Estas disputas se complican cuando, además, una de las partes se arroga el monopolio de repartir carnets de liberales, como en esta ocasión ha hecho JCR, pontificando acerca de lo que "un buen liberal sabe por instinto". Yo no sé si mi instinto estará embotado o no, pero manifestaré mi opinión sin cuestionarme el liberalismo de José Carlos, que por otros artículos suyos me parece innegablemente aquilatado. Sencillamente, ser liberales no nos hace infalibles, no nos proporciona un método apriorístico para acertar siempre, porque ese método no existe.
Replico las más destacadas afirmaciones de JCR, y luego expondré propiamente mi argumentación positiva.
1) Dice JCR que la mezquita de la Zona Cero no es una mezquita. Bien, esto creo que hay que tomarlo como una broma, porque una mezquita no deja de serlo porque le añadamos una biblioteca, instalaciones deportivas, un auditorio y un restaurante. El conjunto si queremos no será una mezquita, sino un centro islámico. Pero como el propio artículo de JCR admite implícitamente, es obvio que aquí no se trata de un problema de nombres, ni de información, sino de principios.
2) La mezquita, señala JCR, no se construye en la Zona Cero, sino "a dos o tres manzanas de distancia". Retóricamente, JCR se pregunta a qué distancia permitiremos que se construya una mezquita. Pero existe una respuesta exacta a esta cuestión. Ya hay muchas mezquitas o centros islámicos en Nueva York, como por ejemplo el Masjid Manhattan, en 20 Warren Street, a unos cuatrocientos metros de la Zona Cero. La cuestión no es la distancia mínima a la cual puede construirse otro centro islámico, sino qué necesidad existe de meter el dedo en el ojo a la memoria de las cerca de tres mil personas asesinadas allí en nombre de Alá.
3) Según JCR, los fines del "centro cultural", como él lo llama, son "promover la integración y la tolerancia hacia las diferencias", etc, lo cual admite que podría ser falso, pero en todo caso no es una provocación explícita. Esto también parece un chiste. Sabemos que quien está al frente de la iniciativa es un imán llamado Feisal Abdul Rauz, que se ha negado a calificar a Hamás de grupo terrorista, y que a los pocos días del 11-S realizó ambiguas declaraciones sobre la supuesta responsabilidad de Estados Unidos en la muerte de muchos inocentes en el mundo... ¿Qué opinaría JCR si un grupo vagamente neonazi quisiera erigir un monumento en Auschwitz para "promover la tolerancia y el diálogo entre arios y semitas"?
4) Finalmente, señala JCR que los terrenos donde se pretende edificar la Casa Córdoba (por cierto, el nombrecito se las trae) son de propiedad privada, institución de donde emana todo derecho, incluída la libertad religiosa. Desde luego, para mí la propiedad privada es también un derecho primordial, pero no veo qué ganamos reduciendo otros derechos (como el derecho a la vida, o la libertad de expresión) a emanaciones de sólo uno de ellos. Más bien sospecho que perdemos. Rothbard, de quien procede esta concepción, defendía por ejemplo el aborto en nombre del derecho a la posesión del propio cuerpo, con lo cual se cargaba el derecho a la vida del nonato. Supeditar unos derechos a otros por principio es tramposo, constituye en el fondo una manera de justificar la conculcación de casi cualquier derecho. Si las libertades entran en conflicto, lo prudente es decidir en cada caso cuál prevalece, no afirmar apriorísticamente cuál debe hacerlo siempre. El derecho de propiedad no justifica que se pueda contruir una mezquita, una discoteca o una central térmica en cualquier sitio. Esto es algo que entiende todo el mundo, y poco servicio hace al liberalismo identificarlo con posiciones de un simplismo dogmático.
Pero todo lo anterior es, si se me permite, accesorio. Aquí la cuestión es que tenemos un movimiento islamista, que se apoya en la segunda religión por número de creyentes en el planeta, y que pretende someter el mundo entero a regímenes teocráticos, utilizando para ello tanto métodos violentos como la infiltración en las instituciones democráticas. Este movimiento es responsable del mayor atentado terrorista de la historia, y nueve años después, una de sus muchas pantallas moderadas (pero que no condena a Hamás) decide construir un centro islámico junto al lugar de dicho atentado. Obsérvese la diferencia entre la Iglesia Católica, que pide perdón por el arresto domiciliario de Galileo, sentenciado hace casi cuatro siglos, y los islamistas, que no tienen problema en ofender con descaro la sensibilidad de todo un país, tachando de islamófobo a cualquiera que ose criticarlos.
No estuve en absoluto de acuerdo con Geert Wilders (a pesar de mis simpatías por el político holandés) cuando propuso que el Corán debería prohibirse por ser un libro fascista, al igual que Mein Kampf. Ni el Corán, ni siquiera el libro de Hitler, deberían prohibirse. Tampoco me parecieron acertadas las leyes polacas contra los símbolos comunistas. Es una violación clarísima de la libertad individual prohibir que se pueda leer a Hitler o lucir una camiseta del Che. Ahora bien, mostrar las cubiertas de Mi lucha en Mauthausen, o la hoz y el martillo en Katyn, serían provocaciones intolerables. Las circunstancias son importantes, y resulta absurdo ignorarlas. No porque toleremos el nudismo estamos obligados a aceptar que cualquiera pueda ir desnudo por la calle. Por supuesto, las circunstancias en relación con el islam no son necesariamente inmutables, pueden cambiar en el futuro. El día que se pueda construir un templo cristiano en La Meca, no veré inconveniente en que se levante una mezquita en las inmediaciones de las desaparecidas Torres Gemelas, porque esto significará que el islam ha evolucionado, y podremos creernos sus exhortaciones a la integración y a la tolerancia. Mientras tanto, pedir que seamos nosotros quienes demos el primer paso me recuerda a aquellos pacifistas que durante la guerra fría exigían el desarme unilateral de Occidente, pero no mostraban parecida incomodidad por las cabezas nucleares soviéticas apuntando a las capitales europeas.
