Tres son las razones para postular la existencia de Dios:
1) Que existe algo en lugar de nada.
2) Que el universo es inteligible, está regido por un orden racional.
3) Que el bien y el mal son esencialmente irreductibles a realidades fácticas.
De estas tres proposiciones, se interpreten o no como argumentos a favor del teísmo, la primera no puede ser contradicha seriamente. Algunos filósofos han puesto en duda la existencia del mundo objetivo, pero jamás han negado que exista algo, sea lo que sea, salvo como ejercicio sofístico. La segunda proposición ha sido cuestionada rara vez. Negar que la naturaleza está sometida a leyes es una posición intelectualmente desesperada o extravagante, muy difícil de sostener. En cambio, la idea de que la moral no es reducible a convenciones culturales, o tendencias biológicas, o cualquier otro tipo de realidad fáctica, es ya no frecuentemente discutida, sino más menudo implícitamente descartada.
La principal causa de incredulidad de nuestro tiempo reside en el descrédito de la tercera proposición. Si no hay un bien o un mal absolutos, la hipótesis de Dios ya no es solo innecesaria intelectualmente, sino tampoco en un sentido personal. No creemos necesitar a Dios para ser buenos ni para ser felices. El sacerdote católico y filósofo Michael Heller se refiere a la Proposición 3 como "el hueco aixológico". Heller alude a la expresión "Dios de los huecos", con la cual se critican los argumentos teológicos que pretenden basarse en los huecos o lagunas explicativas de nuestro conocimiento actual. Spinoza se refirió a esto mismo con la expresión "asilo de la ignorancia": Función que asignan a Dios quienes solo recurren a Él ante aquello que la ciencia no acierta a explicar (todavía). Sin embargo, Heller distingue entre los huecos "espurios" y los "genuinos", aquellos que el progreso de la ciencia jamás podrá rellenar, por su propia naturaleza. Y entre estos menciona el hueco ontológico, el epistemológico y el axiológico, que se corresponden con las tres proposiciones de arriba, respectivamente.
Las reflexiones de este sacerdote filósofo las he conocido gracias a un libro extraordinario, Dios y las cosmologías modernas (BAC, 2005), una selección de artículos de varios autores, a cargo de Francisco J. Soler Gil, filósofo de la física de la Universidad de Bremen, y autor asimismo de obras sobre el tema. Aunque existen diferencias de criterio entre los distintos articulistas, se puede extraer una conclusión general de este libro colectivo. Y es que las razones basadas en las proposiciones 1 y 2 son mucho más poderosas de lo que muchos análisis superficiales permiten entrever. Lo cual, indirectamente, presta más apoyo a los razonamientos en favor de la proposición 3. Pero a la cuestión axiológico-moral apenas se alude en esta obra, por salirse de su tema, que se circunscribe a las relaciones entre ciencia (particularmente la física y la cosmología) y religión.
Algunos filósofos y científicos han pretendido eludir el problema que plantea la Proposición 1. Básicamente han utilizado dos estrategias. Una es la positivista, consistente en negar que la pregunta por la causa del universo tenga sentido. La otra, mucho menos seria, aunque apadrinada por divulgadores e incluso científicos de talla, pretende que se puede explicar el surgimiento del universo ex nihilo, como un fenómeno espontáneo del vacío cuántico, o algún subterfugio semántico similar. Se trata de una mera prestidigitación verbal porque no podemos identificar con la nada absoluta un vacío cuántico con sus leyes, constantes y parámetros perfectamente definidos. La ciencia solo puede explicar cómo pasamos de un estado físico (por simple que sea) a otro estado físico, nada más. Tampoco nos permiten eludir la cuestión teorías como la de Stephen W. Hawking, que proponen un modelo de universo (al menos en sus instantes infinitesimales iniciales) sin frontera espaciotemporal, lo que significa que no tendría sentido plantearse la cuestión de un inicio del tiempo, del mismo modo que no lo tiene plantearse dónde empieza o termina la superficie de la tierra. Aunque no existiera un comienzo temporal del universo (como defienden las antiguas filosofías que lo consideraban eterno), seguiría siendo un completo enigma por qué existe algo en lugar de nada, tal como lo vio santo Tomás de Aquino.
Como decíamos, más seria es la objeción positivista. La cual ofrece dos variantes o momentos. Por un lado, desprovee de sentido la pregunta por una causa del universo en su conjunto. Y por otro niega ningún poder explicativo a la solución teísta. Si Dios es la causa del universo, ¿cuál es la causa de Dios? Podemos ahorrarnos un paso y decir que no lo sabemos, o mejor aún, que no tiene sentido plantearse la cuestión de una causa del Todo, pues el concepto de causa solo tiene un sentido relativo, relacional (de los fenómenos entre sí), siendo absurdo pretender relacionar el Todo con algo fuera de él, que por definición no existe.
