lunes, 24 de marzo de 2008

Mariano K

Anoche terminé de leer El desaparecido, de Kafka, quizás más conocida como América, aunque el editor de Valdemar, con buen criterio en mi opinión, ha optado por un título distinto del que impuso en su primera edición el famoso amigo del escritor de Praga, Max Brod.

La novela no alcanza la grandeza de sus más famosas El proceso y El castillo, pero todos los adeptos de Kafka reconocemos en ella al escritor nato que describe con penetrante psicología situaciones y personajes, así como el estilo inconfundible que sólo puede ser definido ostensivamente con el adjetivo kafkiano, porque es imposible reducirlo a ninguna de las incontables claves interpretativas que se han propuesto.

Tras llenar esta laguna en mi conocimiento de la obra kafkiana, que diría un pedante, me dispongo ahora a volver a leer los dos grandes clásicos citados, de los que guardo un recuerdo maravillado que parece acrecentarse con los años. Ayer ya empecé con el primer capítulo de El proceso. Y su primer fruto ya lo he tenido esta mañana, escuchando la tertulia del programa "La mañana" en la COPE. Soy de los que creen que, admitiendo que la realidad siempre supera a la ficción, la literatura puede hacérnosla con frecuencia más inteligible.

Me explico. Ya empiezan algunos a querer mentalizarnos de que el PP debería abstenerse en la votación de investidura de Zapatero. Que si un voto negativo es arrojar al PSOE en brazos de los nacionalistas, que si no se entenderá empezar la legislatura con una actitud destructiva, que si patatín que si patatán. Suelo estar casi siempre de acuerdo con las posiciones que defiende Federico Jiménez Losantos (y lo del "casi" lo pongo más que nada porque, a diferencia del turolense, yo soy del Barça), pero es que en este caso, además, me parecen tan certeras, que me cuesta entender cómo personas tan inteligentes como Recarte o Albiac defienden la abstención parlamentaria frente al no que propone Federico. El caso de Herrera no me sorprende tanto: es un político.

Vamos a ver. ¿Realmente puede haber alguien que sin ser socialista pretenda que las televisiones abran sus informativos, al día siguiente de la investidura, presentándonos a un PP que ha sido incapaz de votar contra Zapatero, regalándole así un plus de legitimidad que no necesita y mucho menos necesita España, pero que al mismo tiempo no ha podido reprimir la pataleta de abstenerse? Pues eso es lo que dirán, desengañémonos. Después de cuatro años en los que Rajoy ha aceptado reunirse con Zapatero todas las veces que le ha pedido y ha proclamado una y mil veces que le apoyará si cambia de política terrorista, mientras que los socialistas no han dejado un sólo momento de acusar al PP de todo, salvo de ser el ejecutor material del 11-M (sólo le han acusado de ser el causante), después de todo lo que hemos vivido la pasada legislatura, pretenden que empecemos la actual de nuevo con la misma estrategia que tanto éxito ha reportado al PP. "No, si ya sabemos -replican- que Zapatero nos la volverá a jugar, pero que no se diga que fue porque no le dimos otra opción." ¡Pero si lo van a decir en todo caso, so cenutrios!

Y aquí es donde acude en nuestro auxilio el ilustrativo caso del inolvidable Josef K, el protagonista de El proceso. Cuando vienen a detenerle una mañana, K primero piensa que debe tratarse de una broma, por lo que no ofrece apenas resistencia.

"K no infravaloraba el peligro de que más tarde se dijera que no aguantaba ninguna broma [¡crispador!]... si era una comedia, seguiría el juego."

Más adelante, cuando empieza a impacientarse y plantea unas mínimas exigencias, sus vigilantes le revelan que son unos simples subalternos, que no tienen culpa alguna de lo que le está ocurriendo. K decide esperar a entrevistarse con un funcionario de rango superior. Y así, de cesión en cesión, el detenido se hunde cada vez más en una situación sin salida. Lo bueno es que esa actitud razonable y civilizada no ayuda en nada a la defensa de nuestro personaje, sino todo lo contrario, pues para los arquetípicos burócratas a los que se ve enfrentado, toda cesión no es más que un reconocimiento tácito de culpabilidad, mientras que la menor chispa de resistencia a destiempo, se interpreta además como una muestra de mala voluntad y se exagera hasta el infinito. El desasosiego que provocan las novelas de Kafka, en buena medida se debe a que, aunque sabemos que el protagonista es víctima de una injusticia, resulta difícil sustraerse a la sensación de que no está tan completamente exento de culpa como podría parecer.

Mariano Rajoy lleva cuatro años interpretando el papel de Mariano K de cesión en cesión hasta la derrota final. Yo ya he dicho lo que pienso sobre su capacidad de liderar una oposición de verdad otros cuatro años. Lo he dicho a los pocos minutos de conocerse los resultados electorales, porque haberlo hecho antes hubiera sido incurrir en profecías de autocumplimiento. Pero si ahora Rajoy opta por que el Partido Popular se abstenga en la votación de investidura no hará más que corroborarme en mi opinión, la de que no será K quien aparte del poder a Z.

Nota filosófica: Nietzsche observó con su característica hiperlucidez que el nihilismo europeo era el último grado de la voluntad cristiana de justicia, que le llevaría a cuestionarse la existencia de un Dios que permite la injusticia. Veo un cierto paralelismo de este análisis con esta derecha tan impecablemente escrupulosa que permite que la pisen y la humillen quizá por un instinto de formalidad. Al igual que el nihilismo, se trata en el fondo de una patología que supone dar la razón a los que no creen ni en la justicia ni en las formas.