domingo, 8 de agosto de 2010

Qué mueve el mundo

En mi reciente entrada Qué queda del marxismo, un comentarista bienintencionado opinó, sin dejar de admitir las consecuencias catastróficas del marxismo, que la aparición de esta ideología debe entenderse en el contexto de gran injusticia social que reinaba en el siglo XIX. Yo le repliqué que esto es básicamente un mito. ¡Cómo! -dirá alguno. ¿Es que no había situaciones injustas en 1850? Naturalmente que las había, como en todas las épocas desde los orígenes de la civilización, como mínimo. Pero eso no sirve para explicar por qué surge el marxismo en ese momento y lugar y no en otros. Por lo demás, es un anacronismo muy frecuente hablar de injusticias pasadas desde las comodidades del presente. Hoy, el ciudadano occidental se escandaliza ante las condiciones laborales en el mundo subdesarrollado, pero se olvida que no son muy distintas de las que existían entre nosotros hace cien o cincuenta años, cuando se consideraban inevitables -y seguramente lo fueron en aquel momento, al menos si el objetivo era la industrialización y el crecimiento económico, y no alguna especie de utopía bucólica de igualdad en la miseria.

Decir que el marxismo tuvo una razón de ser, en el fondo supone aceptar su dogma básico, que las ideas son un mero efecto de las condiciones objetivas, es decir, que las causas del devenir histórico son económicas. Sigue siendo una tesis muy popular, por lo que ofrece de apariencia científica. Cualquier tertuliano de bar te repetirá por enésima vez que todas las guerras son por "el dinero", para apoderarse de recursos naturales o incluso simplemente para vender armas. Se trata de una teoría difícil de refutar, pues evidentemente, en todas las guerras alguien tiene que vender las armas, y es difícil que exista un territorio que carezca por completo de recursos económicos, sea petróleo, minerales, opio, agua, rutas comerciales estratégicas, etc. Asimismo, las revoluciones y el terrorismo se explican como una consecuencia de la pobreza, es decir, un conflicto entre clases económicas. Sin embargo, no es nada raro que los mismos que así pontifican sobre la verdad de la existencia, aseguren en tono igualmente desengañado que las religiones están detrás de las mayores matanzas de la historia. ¿En qué quedamos entonces? ¿Son las ideas y creencias las que mueven el mundo, o los sórdidos conflictos económicos?

En mi opinión, el ser humano es definible como homo ideologicus, actúa siempre en función de una determinada concepción del mundo, que en sentido amplio podemos denominar ideología. Todo conflicto sería de algún modo ideológico, pues es el resultado de ciertas ideas acerca de lo que las partes consideran que son sus intereses o sus derechos irrenunciables. Existen multitud de ejemplos de individuos que soportan estoicamente penosas condiciones sociales, porque unas determinadas creencias les han convencido de que su situación está de algún modo justificada, u obedece a un destino ineludible. Por el contrario, todas las revoluciones han estallado por causas mucho más leves, pero que se antojaban intolerables para quienes las iniciaron o participaron en ellas. ¿Acaso era Francia en 1789 el país de Europa donde el Ancien Régime se manifestaba en la forma más opresiva? Más bien todo indica lo contrario. La experiencia histórica demuestra que lo que más excita la imaginación de los hombres, y les lleva a trastocar el orden social, no son unos padecimientos intolerables, sino el contraste entre estos y la posibilidad de otra forma de vida, que por alguna razón llega a representarse vívidamente en sus mentes. La revolución francesa se produjo en Francia sencillamente porque éste era el país donde las ideas de los ilustrados más se habían difundido entre las clases cultivadas. Naturalmente que a esto replican los marxistas que si esas ideas se habían difundido tanto, era porque la sociedad (el "modo de producción") ya estaba madura para ello, pero entramos aquí en un razonamiento circular... ¿Por qué estaba madura Francia antes que otros países?

Mi opinión no es que las ideas sean el motor de la historia, en algún sentido metafísico, sino que obviamente tienen un papel crucial, entreverado con el progreso tecnológico, que a su vez está compuesto de un aspecto material y otro intelectual. Simplificando mucho la cuestión, podríamos utilizar como término de comparación la evolución de la informática. ¿Qué es lo importante, el hardware o el software? Es evidente que ambos. Sin procesadores cada vez más potentes, muchas aplicaciones no habrían sido factibles; pero sin el desarrollo de determinados programas, que facilitan drásticamente el uso de la informática a los profanos, no se habrían vendido tantos millones de ordenadores en el mundo, que es lo que por encima de todo ha financiado la innovación.

Ahora bien, conviene distinguir entre ideologías (en el sentido amplio que estoy utilizando aquí; generalmente prefiero uno mucho más restringido). Habitualmente, casi todos los conflictos violentos (pienso por ejemplo en las guerras de religión) se han producido por pequeñas diferencias doctrinales, a veces ridículamente bizantinas. En cierto modo, a gran escala sucede lo mismo que en las reyertas callejeras, incluso las que terminan en homicidio, que suelen empezar por verdaderas nimiedades ("¿tú qué miras?"). Existen efectivamente estudios que demuestran que la mayoría de homicidios se originan en discusiones motivadas por insignificancias. Steven Pinker (Cómo funciona la mente) ha sugerido una explicación evolutiva a este tipo de conducta; básicamente se trataría de disuadir a potenciales enemigos con reacciones desproporcionadas ("con este tío vale más no meterse"). Sin embargo, es evidente que determinados "códigos de honor", como los que imperan en ciertos barrios o ambientes, promueven más las conductas violentas. Y algo análogo podría decirse de algunas grandes ideologías, como el islam, el nacionalismo o el marxismo. Ya somos los seres humanos bastante propensos a la bronca, para que encima determinadas ideas añadan más gasolina al fuego.

Rechazo, por tanto, la idea pretendidamente conciliadora según la cual el marxismo es un error, pero debe comprenderse como una respuesta a las injusticias sociales. No, porque el marxismo, como muchas otras ideologías, religiones, movimientos heréticos, etc, se empeña en ver afrentas incluso allí donde no las hay. Toda la teoría de la plusvalía es una elaboración intelectual de la simple idea según la cual los patronos explotan sistemáticamente a los obreros -y no sólo en algunos casos; lo cual es una barbaridad tan grande como si afirmáramos que todos los comerciantes son estafadores, o que todos los médicos son matasanos. Con este tipo de concepciones en la cabeza, matarifes de masas como Lenin han tenido un pretexto insuperable para sembrar el mundo de cadáveres. Y no basta condenar estos crímenes diciendo que son desproporcionados, sí, pero... "había tanta injusticia"... No, lo que conduce al asesinato en masa no son las injusticias, sino determinadas ideas que, en el mejor de los casos, mezclan injusticias reales e imaginarias, produciendo en las mentes un cóctel explosivo.

Aplíquese lo dicho a la izquierda posmarxista, con sus profecías apocalípticas de desastres medioambientales, o sus letanías contra el neoliberalismo depredador, explotador de niños, etc, y tendremos una razón por la cual la izquierda no favorece ni la paz ni el progreso de los que tanto se le llena la boca, sino todo lo contrario.