En mi opinión, la mejor respuesta a esta objeción es la del propio Soler Gil, quien la expone en uno de los artículos del libro, "La cosmología física como soporte de la teología natural". Resumiendo, la argumentación de Soler Gil, muy apegada a los modelos cosmológicos estándares, es que el universo puede ser considerado en su conjunto como un objeto. La definición de objeto del autor es filosóficamente bastante técnica, pero creo que no deformamos en exceso su pensamiento si afirmamos que Soler Gil entiende por objeto más o menos lo que así designamos en el lenguaje ordinario. Y no es posible escamotear la cuestión de la causa de existencia de un objeto. No podemos conformarnos simplemente con decir que un objeto existe porque sí, y basta. Al mismo tiempo, Soler Gil señala que una explicación última de la existencia del universo no puede basarse en el concepto físico de la causalidad, el cual nos remite a una cadena infinita de causas. De ahí que sea altamente plausible la hipótesis de un Ser de carácter personal, no reducible a un ente objetual.
Así pues, el teísmo sigue siendo una solución muy satisfactoria a la pregunta de por qué existe algo en lugar de nada. Pero por si esto fuera poco, tenemos el enigma que plantea la Proposición 2, y que tanto intrigó a Einstein. ¿Por qué el universo es inteligible? ¿Por que obedece leyes de naturaleza matemática? ¿Por qué se cumple la fuerza de la gravedad, y otras muchas, con inflexible regularidad? Estamos tan acostumbrados al orden de la naturaleza, al sucederse los días, las estaciones, los ciclos biológicos, etc, que rara vez nos asombramos de ello. Y sin embargo, no existe ninguna razón lógica, como ya vio David Hume, por la cual el sol deba salir mañana. En realidad solo hay dos respuestas posibles a este enigma, aunque los filósofos (y algunos científicos, invadiendo "competencias" de la filosofía) hayan propuesto una aparente tercera opción, que en realidad es una seudosolución. Las dos soluciones a las que me refiero son la teísta (el universo es racional porque "en el principio era el Logos", por decirlo en palabras de San Juan) y la hipótesis más extrema del "multiverso", según la cual el orden del universo es una ilusión, un mero caso aleatorio en medio del caos de infinitos universos. La seudosolución es la de Spinoza, según la cual el universo no podría haber sido de otro modo de como es, lo cual elimina la necesidad de un Dios que toma decisiones. Es una seudosolución porque lógicamente no se sostiene. Cualquier cosa que imaginemos que no encierra contradicción en sí misma es lógicamente posible. Luego es posible que existan muchos universos distintos, o incluso que no existiera ninguno. Es lógicamente insostenible que lo que existe no podría haber sido de otro modo.
Descartada la hipótesis teísta, pues, queda solo la del multiverso, de la que existen muchas variantes, aunque solo la más extrema puede sortear la mayor parte de las objeciones, en mi opinión. Estas teorías surgieron como alternativa a los argumentos teístas basados en el llamado "ajuste fino". Algunos científicos observaron que ligeras variaciones en algunas de las constantes físicas hubieran dado lugar a un universo muy distinto, con toda probabilidad no apto para que emergiera en él la vida inteligente. (Ver especialmente el cap. II del libro citado, "La evidencia del ajuste fino".) El teísmo proporciona una explicación sencilla a este hecho sorprendente: Dios ha diseñado el universo con el fin de que aparecieran en él los seres humanos. Pero algunos, con tal de no tener que abrazar esta solución están dispuestos a creer que existe un número enorme de universos, tal vez infinitos, con leyes y constantes distintas del nuestro. Con ello el "ajuste fino" del universo queda reducido a una mera necesidad probabilística. Estas teorías, de las cuales existen numerosas variantes, presentan varios inconvenientes. El primero, y más obvio, es su carácter altamente especulativo, incompatible con el principio de la navaja de Occam. Pero el más serio es que la mayoría de ellos, lo único que hacen es trasladar el misterio de la inteligibilidad del universo al multiverso. Porque si las leyes físicas que conocemos son un mero producto probabilístico, todavía queda por explicar por qué el universo se atiene a las matemáticas de las probabilidades. Como agudamente señala Michael Heller en el capítulo debido a él ("Caos, probabilidad y la comprensibilidad del mundo"), no es en absoluto evidente que la probabilidad de una de las caras de un dado tenga que ser 1/6 en el mundo físico.
