Al dibujante venezolano Eneko se debe este dibujo pretendidamente ocurrente:
Mucha gente no sólo piensa esto, sino que considera indecente cuestionar la idea que transmite la ilustración: Que la prosperidad del Norte se debe a la implacable explotación del Sur. Y cuando digo mucha gente, me refiero especialmente a periodistas, maestros, escritores y artistas, es decir, a aquellos que más influencia tienen sobre la sabiduría convencional de nuestro tiempo, aun cuando no sean en su mayoría sus forjadores intelectuales.
Ahora bien, si el lector es lo que se suele llamar un progre, yo le pregunto: ¿En qué se basa para sostener semejante concepción? Pensemos en el origen de la riqueza del mundo desarrollado. ¿Se halla en el saqueo de las materias primas del Sur? Ciertamente, existen países muy pobres que atesoran en su subsuelo grandes riquezas minerales o energéticas, y que para explotarlas necesitan de la tecnología y los capitales del Norte. Sin embargo no es cierto que la riqueza generada por estos recursos naturales nunca beneficie al país de origen, como evidencia por ejemplo la fastuosidad de los principados árabes.
También es verdad que las multinacionales pagan en el tercer mundo salarios más bajos que en el primero. Pero aun así, son más altos que los que perciben los demás trabajadores de esos países, y de hecho la inversión extranjera permite eludir la miseria de muchos de sus habitantes que, de otra manera, frecuentemente no tienen otra salida que la mendicidad o la prostitución.
Con todo, lo esencial no es esto. Lo importante es que existen muchos países ricos que carecen casi por completo de riquezas naturales y de multinacionales dedicadas a su obtención. Por tanto, incluso aunque hubiera una parte de verdad en la teoría del saqueo, no es una excusa definitiva para que un país no pueda prosperar, porque en realidad, toda riqueza procede del trabajo, es decir, de la actividad humana transformadora, y de una estructura jurídica que garantice a todo ciudadano gozar de los frutos de su esfuerzo, sin temor a las exacciones políticas o las destrucciones por causas bélicas.
Aunque suene duro, insensible y lo que se quiera, la culpa de la pobreza del Sur la tiene básicamente el Sur. O dicho con más precisión, la tienen las cleptocracias socialistas o populistas que sojuzgan a esas sociedades, condenándolas al estancamiento y en ocasiones a la ruina, siendo muy difícil en estas condiciones recorrer el camino que Europa acabó encontrando sin la menor ayuda exterior, a lo largo de varios siglos.
Quizá el lector progre pueda oponer dos objeciones. La primera, que Europa prosperó gracias al imperialismo practicado sobre África y Asia (y Estados Unidos sobre Latinoamérica). Y la segunda que es la deuda de los países pobres la que los ha conducido a su actual situación de postración.
Lo último desde luego es fácil de rebatir. La deuda existe porque estos países recibieron grandes cantidades de dinero, no sólo en préstamos, sino también en donaciones. ¿A dónde ha ido a parar todo ese dinero? Los principales culpables de que se haya dilapidado por la corrupción y las guerras no son quienes lo prestaron o donaron, sino quienes lo recibieron.
En cuanto al imperialismo, es en gran medida un mito que económicamente haya arrojado un saldo favorable a los países desarrollados. En realidad, las motivaciones de los dirigentes europeos en la edad moderna tuvieron mucho más de aventurismo o necio militarismo, que de cualquier inteligente cálculo económico. Por supuesto que el imperialismo tuvo efectos perniciosos para los países que lo sufrieron. Pero generalmente fue porque en parte agudizó las lacras que padecían antes de la llegada de los europeos, quienes en general se apoyaron en las viejas élites de cada lugar, y en parte erosionó aquellas estructuras culturales que habían actuado como freno de sus propios gobernantes. Uno de los peores legados que ha dejado Europa al tercer mundo es el marxismo, aprendido por sus futuros dirigentes en las universidades de Gran Bretaña o de Francia, y luego aplicado con desastrosas consecuencias en tantos países africanos y asiáticos.
En cualquier caso, aunque los europeos, y en mucha menor medida los estadounidenses, hayan cometido innegables tropelías en todo el planeta, los países pobres no pueden estar eternamente echando la culpa a otros de sus propios errores y debilidades. La tentación de las explicaciones simplistas es muy grande. En uno de los álbumes de Tintín, no recuerdo cuál, se explicaba el atraso de los países subdesarrollados por la confabulación de los pérfidos fabricantes de armas y las multinacionales del petróleo. En realidad, la idea que tiene mucha gente no es más elaborada que la de esa historieta. Pero los habitantes del tercer mundo no pertenecen a razas inferiores, no son marionetas que los occidentales pueden manipular a su antojo. Carece de sentido afirmar que, más allá de casos anecdóticos, se dejan arrebatar sus riquezas o se enredan en guerras territoriales o tribales sin que sus propias clases dirigentes tengan la responsabilidad principal.
Esto no significa que Occidente deba mostrarse indiferente ante la miseria que existe en el planeta. Por supuesto que moralmente estamos obligados a intervenir para paliar hambrunas, epidemias y catástrofes naturales, allí donde se produzcan. Pero el error consiste ya no en pensar que es responsabilidad de los países desarrollados que los demás salgan de la miseria, sino que está en sus manos lograrlo. El tercer mundo sólo alcanzará los niveles de prosperidad del primero el día que se decida a intentarlo por sí mismo, renunciando al victimismo nacionalista. De hecho, muchos países, sobre todo en Asia, ya han recorrido buena parte del camino, que no es otro que la democracia y el mercado libre. Basta con que Occidente no obstaculice este proceso, por ejemplo con las intolerables barreras al libre comercio que aún persisten.
No nos engañemos: La función última del discurso que culpabiliza a Occidente de la miseria que hay en el mundo no es otra que la de presentar al capitalismo como un sistema que sólo se puede sostener por la exacción. Si nuestra riqueza procediese de la explotación del tercer mundo, ello significaría que en el fondo el sistema del libre mercado es un fraude, está basado en la rapiña y es incapaz de crear riqueza neta. Ahora bien, nótese que sólo las ideologías comunista y fascista han llegado a difundir mentiras de calibre comparable. El "espacio vital" de los nazis no es más que una de las muchas formulaciones que ha tenido la concepción preliberal, o antiliberal, de que la riqueza de un país sólo puede aumentar verdaderamente por la expansión territorial, y no gracias a la laboriosidad de sus habitantes. Curiosamente, es lo que parecen creer muchos antiglobalizadores, que se oponen a la libertad de comercio, porque opinan que sólo sirve para enriquecer a una parte y empobrecer a la otra.
Afortunadamente, están equivocados, y esto significa que el progreso es posible. Lo que no entiendo es por qué se llaman progresistas quienes con su actitud niegan en realidad que exista el progreso. Hace milenios que el ser humano aprendió que la prosperidad no queda limitada por lo que dé de sí la ubre de una vaca.