Aunque suene a política-ficción, el objetivo del PP catalán debería ser gobernar en Cataluña, como pueda hacerlo en cualquier otra comunidad autónoma. Si esto hoy en día parece una posibilidad remota, es por dos razones:
1ª: El catalanoparlante tiende a votar a CiU en una proporción de 10 a 1 respecto del PP. Más precisamente, las personas que en las encuestas declaran utilizar exclusivamente el catalán en casa (casi el 50 %), votan en un 25 % a CiU y en un 2,5 % al PP. (Datos referidos a las elecciones de 2006). Compárese con los datos totales, en los que la proporción es aproximadamente de 3 a 1. [ACTUALIZACIÓN: Ver gráficas en mi siguiente entrada.]
2ª: El castellanoparlante tiende mayoritariamente a votar al PSC (31,4 %) o a abstenerse (23,2 %). Esto sucede porque o bien percibe al PSC como el PSOE en Cataluña o porque si no le gusta el catalanismo del PSC, prefiere quedarse en casa antes que votar al PP. (Obsérvese que una parte muy importante de los castellanohablantes suele ser de origen andaluz o extremeño, feudos tradicionales del PSOE.) En otras palabras, aunque solo un 7,9 % de los castellanohablantes voten a CiU (frente a un 9,5 % que prefieren hacerlo por el PP), no es el Partido Popular quien se beneficia principalmente de ello, sino los socialistas.
No dispongo de datos referidos a las últimas elecciones, pero sospecho que ese 22 % de incremento del número de votantes del PP procede principalmente del segundo grupo, es decir, de exvotantes desencantados del PSC-PSOE o de antiguos abstencionistas. Aquí han ayudado enormemente la catastrófica gestión de la crisis económica de Zapatero y el hartazgo ante la política identitaria del tripartito.
Y por supuesto, no hay que restarle méritos a Alicia Sánchez-Camacho. Iba a escribir que la presidenta del PPC ha crecido mucho desde que aterrizó en la dirección regional del partido hace dos años y medio. Pero me he acordado de aquel chiste atribuido a Mark Twain: "Cuando tenía 14 años, pensaba que mi padre era un completo ignorante... Cuando cumplí los 21, me sorprendió lo mucho que había aprendido el viejo en siete años." Quiero decir que la forma de llegar Alicia Sánchez-Camacho a la presidencia nos llevó a muchos, entre los que me incluyo, a subestimarla y hasta compararla desfavorablemente con Montserrat Nebrera, un bluff que se desinfló mucho antes de crear su propio partido (0,07 % de los votos). Y ello a pesar de que, no hace tanto tiempo, quienes no teníamos mayor conocimiento de la trayectoria de Alicia, la habíamos admirado al menos como tertuliana habitual.
Lo que está claro es que Sánchez-Camacho se ha ganado el liderazgo de la mejor manera posible, convirtiendo a su partido en la tercera fuerza de Cataluña.
Ahora bien, el PP no puede conformarse con un 12 % de los votos en Cataluña. Esta anomalía no sólo es mala para la propia región, sino para el conjunto de España, donde el PSOE ha gobernado 20 años frente a los 8 del PP. Y sin duda algo ha tenido que ver el peso demográfico de Cataluña, con sus bajos niveles de voto al centro-derecha español.
Tarde o temprano, los conservadores no nacionalistas deberán afrontar el problema de ese 50 % de catalanoparlantes, de aquellos ciudadanos que se informan y sobre todo ríen los chistes endógenos de TV3 o RAC 1. De toda esa gente que, en condiciones normales, en buena parte votaría al PP, pero que hoy por hoy vive en una especie de mundo virtual que le hace sentirse en un país distinto de España, pese a lo mucho que tiene en común con el resto de españoles.
Quienes hemos conseguido despertar de Matrix hace pocos años sabemos lo que significa esa red de estereotipos vagamente racistas sobre España, combinados paradójicamente con un victimismo que en el fondo es autohumillante, pues nos hace vernos no como una región pujante de una gran nación de Occidente, sino como un país frustrado, contrariado porque los turistas se empeñan en comprar castañuelas en las Ramblas de Barcelona... Qué ridículo es el nacionalismo y qué poco compensa.