Existe sin embargo una variante extrema de la teoría del multiverso, que parece sortear estas insuficiencias. Esta teoría afirma que todas las posibilidades lógico-matemáticas existen realmente, de algún modo, con o sin relación espaciotemporal o de otro tipo entre ellas. Esto permite eludir la embarazosa cuestión de cómo se generan los innumerables (infinitos) universos: sencillamente existen. De ahí que no debería sorprendernos que en uno de ellos hayamos surgido nosotros. Esta teoría, sin embargo, presenta un inconveniente verdaderamente monstruoso. Para "explicar" por qué el universo es como es, no tiene más remedio que admitir infinitas variaciones (triviales, delirantes o siniestras) de nuestro universo. Incluyendo muchas en las cuales algunas o todas las leyes de la física que conocemos sufren una interrupción inexplicable en algún momento t = x. Solo es imposible lo lógicamente contradictorio. No lo es que el año que viene, o mañana mismo, la luna se convierta en un hipopótamo con pantalón corto. ¿Cómo sabemos que nuestro universo es una de las muchas variantes que persistirán en la cordura indefinidamente? La respuesta es inapelable: No lo sabemos.
Es decir, la teoría extrema del multiverso plantea que en realidad el orden cósmico no es más que una ilusión, puesto que en cualquier momento las leyes que lo gobiernan pueden quedar en suspenso o mutar, con consecuencias que pueden ir desde lo meramente cómico a lo catastrófico.
Así pues, la única alternativa consistente a la solución teísta es, para el problema que plantea la Proposición 1, que el universo existe porque sí, sin causa alguna. Y para la Proposición 2, que el universo en realidad no es racional, en el sentido de que acate una estructura legaliforme, sino que equivale al conjunto de todas las posibilidades lógico-matemáticas. Estas alternativas teóricas no son refutables, bien es cierto. Sin embargo, repugnan profundamente al intelecto, porque suponen su más completo fracaso. De ahí que el libro de Soler Gil (cuya densidad y sutileza en absoluto recibe aquí justicia) venga a confirmar la aparente paradoja de Chesterton, quien aseguraba que la Iglesia era el último bastión de la racionalidad occidental.
martes, 24 de julio de 2012
domingo, 22 de julio de 2012
A qué llamamos cultura
Titular en portada de El País de hoy: "La cultura alza la voz contra su agonía". En la fotografía, nueve artistas del mundo del espectáculo (cine, teatro, etc, incluyendo una galerista), varios de los cuales sostienen un cartel con un lema de red social: #por la cultura. "Una treintena de artistas claman contra los recortes y la subida del IVA." El texto abunda en "su grito de indignación, miedo e incredulidad por una cultura que agoniza."
En la edición digital puede verse una serie de fotografías individuales de actores y empresarios culturales, principalmente, sosteniendo carteles con "alegatos contra los recortes" del estilo de:
En la edición digital puede verse una serie de fotografías individuales de actores y empresarios culturales, principalmente, sosteniendo carteles con "alegatos contra los recortes" del estilo de:
CULTURA = LIBERTAD
SI LA CONVERTIMOS EN UN LUJO
AMORDAZAMOS A NUESTROS HIJOS
NO QUIEREN CULTURA PORQUE
NO QUIEREN CIUDADANOS LIBRES
SINO SÚBDITOS
EL GOBIERNO REMATA LA CULTURA
SIN COMPASIÓN COMO A UN
TORO EN UNA PLAZA
GÖRING: "CUANDO OIGO LA PALABRA
CULTURA, SACO EL REVÓLVER"
AQUÍ, CON ESTE GOBIERNO BASTA LA ASFIXIA
LA CULTURA NO ES UN ARTÍCULO
DE LUJO: MÁS INCULTOS, MÁS DÓCILES
¿Y CON LA SUBIDA DEL IVA NOS
REGALAN EL KIT DE EUTANASIA?
Etcétera. Por cierto, que el autor del último cartel demuestra una cierta confusión. La eutanasia es una de las reivindicaciones de la Religión Progresista Ortodoxa, con la cual congenian tantos artistas e intelectuales, que incluso han dedicado obras a reivindicarla. (Claro que a lo mejor se referían a la eutanasia de los demás, no la propia.)
La cultura no es un lujo, nos repiten. La cultura es libertad, es dignidad. Por eso la derecha la odia, y desearía acabar con ella. Son expresiones muy altisonantes, que nos dan derecho a preguntarnos qué será eso tan importante que llamamos cultura.
