domingo, 28 de marzo de 2010

Moratinos y la nada

El ministro de Exteriores, Miguel Ángel Moratinos, ha demostrado sobradamente su habilidad como lustrador de botas de toda clase de tiranos e indeseables. Desde Arafat hasta Gadafi, pasando por los hermanos Castro y Hugo Chávez, resulta difícil albergar dudas acerca de su vocación por postrarse a los pies de la flor y nata internacional. La última del orondo limpiabotas, en efecto, ha sido ponerse del lado de Libia en su conflicto diplomático con Suiza. ¡No podía ser de otro modo! Y si mañana estallara una guerra entre las dos Coreas, podemos tener la total seguridad del lado que apoyaría este ser, esta entidad apellidada Moratinos: Con Corea del Norte a muerte, por supuesto... Es que me lo imagino ya regañando a Corea del Sur por su actitud poco dialogante; vamos, como si lo viera.

Moratinos et le néant. Si en el mundo no existieran países como Suiza, es decir, si la normalidad estuviera representada por Libia o Venezuela, incluso las mínimas apariencias de orden jurídico que se aprecian en los lugares más desdichados serían innecesarias. Sencillamente, el mundo se parecería muchísimo a esa pesadilla recreada por George Orwell en una de las novelas más siniestras jamás escritas, 1984. Sin embargo, el Dasein Moratinos cree que hay que reñir a la Confederación Helvética por haber cometido el imperdonable error de tratar al hijo de Gadafi como si fuera una persona igual a las demás.

A Moratinos le atrae el lado oscuro, le atrae la nada. Quizás porque a fin de cuentas, él mismo es una nulidad, una nada, aunque por lo que abulta no lo parezca. Si Parménides levantara la cabeza, seguramente hubiera subvertido toda la metafísica occidental, al encontrarse con el fenómeno Moratinos. Un sujeto que sólo se siente en su salsa denigrando a la civilización occidental y a una de sus mayores aportaciones, que es el gobierno de las leyes, no de los hombres, personajes, caudillos o iluminados varios; un tipo así es en realidad un accidente, no una substancia. No tiene entidad suficiente para distinguirse de la nada, de la oscuridad de la que viene y en la cual se sumergirá finalmente, esperemos que pronto.