Hay que admitir que estas afirmaciones son indiscutibles. Son el enunciado de meros hechos, preexistentes a cualquier valoración que se haga de ellos. Sin embargo, las conclusiones que extrae Rajoy de esas premisas objetivas, sí pueden ser discutidas. Porque la integración puede hacerse de diferentes maneras. Una, que es la suya, consiste en una mezcla sincrética de las distintas posiciones ideológicas, que sólo conduce a la confusión y la desorientación de su base social y a la utilización oportunista del discurso que más conviene en cada momento para alcanzar el poder o mantenerse en él. Otra consiste en tratar de encontrar un eje ideológico vertebrador que permita converger a las distintas posiciones en lo fundamental, sin que ello suponga renunciar a matices diferenciadores, que pueden mantenerse sin ninguna necesidad de ambigüedades conciliadoras en las cuestiones fundamentales.
Si alguien duda a estas alturas del carácter sincretista, de aguachirle, de la ideología rajoyana, léase el pasaje de su discurso que reproduzco a continuación:
"Pero además, yo quiero deciros una cosa: yo creo en la libertad, he creído toda mi vida en la libertad, porque es el fundamento de la dignidad de la persona y porque creo en la libertad como motor de progreso. Quien genera riqueza y bienestar no es el Estado, sino es la gente. Y el Estado está para ayudar y generar condiciones para que la gente y las personas lo puedan hacer. Creo en más cosas que en la libertad, creo en la igualdad de derechos y oportunidades, porque sin igualdad de derecho y oportunidades no hay libertad. Y yo creo que el Estado tiene que ayudar a aquellas personas a las que no les va tan bien. Yo creo en la educación pública y en la Sanidad pública y en un sistema de pensiones público y si alguien no cree en un sistema de pensiones público –porque este debate ya lo hubo en España- que lo diga.
Libertad sí, pero hay gente en la sociedad a la que las cosas le van mejor o peor, que pueden tener mala suerte o pueden no ser tan listos y ahí se necesita la solidaridad y la cohesión. Y yo eso lo voy a defender, porque es lo que creo."
Es decir, Rajoy cree que la libertad, por sí sola, es insuficiente para promover la prosperidad general. Cree que se necesitan unos servicios públicos esenciales, sin los cuales mucha gente quedaría excluida de esa prosperidad. Es muy dudoso que Esperanza Aguirre, a quien están dirigidas esas palabras, no esté a favor del sistema de pensiones público. Pero si por ventura creyera, como lo hacemos algunos, que a la larga es insostenible, y que debemos caminar hacia su privatización, pasando por una etapa mixta de transición, está claro que tendría a Rajoy en contra. Y en esto, el actual líder del PP ha procedido de manera muy parecida a la de Solbes, cuando en su debate televisivo con Pizarro, trató de acorralar a éste exhumando unas supuestas declaraciones del turolense en apoyo del sistema chileno de pensiones. Nada nuevo bajo el sol, desde los tiempos en que el felipismo ganaba una y otra vez las elecciones con el estribillo de "la deresha oz va a quitá lah penzione".
En definitiva, todo esto equivale a decir que los socialistas tienen razón. Un poco de capitalismo está bien, pero controlado. El PSOE actual a fin de cuentas no propone derribar el sistema capitalista, del cual a fin de cuentas se alimenta, ni más ni menos que como lo pueda hacer el Partido Comunista chino. ¿Por qué entonces deberíamos preferir a Rajoy sobre Zapatero? ¿Por el asunto de las negociaciones con ETA? El problema es que, una vez hemos aceptado que un brumoso ideal de justicia social justifica recortar la libertad económica de los ciudadanos, y obligarles a costear un ruinoso sector público, ¿por qué no podemos justificar cualquier iniquidad en nombre de un no menos vaporoso concepto de paz? La inconsistencia ideológica en un determinado campo sencillamente no puede traer nada bueno en los adyacentes. Sobre cimientos falsos no puede construirse nada sólido, y además se amenaza a las construcciones contiguas.
Más allá de Rajoy y de Zapatero, hay otros mundos. En una próxima entrada trataré de desarrollarlo.
Es decir, Rajoy cree que la libertad, por sí sola, es insuficiente para promover la prosperidad general. Cree que se necesitan unos servicios públicos esenciales, sin los cuales mucha gente quedaría excluida de esa prosperidad. Es muy dudoso que Esperanza Aguirre, a quien están dirigidas esas palabras, no esté a favor del sistema de pensiones público. Pero si por ventura creyera, como lo hacemos algunos, que a la larga es insostenible, y que debemos caminar hacia su privatización, pasando por una etapa mixta de transición, está claro que tendría a Rajoy en contra. Y en esto, el actual líder del PP ha procedido de manera muy parecida a la de Solbes, cuando en su debate televisivo con Pizarro, trató de acorralar a éste exhumando unas supuestas declaraciones del turolense en apoyo del sistema chileno de pensiones. Nada nuevo bajo el sol, desde los tiempos en que el felipismo ganaba una y otra vez las elecciones con el estribillo de "la deresha oz va a quitá lah penzione".
En definitiva, todo esto equivale a decir que los socialistas tienen razón. Un poco de capitalismo está bien, pero controlado. El PSOE actual a fin de cuentas no propone derribar el sistema capitalista, del cual a fin de cuentas se alimenta, ni más ni menos que como lo pueda hacer el Partido Comunista chino. ¿Por qué entonces deberíamos preferir a Rajoy sobre Zapatero? ¿Por el asunto de las negociaciones con ETA? El problema es que, una vez hemos aceptado que un brumoso ideal de justicia social justifica recortar la libertad económica de los ciudadanos, y obligarles a costear un ruinoso sector público, ¿por qué no podemos justificar cualquier iniquidad en nombre de un no menos vaporoso concepto de paz? La inconsistencia ideológica en un determinado campo sencillamente no puede traer nada bueno en los adyacentes. Sobre cimientos falsos no puede construirse nada sólido, y además se amenaza a las construcciones contiguas.
Más allá de Rajoy y de Zapatero, hay otros mundos. En una próxima entrada trataré de desarrollarlo.