En principio, por la actividad de la mayoría de fotografiados, cultura se asocia ante todo con espectáculo, en sentido amplio: Cine, teatro y música, más algún editor inquieto porque suba el IVA de los libros. (Pero no dice nada acerca de que persistan las restricciones a bajar su precio.) Incluso tenemos a una "espectadora", una chica con semblante preocupado, que con inusitada sinceridad asegura (ver pie de foto) que "ya no podré ir a todos los espectáculos que quiero".
Pues bien, ahora expondré yo mi opinión. Si "cultura" es poder ir a todos los espectáculos "que quiero", desde luego la cultura sí es un lujo. Y además no creo que la mayoría de películas y obras de teatro que se realizan hoy defiendan ninguna libertad o dignidad, sino que más bien se limitan a divulgar, implícita o explícitamente, ideas de la izquierda totalitaria, contra el capitalismo, contra la familia, contra el cristianismo, etc. Para mí cultura es mucho más que ir al cine, al teatro o a exposiciones. Principalmente es otra cosa. Es transmisión de conocimientos y es creación estética perdurable. No es panfletarismo ni agitación social, no es un efímero "estar pegado a la realidad" sin perspectiva, sino vocación de trascender el momento presente, interés por el legado cultural clásico, por hacerlo presente y enriquecerlo, con la mirada puesta en la posteridad. Es una tarea silenciosa y con frecuencia solitaria, alejada del foco mediático.
Por lo demás, yo también estoy en contra de la subida del IVA, pero del IVA de todos los productos. No creo que las salas de cine merezcan un trato privilegiado, distinto de la alimentación o el vestido. Sí estoy absolutamente de acuerdo con los recortes, es decir, con que el Estado disminuya su intervención en la economía, y deje que sea la sociedad la que decida qué debe producirse. Yo podría lamentar que el libro que he publicado no se vendiera, y culpar al poco apoyo oficial que recibimos los autores, añadiendo que "la cultura no interesa al poder" y todas esas cosas que permitirían salvaguardar mi ego. Pero si mi libro es lo suficientemente valioso, al final se terminará vendiendo más o menos, y eso depende exclusivamente de mí y, en menor medida, de mi editor. No hay excusas. Por supuesto que se venden muchos más libros de Harry Potter que de algún poeta apreciable actual. Pero también se venden de García Lorca miles de ejemplares cada año, tres cuartos de siglo después de su muerte.
Como en todo, hay excepciones. Me gusta escuchar emisoras de música clásica estatales, como nuestra Radio Clásica, o la Radio Suisse Classique. No creo que su supresión por razones presupuestarias aumentara en grado apreciable la libertad general de los contribuyentes, y sí en cambio supondría hacer algo menos accesible un legado cultural extraordinario, como es la música europea culta de los tres últimos siglos. Pero comparar con Bach, Beethoven o Mozart la mayoría de productos intrascendentes, cuando no lesivos, que hoy pretenden pasar por "cultura", meter todo dentro del mismo saco, eso sí que compromete el patrimonio cultural de nuestra civilización. Entre tanto ruido, lo que verdaderamente importa se transmite con mayor dificultad. Recortando subvenciones arbitrarias le hacemos en el fondo un bien a la cultura, aunque implique contrariar intereses gremiales. O precisamente por ello.
La cultura no es un lujo, nos repiten. La cultura es libertad, es dignidad. Por eso la derecha la odia, y desearía acabar con ella. Son expresiones muy altisonantes, que nos dan derecho a preguntarnos qué será eso tan importante que llamamos cultura.
En principio, por la actividad de la mayoría de fotografiados, cultura se asocia ante todo con espectáculo, en sentido amplio: Cine, teatro y música, más algún editor inquieto porque suba el IVA de los libros. (Pero no dice nada acerca de que persistan las restricciones a bajar su precio.) Incluso tenemos a una "espectadora", una chica con semblante preocupado, que con inusitada sinceridad asegura (ver pie de foto) que "ya no podré ir a todos los espectáculos que quiero".
Pues bien, ahora expondré yo mi opinión. Si "cultura" es poder ir a todos los espectáculos "que quiero", desde luego la cultura sí es un lujo. Y además no creo que la mayoría de películas y obras de teatro que se realizan hoy defiendan ninguna libertad o dignidad, sino que más bien se limitan a divulgar, implícita o explícitamente, ideas de la izquierda totalitaria, contra el capitalismo, contra la familia, contra el cristianismo, etc. Para mí cultura es mucho más que ir al cine, al teatro o a exposiciones. Principalmente es otra cosa. Es transmisión de conocimientos y es creación estética perdurable. No es panfletarismo ni agitación social, no es un efímero "estar pegado a la realidad" sin perspectiva, sino vocación de trascender el momento presente, interés por el legado cultural clásico, por hacerlo presente y enriquecerlo, con la mirada puesta en la posteridad. Es una tarea silenciosa y con frecuencia solitaria, alejada del foco mediático.
