará vanamente por el sentido de la existencia ni pensará diferente de los demás, a causa de peregrinas ideas debidas a la interferencia de los padres o difundidas por libros.
Vivimos todavía en una fase primitiva de la evolución, en la cual errores venerables y decrépitos siguen transmitiéndose por culpa de prejuicios liberales que impiden al Estado controlar por completo la producción cultural, depurando toda insana concepción que no sea acorde con la verdad científica. Una fase en la cual todavía el rancio humanitarismo de raíz judeocristiana impide reducir la población humana a un tercio de la actual, para alcanzar la sos-te-ni-bi-li-daz y proteger la bio-di-ver-si-daz. Vivimos en un tiempo donde millones de habitantes del planeta todavía creen que pueden tener los hijos que les dé la gana, educarlos como quieran, comer y beber lo que les apetezca o desplazarse en el medio de transporte que elijan. Y además hay millones de otros que no pueden permitirse esos lujos indecentes, pero aspiran a conseguirlo para sí o para sus hijos.
Todo esto tiene que acabar, pero no podemos cometer los errores del pasado. Debemos ir introduciendo gradualmente las nuevas ideas que liberarán al hombre de las supersticiones antisociales. Nada de matar curas ni quemar iglesias como en el año 24 aZ. Poco a poco, el control sistemático de la educación y los medios de comunicación nos permitirá alcanzar nuestros objetivos de manera suave e indolora, salvo los inevitables excesos esporádicos que implica la marcha imparable del Pro-gre-ssó!