Hemos tenido cuatro años de un gobierno socialista que ha perpetrado el mayor asalto de las últimas tres décadas contra el Estado de Derecho, incumpliendo la Ley y maniobrando para controlar el poder judicial y todas las instituciones teóricamente independientes. Un gobierno que ha llegado a pactar un cambio político con la propia organización terrorista ETA, premiando así sus cuarenta años de crímenes. Un gobierno que ha tratado de excluir por todos los medios a la oposición mayoritaria, mostrando su aversión a los católicos (mientras recibía el apoyo de los musulmanes) y a las propias víctimas del terrorismo, incluyendo medidas de acoso político y judicial contra el dirigente que les resultaba díscolo. Un gobierno que ha dejado una situación económica mucho más precaria que aquella con la que se encontró en 2004, pese a partir de condiciones indiscutiblemente más favorables que las de 1996, cuando llegó al poder José María Aznar.
Pues bien, a pesar de todo ello, sorprendentemente, la oposición ha sido incapaz de convencer a la mayoría de españoles de que era preciso apartar del poder al partido socialista. ¿Qué ha ocurrido? Es bien sencillo. Se ha dado una confluencia de dos factores cuya combinación resulta prácticamente imposible contrarrestar.
Por un lado, una abrumadora mayoría de los medios de comunicación, sobre todo de las televisiones y radios, están al servicio del gobierno, o al menos se desviven para no indisponerse con él. Y por otro, en mi opinión mucho más importante, la oposición no ha presentado una verdadera alternativa ideológica al partido en el poder. La derecha se ha limitado a decir, en esencia, que los otros lo han hecho muy mal, y que ellos sí que lo harán bien. El PP no se ha cansado de decir, con toda la razón, que no se puede negociar con una organización criminal, pero apenas ha explicado por qué, o al menos no ha sabido hacer llegar sus argumentos a un número suficiente de compatriotas. Muchos españoles han creído estúpidamente que la negociación estaba justificada si con ello se conseguía la paz. No se les ha explicado adecuadamente que esa paz sería una tremenda estafa, que al aceptar como interlocutores políticos a los asesinos, se está hipotecando a las generaciones futuras a cambio del apaciguamiento presente, lanzando el mensaje a todos los terroristas actuales y venideros de que su estrategia criminal acaba dando sus frutos. El Partido Popular no lo ha explicado bien, se ha limitado a encastillarse en un posición moral dignísima y loable, pero que en una sociedad como la actual, en la que el relativismo hedonista ha hecho estragos, no ha atraído los apoyos suficientes.
Si ante una cuestión como la del terrorismo, que hubiera sido la más fácil de explicar, se tuvo pereza para emprender una decidida labor de pedagogía, de machacar con argumentos que son elementales pero que –insisto- en una sociedad aborregada como la nuestra no pueden darse desgraciadamente por sabidos, no digamos ya en el tema fundamental de la economía. El Partido Popular ha dicho que bajará los impuestos como quien concede una graciosa ayuda al contribuyente, cuando en realidad se trata de dar más libertad a los ciudadanos, disminuyendo la presión fiscal y el intervencionismo, para generar más riqueza y empleo, y con ello beneficiar a todos, pero principalmente a los de rentas más modestas, que son quienes en términos absolutos experimentan el mayor incremento de bienestar con una política liberal. No han explicado que si el socialismo genera miseria, no es porque sus representantes sean malos gestores, sino porque se basa en principios equivocados, porque pretende conseguir la igualdad restringiendo la libertad, con lo cual se pierden ambas. Todo lo contrario, en muchas ocasiones, la derecha ha competido con los socialistas en promesas de intervencionismo, esto es, ha caído en el peor error político, que es convertirse en la fotocopia de un original encarnado por su adversario. Lógicamente, si a la gente no se le explica que el socialismo es nefasto, seguirá prefiriendo a quienes se proclaman orgullosamente socialistas que a quienes amontonan propuestas eclécticas con el deseo de agradar, pero sin dejar traslucir convencimiento.
