De la confusión, no por deliberada menos inepta, del término buenismo con bueno se origina su opuesto malismo. Pese a que se puede rastrear su aparición en un artículo de hace unos años, su formulación más -digamos- elaborada nos la acaba de ofrecer Alfonso Cortés González, profesor de Comunicación Política y Publicidad de la Universidad de Málaga. Con motivo de unas palabras de Federico Trillo criticando el buenismo de la izquierda en relación al tratamiento de la delincuencia (ya se sabe, el delincuente es una víctima de la sociedad, etc) Cortés declara que no hay que sentirse ofendido por la palabra, pues supone un reconocimiento tardío, pero significativo viniendo del adversario, de que los progresistas no tienen "cuernos y rabo", sino que se caracterizan por su "vocación de bondad". Por contraste, este sabio erudito identifica a la derecha con el mencionado malismo, que resulta ser, mira por dónde, "el fascismo de toda la vida", y nos sugiere, en una embarullada escalada de truculentas visiones del Inferno derechista, que se empieza cuestionando las subvenciones al cine y a la cultura (posible alusión a unas palabras de Esperanza Aguirre) y se termina quemando libros y persiguiendo a científicos e intelectuales.
En realidad, el término malismo dirigido a la derecha mala malísima ya lo había recuperado hace unas semanas el escritor Isaac Rosa, en un artículo titulado "Lo contrario del buenismo, ¿es el malismo?", en el cual demuestra un conocimiento más solvente de los antecedentes intelectuales del antónimo buenismo, pese a que no evita la tentación de incurrir en la misma burda simplificación de su significado. Si no hubiera leído en diagonal el libro de FAES que cita, El fraude del buenismo, Isaac Rosa sabría que buenismo resume en una palabra una concienzuda crítica al concepto del Buen Salvaje rousseaniano, que está detrás de las propuestas pacifistas, multiculturalistas y dialoguistas de la izquierda, en su última edición zapaterina. O dicho con más claridad, que dialogar con terroristas, o con dictaduras como las de Cuba o Venezuela, no es ser más bueno, ni siquiera es ser blando (o gilipollas, elijan), sino ser cómplice de los malos, pero los de verdad, los que matan y roban, no los muñecos de pimpampum que los progres se confeccionan con las caras de Aznar o Sarah Palin. Quienes creen que la Paz lo justifica todo, o que el terrorismo y la delincuencia son el resultado de un problema y no el problema mismo, estos no son buenos, sino igual de malvados que la gentuza con la que se sienten tan cómodos y comprensivos.
Lean el libro de FAES, porque es sumamente instructivo. Aunque fue el inolvidable Carlos Semprún Maura quien aportó la mejor definición del buenista: "ese asesino disfrazado de enfermera".