O al menos eso es lo que piensan muchos, incluyendo a las lumbreras de Génova 13.
Ser de izquierdas significa creer que es bueno que el Estado intervenga en la economía y en todos los ámbitos donde convenga. No importa que la experiencia demuestre una y otra vez que los países que limitan el intervencionismo estatal progresan más que los demás, mientras que todos aquellos que llevan las políticas socialistas a sus últimas consecuencias, se hunden en la miseria. El estatalismo triunfa en las mentes apoyándose en dos grandes construcciones míticas.
La primera, que todo el que se opone a él está motivado por turbios intereses capitalistas o bien por la defensa de privilegios. La fuerza persuasiva de esta aserción deriva en gran medida de su carácter de media verdad, en el sentido de que cuando los empresarios reclaman por ejemplo un mercado laboral más flexible, o cuando el clero se opone a determinadas reformas, hay en ello innegablemente una defensa de intereses particulares. Estos intereses por supuesto son legítimos, pero compiten en desigualdad de condiciones con los de una clase política que es mucho más hábil en presentar los suyos propios como idénticos al interés general, puesto que a fin de cuentas esa es su especialidad. Cuando uno quiere pagar menos impuestos, es que es un egoísta y un insolidario, pero cuando son los políticos los que pretenden meter la mano en nuestros bolsillos, resulta que son los defensores del pueblo y se merecen un monumento. Nadie diría que en ambos casos hablamos de ejemplares de la misma especie biológica.
El segundo gran constructo mítico es el del antiamericanismo. Puesto que Estados Unidos es la primera potencia mundial gracias, en gran medida, a que ha puesto muchos más límites al desarrollo del Estado paternalista que Europa, es imprescindible bombardear sin descanso con una propaganda negativa en sentido opuesto, presentándolo como un país imperialista en el exterior (mientras se relativizaba en el pasado el verdadero imperialismo, el soviético, y en la actualidad la amenaza islamista) y una sociedad injusta y violenta en el interior, estereotipo basado en una burda ignorancia y la repetición de tópicos que tienen más de un siglo.
El poder de esta ideología no reside, como acabo de sugerir, en su consistencia intelectual, sino en la capacidad del Estado para clientelizar a buena parte de la intelectualidad (profesores, profesionales de los medios de comunicación, artistas), que actúan como un ejército ideológico omnipresente que desde las aulas y las televisiones, principalmente, difunden la verdad del establishment.
Colabora poderosamente con la influencia de estos nuevos clérigos (pues en gran medida han sustituido el papel que antiguamente tenían los curas) una enseñanza pública de calidad decreciente, que hace que España continúe siendo un país con bajísimos índices de lectura y de conexión a Internet, en el que triunfa la peor especie de telebasura promovida directamente por progres millonarios como Sardá o Buenafuente. Entre mamarrachada de Chikilicuatre y edredoning de Tele5, se administra el chistecito sobre Bush o sobre la Iglesia y los contravalores socialistas se van instilando progresivamente en unas consciencias así embrutecidas por el pan y circo, lo que permite que sigamos dando alegremente al César lo que es del César: O sea, puesto que Dios no existe, todo.
¿Cómo oponerse al avance inexorable del Estado? Contra un poder sólo cabe enfrentar otro poder. Lo que a veces un tanto eufemísticamente se llama la sociedad civil consiste principalmente en grupos económicos lo suficientemente independientes, ya se trate de medios de comunicación, fundaciones, think tanks, etc como para poder disputar con el Estado, aunque sea levemente, su influencia sobre la población. El modelo es por supuesto los Estados Unidos, donde un sin fin de organizaciones, muchas veces sin ánimo de lucro, aunque ello no es condición indispensble, trabajan por que el Estado no siga creciendo, e incluso por reducirlo. Una de sus tareas prioritarias es desde luego mantener al partido republicano fiel a los principios liberal-conservadores.
En España está casi todo por hacer. Venimos de una dictadura originada por la reacción contra la revolución comunista de 1917-1936. Y ya se sabe que lo malo de las reacciones es que terminan pareciéndose mucho a aquello que las provoca. El franquismo estableció un Estado del Bienestar heredado y perfeccionado por el Partido Socialista Obrero Español, hasta el punto de que pretende haberlo creado él. Los españoles estamos acostumbrados a un mercado laboral rígidamente paternalista, con un elevado porcentaje de desempleados, y nos hemos vuelto demasiado pusilánimes ante las reformas liberalizadoras que precisamente podrían resolver ese problema. Nos hemos acostumbado a una Seguridad Social "gratuita" (o sea, pagada con nuestros impuestos) que cada día funciona peor, porque preferimos que los políticos administren nuestro dinero aun ganando menos, y teniendo unos servicios deficientes, que no tomar decisiones individuales sobre el mejor seguro médico a contratar, ganando salarios más altos. En fin, nos hemos acostumbrado a una precaria sensación de seguridad, ante la cual sacrificamos cualquier verdadera perspectiva de prosperidad y de libertad.
Esta situación no podrá revertirse, sino que seguirá empeorando, si los individuos más emprendedores y preparados no se deciden a apoyar las ideas liberales colaborando en la medida de sus posibilidades, y aportando cuantos más medios mejor. Mientras, los más modestos seguiremos agitando e importunando al Leviatán con nuestras picaduras de mosquito.