En la tertulia de Carlos Herrera ha surgido hoy, de nuevo, el debate acerca de si Venezuela es una dictadura o no. (Digo "de nuevo" porque en este mismo programa, si no recuerdo mal, ya escuché hace unos días opiniones encontradas al respecto.) Una tertuliana ha argumentado que el hecho de que el alcalde de Caracas, opositor al chavismo (y que acababa de ser entrevistado), haya podido ganar las elecciones municipales, y hablar en Onda Cero, prueba que Venezuela no es una dictadura, pues esto sería impensable en Cuba.
En Venezuela, es cierto, sobreviven precariamente instituciones y costumbres liberal-democráticas que en Cuba fueron arrasadas por la revolución, hace medio siglo. Pero el régimen chavista trabaja de manera sistemática por destruir los restos de independencia judicial y legislativa, así como la autonomía de los gobiernos regionales y locales. Cierra los medios de comunicación desafectos, encarcela a opositores y periodistas críticos, apoya a bandas de matones y a grupos terroristas como las FARC y ETA, ha abolido de facto la propiedad privada... ¿Qué hace falta para que se lo considere una dictadura, sólo un poco menos descarnada que la castrista?
En el instituto, hace ya más de dos décadas (cómo pasa el tiempo), tuve un profesor que defendía el régimen comunista polaco, bromeando sobre las comodidades que según él disfrutaba Lech Walesa en la cárcel, y reduciendo la democracia occidental a un paripé consistente en votar cada cuatro años. (Se llamaba, y no es un chiste, Carlos Mas.) Es significativo que antes los izquierdistas se mofaran de las libertades formales, y que ahora algunos se acojan a ciertos formalismos para negar que en Venezuela exista una dictadura. Pues nada, nuestros gobernantes ya saben hasta dónde pueden llegar antes de que se los califique como dictadores. Basta con mantener ciertas apariencias, pero sobre todo, lo importante, lo decisivo, es ser de izquierdas.