Hoy se celebra en 166 municipios catalanes, que suponen aproximadamente el 10 % de la población de Cataluña, un referéndum separatista. Previsiblemente los votos a favor de la independencia se moverán alrededor del 90 %, porque la gran mayoría de los habitantes de esas poblaciones se abstendrá. O dicho de otro modo, casi todo aquel que se va a molestar en ir a votar, será independentista.
Esto no evitará que, con un voto afirmativo de menos de un 10 % de la población, los organizadores del referéndum lo vayan a vender como un triunfo del independentismo. Y lo jodido es que tendrán razón. Sabiendo que la mayoría de independentistas acuden a votar, aquellos que están en contra de la creación de un Estado catalán, y se hallan empadronados en alguno de los municipios participantes, deberían acudir a votar a favor del No. Es decir, el separatismo, como cualquier posición política, ha ganado la partida desde el momento que certifica que ni siquiera quien está en contra se va a manifestar, o lo hará sólo cuando ya sea demasiado tarde.
No me sirve el argumento de que el referéndum es ilegal, y por tanto participar en él es conferirle legitimidad. Sabemos por anticipado, primero, que los independentistas acudirán a votar probablemente casi todos. Y segundo, que el gobierno no se atreverá a impedir la celebración de las consultas. Que los que están en contra renuncien entonces a expresar su voto, es como si alguien me intenta robar la cartera, y no me resisto porque de todos modos, su posesión será ilegítima. ¡Valiente consuelo, si después nadie es capaz de devolvérmela!
Sin embargo, para oponerse al separatismo, hay que empezar por no caer en la trampa del lenguaje. Ellos han conseguido imponer el término independencia y sus derivados, que yo mismo no he podido evitar utilizar. Pues no, debemos acostumbrarnos a hablar de separatismo, porque el término independencia se ha revestido de una engañosa connotación de libertad. Precisamente quienes estamos a favor de la libertad de los catalanes, desconfiamos de la creación de un nuevo Estado, sobre cuya naturaleza intervencionista no tenemos ninguna garantía de que vaya a ser inferior a la del Estado con sede en Madrid, sino más bien lo contrario. Si Cuba fuera en un futuro un Estado dentro de los Estados Unidos de América, ¿sería más libre o menos que ahora, que es "independiente"? Cierto que hay ejemplos, como por ejemplo el de Estonia respeto a Rusia, en los que la separación ha tenido efectos beneficiosos para los habitantes del nuevo Estado. Pero lo único que se deduce de ello es que, a priori, no hay ninguna razón por la cual la separación deba ser buena o mala para la libertad, y mucho menos para confundir ambas cosas.
En el caso de Cataluña, lo que está claro es que un gobierno autónomo que es capaz de sancionar a un negocio por no poner en su escaparate "Pisos en venta" en catalán (vamos a suponer que si lo hubiera puesto en chino, y no en español, igualmente sería multado, aunque lo dudo), no permite abrigar muchas esperanzas de que va a ser más liberal cuando se convierta en un Estado soberano.
Es mentira que quienes nos oponemos a la separación de Cataluña seamos todos nacionalistas españoles. Habrá quienes sí lo sean (y desde luego, tienen el mismo derecho a expresarse que los nacionalistas catalanes), pero se puede perfectamente no tener una idea esencialista de España, y al mismo tiempo creer que nos irá mejor dentro de ella, o por lo menos invocar el principio conservador de "más vale malo conocido..." Sólo hace falta que expongamos nuestros argumentos con claridad y coherencia, y que no nos dejemos seducir por la languidez suicida de estar más allá del bien y del mal de debates identitarios, y por ello ceder el terreno a quienes se los toman en serio. Lenin en esto tenía toda la razón: "Si no te ocupas de la política, la política se ocupará por ti".