¿Qué decir de la guerra de Iraq? Jamás han tratado de explicar por qué España apoyó a la primera potencia democrática del mundo para derrocar a Sadam Hussein. Que renunciar a democratizar un país porque los terroristas tratarán de impedirlo, representaría el suicidio de nuestra civilización. Que por desagradable que resulte enfrentarnos a la realidad, nos han declarado una guerra, y no tenemos más remedio que luchar. Se han limitado a esquivar la cuestión (“mirar al futuro”), al igual que con el 11-M, con lo cual han demostrado que ni ellos mismos tenían claro lo que otros no tenemos ningún problema en entender.
Por último, incluso en temas en los que la derecha lo tiene facilísimo para llevar la iniciativa, como el de la inmigración, se han despertado tarde. Han hablado (demasiado vagamente, pero al menos lo han hecho) de los valores del mérito y el esfuerzo, y han actuado en cambio como el mal estudiante que trata de prepararse el examen pocos días antes, con los resultados que tal método –o mejor dicho, carencia de método- permitían augurar. Todas las manifestaciones convocadas a lo largo de estos últimos cuatro años contra el gobierno han permitido mantener la moral de la derecha durante su travesía por el desierto, pero si alguien cree que han servido para ganar muchos adeptos nuevos, cuando la información que ha tenido gran parte de los españoles ha sido la proporcionada por RTVE o Tele5 (resumiendo, que se trataba de reuniones de fachas con las banderitas españolas) es que es un iluso rematado.
Por todo ello, la derecha debe renovarse profundamente. Debe abandonar su retórica trivial de moderación y buena gestión (que como el valor, se le supone) y sustituirla por un discurso de ideas y argumentos, combatiendo sin cuartel los mitos del seudoprogresismo en todos los foros. Y este proceso pasa inevitablemente, para su plasmación en la práctica, por una renovación de personal. Rajoy, que es una persona incomparablemente más preparada que Zapatero y que, con las limitaciones expuestas, ha hecho una meritoria labor... sintiéndolo mucho, debe irse. Y con él, con más motivo, toda la panda de dirigentes quemados y asesores incompetentes que le rodean. Ellos representan la derecha alérgica al debate de ideas, que da por perdido de antemano, y que cree que los hechos de su actuación bastarán para convencer. Olvida que son las interpretaciones de los hechos lo que mueve a los seres humanos, y si se abandona el monopolio de tal interpretación a la izquierda mediática, jamás servirá de nada lo bien que se hagan las cosas. Basta con que aparezca cualquier imbécil de la farándula diciendo que se quiere exiliar de España porque no puede sufrir al gobierno conservador, y miríadas de ciudadanos de lecturas escasas o nulas y televisión excesiva se verán confirmados en la opinión, por éstas u otras declaraciones semejantes, que la derecha es el coco, sin importar que a su alrededor haya millones de empleados más que con la izquierda, ni ninguna otra evidencia por palpable que sea.
Sucesores de Rajoy, seguramente puede haber varios. Pero que reúnan las necesarias cualidades intelectuales y políticas, creo que sólo hay uno que destaque sobre el resto. Mi apuesta es por Esperanza Aguirre. Tenemos cuatro años para llevar a cabo la renovación de la derecha, en un sentido liberal-conservador y, lo que es mucho más importante, de la mentalidad de nuestra sociedad. Para ello necesitamos a una persona popular y con carácter, a alguien capaz no sólo de defender el ideario liberal-conservador sino de ponerlo en práctica, con lo que ello implica de oposición de toda la artillería de los medios y las brigadas de subvencionados. Nuestro objetivo no puede ser otro que la elección de Esperanza Aguirre como presidenta del gobierno en 2012. Sólo una meta tan ilusionante y ambiciosa, pero al mismo tiempo tan asequible, puede concentrar las fuerzas suficientes para transformar este país de la manada de ovinos que es ahora en una sociedad de ciudadanos orgullosos de su libertad. Podemos ponernos a discutir sobre personas, sobre caminos a seguir. Así desde luego perderemos el tiempo lastimosamente. Hay que empezar a trabajar desde ahora mismo. No basta decir que se tienen “las ideas claras”. Hay que explicar cuáles son esas ideas, y por qué son mejores que las de los otros. Y a la presidenta de Madrid la veo capaz de liderar esta tarea. No nos falles, Esperanza.