Padecemos en España una escasez tan mísera de una derecha que no sienta vergüenza de sí misma, que cuando aparece una política como Montse Nebrera, que se proclama de derechas y liberal-conservadora con todas las letras, no debería sorprender que nos haya encandilado a muchos, al menos por un tiempo. Se la podrá criticar por la forma como se ha marchado del PP, pero el problema de fondo no es Nebrera, es la esclerosis del PP, que hace prácticamente imposible la formación de un liderazgo con arraigo en las bases, lo que atrae a paracaidistas imprevisibles.
Ahora bien, también podría decirse que el peor enemigo de Montse Nebrera es Montse Nebrera. La gracieta de FAES y Falange Española, un chiste malo digno de Enric Sopena, sólo me la puedo explicar como el producto de un exceso de revoluciones mental. Pero eso sería lo de menos. Más grave es que haya defendido la política de sanciones lingüísticas con el mismo argumento que ha utilizado recientemente Montilla en el parlamento autonómico, es decir, que no se multa por usar el castellano, sino por no usar el catalán. (Entrevista en Expansión publicada el 15-04-08.) ¿Cómo una persona que se llama a sí misma liberal puede aprobar que la administración restrinja la libertad de cualquier negocio de usar o dejar de usar cualquier lengua, oficial o no? La respuesta, en el caso de Nebrera, es bastante previsible. Ella nos dirá, con su desparpajo habitual, que no es liberal: es liberal-conservadora. ¿Se entiende ahora? La función del adjetivo conservador, para esta señora, no es otra que la de permitirle sostener la posición que le dé la gana en cualquier tema, porque claro, no hay que confundir la libertad con el libertinaje...
No se trata de que Nebrera sea nacionalista, como a veces se percibe inexactamente. Hace poco, en una entrevista en el Avui, preguntada por Salvador Sostres (este sí, un nacionalista fanático, aunque cuando no habla de Cataluña es capaz de decir cosas muy sensatas) sobre si votaría afirmativamente en "un referéndum por la libertad de Cataluña", Montse respondió: "Evidentemente. ¿Quién no está a favor de la libertad?", lo cual el mismo periódico interpretó sugiriendo que la política catalana votaría "sí" en un referéndum por la independencia. Sin embargo, está claro que lo único que hizo Nebrera fue eludir hábilmente la trampa de asociar independentismo y libertad, que es lo que hubiera sucedido si hubiese contestado que se oponía a la "libertad" de Cataluña.
No, el problema de Montserrat Nebrera no es que sea más o menos catalanista, o más o menos del Opus. El problema es que cuando explica su idea del liberal-conservadurismo demuestra tal empanada mental que a uno se le acaba cayendo el alma a los pies, o la venda de los ojos, como prefiráis. Uno ya andaba con la mosca detrás de la oreja cuando se enteró por un digital de que MN se había reunido largamente con Josep Anglada, el líder de la ultraderechista Plataforma per Catalunya. (Y cuando digo ultraderechista, no me refiero a su discurso contra la inmigración musulmana, sino a su programa explícitamente antiliberal.) Pero lo que me temo que definitivamente me ha desencantado del personaje es una conferencia que pronunció en la universidad Pompeu Fabra de Barcelona la pasada primavera, y que nos ha recordado un entusiasta Fonseca. (Lo siento chico, en mí has logrado el efecto contrario al que pretendías.)
MN presume de que no lee las conferencias. Si tenéis la paciencia de escuchar los cerca de tres cuartos de hora que dura ésta, descubriréis que improvisar puede ser mucho peor que leer. Primero nos dice que tanto liberales como socialdemócratas defienden el Estado del Bienestar. Después nos enumera un "decálogo" conservador que al final se queda en seis o siete principios. Dice cosas bastante potables, no lo niego, pero hacia la mitad de la conferencia, la confusión va aumentando. Afirma que la Iglesia es la conexión entre la socialdemocracia y el liberalismo, y luego trata de justificar el título de la conferencia ("El elixir del liberalismo") contando el "chiste" del perro del policía que se llamaba Lucas. Pero cuando expone su particular versión del mito platónico de los caballos que tiran de la cuadriga, en la cual hay no dos sino tres caballos, el de la izquierda, el de la derecha y el nacionalista, la bruma intelectual alcanza niveles de opacidad impenetrable. Dice nada menos que los tres caballos son necesarios, aunque en cada época hay uno que debe tirar más que los otros... En fin no sigo, porque no quisiera provocar una cefalalgia en el lector.
Siempre he recelado del abuso de las metáforas, sobre todo en los políticos. No me inspira confianza una señora que en cualquier momento puede cambiar de caballo, y justificarlo coquetamente con el recurso al refranero popular, una frase hecha o un mito platónico, que para el caso el origen popular o culto es indiferente. El discurso político actual, si algo necesita por encima de todo, es menos retórica y más claridad de ideas, y esto implica algo más que definirse nominalmente como liberal o liberal-conservador. Montse, me temo que en esto se ha quedado. No es, desde luego, la Sarah Palin catalana, cosa que por lo demás salta a la vista.