sábado, 28 de agosto de 2010

Soluciones de izquierda y derecha

Para la izquierda, la causa de las crisis económica es, como siempre, una insuficiente regulación del mercado. De ahí que sus soluciones consistan en un aumento del control estatal de la economía, así como del gasto público. La derecha más o menos liberal, en cambio, apuesta por medidas que han demostrado su eficacia en el pasado: Recortes de gasto público, bajadas de impuestos y reformas liberalizadoras que estimulen la economía productiva, vuelvan a generar empleo e incrementen el consumo.

La izquierda contraargumenta que la inversión pública consigue los mismos efectos, pero en realidad se trata de un espejismo, porque siguiendo este razonamiento, el Estado podría emplear a todos los ciudadanos y por tanto dirigir completamente la actividad económica. Pero este experimento ya se ha realizado y el resultado es sobradamente conocido: ineficacia y colapso final de todo el sistema. Sin contar con el hecho de que una economía planificada sólo ha podido ser implantada por regímenes brutalmente dictatoriales, como el soviético o el nacional-socialista.

Lo anterior es indiscutible, no es cuestión de opiniones, por dogmático que suene. Las cosas son así, y la izquierda, al menos en el tema económico, es sencillamente un error, y además un error que nos cuesta muy caro. Por supuesto, la izquierda con frecuencia aplica recetas económicas de la derecha, aunque rara vez lo reconozca, o pretenda incluso hacernos creer que tales recetas son genuinamente de izquierdas. Pero no nos engañemos, en cuanto tiene la ocasión, vuelve siempre a las andadas. Sus concesiones al pragmatismo son temporales, las justas para reparar los peores destrozos de sus medidas más ideológicas, y volver a proponerlas al cabo de un tiempo.

En España, actualmente la situación es aún peor. Zapatero, con los recortes del gasto público, la reforma del mercado laboral y la anunciada reforma de las pensiones, se limita a tratar de ganar tiempo frente a las autoridades económicas internacionales, para que parezca que es capaz de tener al menos sus períodos de cordura. En lugar de atacar a las verdaderas causas del derroche estatal, a la inflación de burocracia, al exceso de empresas públicas ruinosas, a la política de subvenciones, etc, Zapatero trata de rascar unos cuantos millones de euros de los pensionistas y hasta las personas dependientes, verdadero ejercicio de mezquindad y cinismo en quien se presenta como el defensor de los más débiles. En lugar de reformar una legislación laboral heredada del social-falangismo, que pretende que el puesto de trabajo sea vitalicio, así se hunda la empresa, se limita a reducir la indemnización por despido, en unos supuestos lo suficientemente vagos para que no sirvan de nada.

La oposición de derechas ha señalado correctamente estos defectos, y además ha avanzado un bosquejo de en qué consistirían sus reformas. Mariano Rajoy lo presentó en un discurso ante empresarios, leído el pasado mes de junio, y en una entrevista más reciente concedida a Europa Press. Básicamente se trataría de un verdadero recorte del gasto público y una reforma del sistema financiero, para que vuelva a fluir el crédito. Pero además, el líder del Partido Popular presenta una serie de reformas de mucho más calado, a fin de encarar el problema de fondo de la economía española, que es su falta de competitividad.

Además de la reforma educativa, y de la rebaja fiscal, Rajoy apunta los aspectos fundamentales que debería tener en cuenta una reforma del mercado laboral, cuestionando la negociación colectiva y clarificando los motivos de despido. En esta línea de simplificar regulaciones, propone una reforma institucional que incremente la seguridad jurídica ante fenómenos como la morosidad, las "suspensiones de pagos", etc. Pone sobre la mesa también el tema de la unidad de mercado. No puede ser que en España existan diecisiete normativas diferentes para las empresas. Defiende un adelgazamiento de todas las administraciones e incluso fijar por ley un techo de endeudamiento. Tampoco olvida la cuestión de la energía, abogando por tener en cuenta el coste del kilowatio, como es de sentido común, lo que supone reivindicar la energía nuclear.

Algunos detalles de este Plan Global, como lo ha llamado Rajoy, podrán discutirse. Por ejemplo, no entiendo demasiado bien por qué debemos favorecer fiscalmente a determinados sectores, como el turismo. El gobierno no es nadie para orientar las inversiones hacia el ladrillo, el turismo o los biocombustibles, eso es incumbencia de la libre iniciativa. Tampoco me parecen acertadas ciertas concesiones a la retórica seudoprogresista, como por ejemplo que la formación debe considerarse como "un verdadero derecho de los trabajadores". Ya está bien de trivializar el concepto de derecho; que algo sea deseable o conveniente no significa que sea un derecho, ni tiene sentido tampoco hablar de derechos de un colectivo. Los derechos deben ser los mismos para todo ciudadano, y deben servir para limitar en lo posible la intromisión del gobierno, no para promoverla todavía más.

También se echa de menos una crítica más contundente del Estado del Bienestar (mejor dicho, de la Dependencia), propuestas en el sentido de ir hacia un sistema mixto (público y privado) de las pensiones, ideas como el cheque escolar o sanitario. Aunque es fácil comprender que la derecha no quiera dar carnaza a sus adversarios, que inmediatamente se lanzarían en tromba a criminalizar a los que quieren "privatizar la sanidad y la educación". Es absurdo reclamar a ningún partido político que se haga el harakiri. Primero la población debe cambiar de mentalidad, y no es realista, ni de hecho congruente con los principios liberales, que ésa sea la tarea exclusiva de un partido.

En líneas generales, las propuestas del Partido Popular son juiciosas, y no hay duda que si se aplicaran en los términos expuestos, no sólo permitirían superar la crisis, sino a medio plazo volver a situar a España en la senda de la prosperidad. Por ello, nada es más necesario en estos momentos que un adelanto electoral.

Para terminar, y aunque podría parecer un ejercicio de crueldad, veamos las propuestas de la oposición de izquierdas al gobierno, concretamente las expuestas por José Luis Centella, el secretario general del Partido Comunista. En un artículo en Público, tras una serie de delirantes consideraciones contra "la explotación y el colonialismo", plantea cosas como conseguir el "pleno empleo" mediante el sector público, mayor gasto en "políticas sociales", crear una banca pública, la planificación de la economía, un aumento de los impuestos a "los grandes capitales", etc. En resumen, medidas similares a las que están llevando a Venezuela por el camino imparable del progreso.

Ciertamente, no se puede esperar gran cosa de un personaje que se dirige por carta al "Estimado Compañero Fidel Castro" para felicitarle por su cumpleaños, con afirmaciones como "...la referencia política y personal de Fidel Castro es indiscutible... la revolución cubana con la que nos sentimos plenamente identificados... las muchas aportaciones que todavía tienes que realizar a la causa del antiimperialismo...", etc. No se pierdan la carta, les puede deparar momentos inolvidables.