Replico las más destacadas afirmaciones de JCR, y luego expondré propiamente mi argumentación positiva.
1) Dice JCR que la mezquita de la Zona Cero no es una mezquita. Bien, esto creo que hay que tomarlo como una broma, porque una mezquita no deja de serlo porque le añadamos una biblioteca, instalaciones deportivas, un auditorio y un restaurante. El conjunto si queremos no será una mezquita, sino un centro islámico. Pero como el propio artículo de JCR admite implícitamente, es obvio que aquí no se trata de un problema de nombres, ni de información, sino de principios.
2) La mezquita, señala JCR, no se construye en la Zona Cero, sino "a dos o tres manzanas de distancia". Retóricamente, JCR se pregunta a qué distancia permitiremos que se construya una mezquita. Pero existe una respuesta exacta a esta cuestión. Ya hay muchas mezquitas o centros islámicos en Nueva York, como por ejemplo el Masjid Manhattan, en 20 Warren Street, a unos cuatrocientos metros de la Zona Cero. La cuestión no es la distancia mínima a la cual puede construirse otro centro islámico, sino qué necesidad existe de meter el dedo en el ojo a la memoria de las cerca de tres mil personas asesinadas allí en nombre de Alá.
3) Según JCR, los fines del "centro cultural", como él lo llama, son "promover la integración y la tolerancia hacia las diferencias", etc, lo cual admite que podría ser falso, pero en todo caso no es una provocación explícita. Esto también parece un chiste. Sabemos que quien está al frente de la iniciativa es un imán llamado Feisal Abdul Rauz, que se ha negado a calificar a Hamás de grupo terrorista, y que a los pocos días del 11-S realizó ambiguas declaraciones sobre la supuesta responsabilidad de Estados Unidos en la muerte de muchos inocentes en el mundo... ¿Qué opinaría JCR si un grupo vagamente neonazi quisiera erigir un monumento en Auschwitz para "promover la tolerancia y el diálogo entre arios y semitas"?
4) Finalmente, señala JCR que los terrenos donde se pretende edificar la Casa Córdoba (por cierto, el nombrecito se las trae) son de propiedad privada, institución de donde emana todo derecho, incluída la libertad religiosa. Desde luego, para mí la propiedad privada es también un derecho primordial, pero no veo qué ganamos reduciendo otros derechos (como el derecho a la vida, o la libertad de expresión) a emanaciones de sólo uno de ellos. Más bien sospecho que perdemos. Rothbard, de quien procede esta concepción, defendía por ejemplo el aborto en nombre del derecho a la posesión del propio cuerpo, con lo cual se cargaba el derecho a la vida del nonato. Supeditar unos derechos a otros por principio es tramposo, constituye en el fondo una manera de justificar la conculcación de casi cualquier derecho. Si las libertades entran en conflicto, lo prudente es decidir en cada caso cuál prevalece, no afirmar apriorísticamente cuál debe hacerlo siempre. El derecho de propiedad no justifica que se pueda contruir una mezquita, una discoteca o una central térmica en cualquier sitio. Esto es algo que entiende todo el mundo, y poco servicio hace al liberalismo identificarlo con posiciones de un simplismo dogmático.
Pero todo lo anterior es, si se me permite, accesorio. Aquí la cuestión es que tenemos un movimiento islamista, que se apoya en la segunda religión por número de creyentes en el planeta, y que pretende someter el mundo entero a regímenes teocráticos, utilizando para ello tanto métodos violentos como la infiltración en las instituciones democráticas. Este movimiento es responsable del mayor atentado terrorista de la historia, y nueve años después, una de sus muchas pantallas moderadas (pero que no condena a Hamás) decide construir un centro islámico junto al lugar de dicho atentado. Obsérvese la diferencia entre la Iglesia Católica, que pide perdón por el arresto domiciliario de Galileo, sentenciado hace casi cuatro siglos, y los islamistas, que no tienen problema en ofender con descaro la sensibilidad de todo un país, tachando de islamófobo a cualquiera que ose criticarlos.
No estuve en absoluto de acuerdo con Geert Wilders (a pesar de mis simpatías por el político holandés) cuando propuso que el Corán debería prohibirse por ser un libro fascista, al igual que Mein Kampf. Ni el Corán, ni siquiera el libro de Hitler, deberían prohibirse. Tampoco me parecieron acertadas las leyes polacas contra los símbolos comunistas. Es una violación clarísima de la libertad individual prohibir que se pueda leer a Hitler o lucir una camiseta del Che. Ahora bien, mostrar las cubiertas de Mi lucha en Mauthausen, o la hoz y el martillo en Katyn, serían provocaciones intolerables. Las circunstancias son importantes, y resulta absurdo ignorarlas. No porque toleremos el nudismo estamos obligados a aceptar que cualquiera pueda ir desnudo por la calle. Por supuesto, las circunstancias en relación con el islam no son necesariamente inmutables, pueden cambiar en el futuro. El día que se pueda construir un templo cristiano en La Meca, no veré inconveniente en que se levante una mezquita en las inmediaciones de las desaparecidas Torres Gemelas, porque esto significará que el islam ha evolucionado, y podremos creernos sus exhortaciones a la integración y a la tolerancia. Mientras tanto, pedir que seamos nosotros quienes demos el primer paso me recuerda a aquellos pacifistas que durante la guerra fría exigían el desarme unilateral de Occidente, pero no mostraban parecida incomodidad por las cabezas nucleares soviéticas apuntando a las capitales europeas.