Las declaraciones del actor Willy Toledo sobre el disidente cubano Orlando Zapata, encarcelado y torturado por el régimen castrista, y fallecido como consecuencia de una huelga de hambre, han despertado una generalizada indignación. Decir que Orlando Zapata “no era más que un delincuente común” suena exactamente a lo que es: Ponerse del lado de una dictadura sanguinaria. Sin embargo, lo realmente notable ha venido dos días después, cuando Toledo ha tratado de explicarse en una entrevista que le ha realizado Luis Herrero en esRadio. Acorralado por el periodista, al actor no le ha quedado más remedio que reconocer formalmente que en Cuba se violan los derechos humanos, “pero”... Este pero es crucial, porque ejemplifica el argumento fundamental de la izquierda. Dice Toledo: “Hay cosas terribles en Cuba, pero hay cosas terribles en todos los países, incluidos los más democráticos.” Y a continuación se ha referido a la pena de muerte en Estados Unidos, Guantánamo, la guerra de Iraq (donde “han asesinado a cientos de miles de inocentes”) y la de Afganistán.
Cuando al filósofo nazi Martin Heidegger le preguntaban, incluso años después de la guerra, por su posición ante los crímenes del nazismo, siempre se remitía a los bombardeos de los aliados, que ciertamente causaron miles de muertos entre la población civil. Es exactamente el mismo argumento que en una entrevista más reciente utilizó Heribert Barrera, antiguo presidente de Esquerra Republicana, para relativizar los asesinatos de ETA. En efecto, la única manera de defender unas ideologías causantes de millones de muertos, como son el nazismo o el comunismo, es sostener que el capitalismo y la democracia parlamentaria también –o incluso más.
Este argumento sólo se emplea en su forma más nítida, como digo, cuando no hay más remedio. Lo normal es que la izquierda olvide los crímenes cometidos en nombre del socialismo y la revolución (cuando no los niega cínicamente, como hacen los Castro), y se cebe en los reales o supuestos cometidos por sus adversarios. Si cae un disidente cubano, resulta que no hay que exagerar tanto por un mero delincuente común; mientras que la ejecución en Texas de un violador asesino desata la mayor indignación.
En ocasiones, sin embargo, como en la entrevista mencionada, el izquierdista no puede evitar reconocer los crímenes del socialismo, y es entonces cuando se muestra en toda su pureza la función propagandística de la guerra de Iraq, los niños que mueren de hambre en el mundo y los desastres ecológicos generados por el supuesto cambio climático. Todos estos muertos, tanto los reales como los inventados, contribuyen a nivelar la balanza y a disculpar, relativizar, hacer comprensibles y hasta razonables los crímenes cometidos en nombre de las utopías, y por tanto a reanudar los intentos de prestigiarlas.
Basta con omitir –pequeño detalle– que esos desastres (la parte que es verdadera) han sido causados por ideologías totalitarias que constituyen la perfecta antítesis de las democracias liberales, llámense marxismo, islamismo o baasismo. Es un método grosero, sin duda, pero no se necesita mucho más para desorientar a miles, a millones de incautos, que siguen votando izquierda porque se alimentan de esta bazofia conceptual. A la vista está que no hace falta ser Heidegger para administrarla.