sábado, 12 de abril de 2008

Iconos progres


El icono del Che hace tiempo que ha sido desmontado, aunque algunos sigan sin enterarse. El icono de Salvador Allende, aunque tampoco es que tenga una base muy consistente que digamos, puede parecer más difícil de remover. La razón es comprensible. Allende murió, con el fusil en la mano, durante el violento golpe de Estado apoyado por Estados Unidos y dirigido por el general Pinochet, que implantó una brutal dictadura. Los éxitos económicos del régimen militar, así como su autodisolución después de quince años, no pueden hacer olvidar las graves violaciones de los derechos humanos que perpetró.

Sin embargo, la imagen de Salvador Allende como un presidente irreprochablemente democrático, cuyos ideales fueron tronchados por la bárbara reacción imperialista, no puede ser más falsa. Allende trató de implantar un régimen socialista en Chile. Nada más ser elegido presidente, anunció la nacionalización de la banca, la creación de tribunales populares al estilo cubano, y fueron indultados varios terroristas de extrema izquierda.* Pronto siguieron ocupaciones violentas de fincas, organización de grupos armados afines al gobierno, planes de control del poder judicial y de la prensa, etc. Todo ello en medio de algo más que gestos de acercamiento a Castro y la URSS, y en un clima de huelgas y profunda crisis económica provocada por las disparatadas medidas socialistas del gobierno. No es exagerado decir que Allende estaba dispuesto a correr el riesgo de una guerra civil. De hecho, llegó a declarar que si la hubiera, "la ganaríamos".**

Pero más que esta apretada síntesis, un retrato inigualable del personaje nos lo daba hace poco un artículo de Hermógenes Pérez de Arce, quien nos relata cómo Allende arrebató el periódico
Clarín a su propietario, pese a que éste le apoyó en su campaña electoral contra la derecha, o precisamente por ello. Se presenta en su casa a cenar, rodeado de su guardia armada con metralletas, y le espeta:

"Conmigo no vas a hacer lo que has hecho con Ibáñez y Frei. Te hago matar, culpo al imperialismo, te declaro héroe nacional, te rindo honores de general en el cementerio y hablo en tus funerales. Ya lo sabes."

No le hizo falta aplicar su maquiavélico plan, porque el propietario, que no debía ser tonto, se largó a España.

Así las gastaba Salvador Allende, ese mártir de la democracia.

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* César Vidal,
La estrategia de la conspiración, Ed. B, 2000, págs. 285-286.

** Ibid., pág. 292.