viernes, 21 de marzo de 2008

¿Vale la pena cambiar la ley electoral?

Algunos partidos, ya sea antes o después de las elecciones, han planteado la conveniencia de una reforma de la ley electoral.

Ante todo, mi opinión es que la democracia es un medio para cambiar de gobierno de forma pacífica, no un fin. La cuestión fundamental de la política es cómo limitar al máximo el gobierno (es decir, en última instancia, la coacción), no quién debe formar parte de él. El problema, por tanto, no lo veo tanto en la composición del legislativo, como en su función de mero apéndice del ejecutivo.

Dicho esto, analicemos la representatividad de los distintos partidos en el Congreso. Para ello, bastan unos sencillos gráficos como los que pueden verse a continuación. El primero nos muestra el porcentaje de votos y el porcentaje de diputados obtenidos por cada partido, y el segundo lo mismo, pero limitado a los partidos minoritarios para una mejor visualización.



Las conclusiones saltan a la vista. Son las siguientes:
  • El PNV es el partido más favorecido en su representatividad.
  • Los dos grandes partidos, PSOE y PP, resultan ligeramente favorecidos.
  • CiU es el partido cuyo porcentaje de escaños se corresponde de manera más ajustada a sus votos.
  • Los demás partidos nacionalistas o regionalistas no están sobrerrepresentados, sino al contrario (salvo NA-BAI).
  • IU y UPyD son los partidos más perjudicados.
De aquí se deduce que la opinión de que la ley electoral beneficia a los partidos nacionalistas, es una media verdad. Sólo puede afirmarse de manera rotunda del PNV.

Otra cosa es que su influencia en el ejecutivo sea excesiva, o que otros partidos minoritarios que no son nacionalistas estén mucho peor representados.

Lo primero me parece mal, pero no es achacable a la ley electoral en sí, aunque está claro que imponiendo unos porcentajes mínimos para entrar en el parlamento se podría atajar de manera drástica el problema. Pero con ello sólo se evitaría la cuestión de fondo, que es el papel de las Cortes como mera cámara de resonancia del ejecutivo que, en la práctica, les asigna la Constitución. No sólo eso: Posiblemente tendríamos un parlamento más cómodo para el partido gobernante, sea cual sea, lo cual no creo que sea un resultado deseable desde un punto de vista liberal.

En cuanto a lo segundo, que las minorías estén infrarrepresentadas, ni siquiera me parece que esté mal. No creo que la proliferación de siglas en el arco parlamentario sea necesariamente una garantía de mayor libertad. Ahí tenemos el ejemplo de Estados Unidos, donde verdaderamente existe una independencia del poder legislativo, y en cambio el bipartidismo es aún más acentuado que en nuestro país.