Por lo demás, yo también estoy en contra de la subida del IVA, pero del IVA de todos los productos. No creo que las salas de cine merezcan un trato privilegiado, distinto de la alimentación o el vestido. Sí estoy absolutamente de acuerdo con los recortes, es decir, con que el Estado disminuya su intervención en la economía, y deje que sea la sociedad la que decida qué debe producirse. Yo podría lamentar que el libro que he publicado no se vendiera, y culpar al poco apoyo oficial que recibimos los autores, añadiendo que "la cultura no interesa al poder" y todas esas cosas que permitirían salvaguardar mi ego. Pero si mi libro es lo suficientemente valioso, al final se terminará vendiendo más o menos, y eso depende exclusivamente de mí y, en menor medida, de mi editor. No hay excusas. Por supuesto que se venden muchos más libros de Harry Potter que de algún poeta apreciable actual. Pero también se venden de García Lorca miles de ejemplares cada año, tres cuartos de siglo después de su muerte.
Como en todo, hay excepciones. Me gusta escuchar emisoras de música clásica estatales, como nuestra Radio Clásica, o la Radio Suisse Classique. No creo que su supresión por razones presupuestarias aumentara en grado apreciable la libertad general de los contribuyentes, y sí en cambio supondría hacer algo menos accesible un legado cultural extraordinario, como es la música europea culta de los tres últimos siglos. Pero comparar con Bach, Beethoven o Mozart la mayoría de productos intrascendentes, cuando no lesivos, que hoy pretenden pasar por "cultura", meter todo dentro del mismo saco, eso sí que compromete el patrimonio cultural de nuestra civilización. Entre tanto ruido, lo que verdaderamente importa se transmite con mayor dificultad. Recortando subvenciones arbitrarias le hacemos en el fondo un bien a la cultura, aunque implique contrariar intereses gremiales. O precisamente por ello.
sábado, 7 de julio de 2012
La boda de Iniesta
Iniesta se casa en Tarragona este domingo. La ceremonia, con el alcalde Ballesteros (socialista) de oficiante, se realizará en el romántico paraje del castillo de Tamarit. Los ochocientos invitados (entre ellos, Messi, Xavi, Puyol, Guardiola, Vicente del Bosque, Íker Casillas y Sara Carbonero) se trasladarán a continuación, para cenar, al restaurante Mas d'en Ros, en Riudoms, cuna de Gaudí.
No, no es que haya decidido hacer una incursión en el género de la prensa del corazón. Tampoco quería hoy hablar del tema de las bodas civiles, que ya superan en número a las católicas, cosa que la progresía celebra como si fuera un gran avance hacia no sé muy bien qué. La sociedad actual se ufana de dejar atrás los rituales religiosos, pero por algún motivo se ve obligada a sustituirlos por unos rituales laicos. Oscuramente intuimos que los rituales son imprescindibles para la vida, pero al mismo tiempo nos reímos de la institución que ha tenido esto clarísimo durante dos mil años.
En realidad, yo quería hablar del fariseísmo de quienes critican a Iniesta, o a quien sea, por celebrar una boda con ochocientos invitados, "en estos momentos de crisis económica". Son los mismos que reclaman a los jugadores de España, épicos vencedores de la Eurocopa, que donen sus primas a angélicas ONGs -que luego ellas decidirán a quién donan el dinero. Son de la misma especie que aquellos que, cuando se envía un nuevo ingenio a Marte, se muestran escandalizados por que esos millones de dólares no se destinen a paliar el hambre en el mundo. Y por supuesto, pertenecen a la misma raza de los eternos denunciadores de los lujos del Vaticano.
Como casi todo, esta psicología ya está retratada en los evangelios, cuando algunos presentes reprochan a una mujer (María Magdalena, según cierta tradición) por agasajar a Jesús en Betania con un caro perfume, en lugar de obtener con su venta dinero para los pobres. Son los mismos que casi nunca se limitan a ejercer ellos la caridad, en la medida de sus posibilidades, sino que siempre están dispuestos a que sean otros quienes la practiquen. Y tienen la justificación siempre a punto, que los otros tienen o derrochan "demasiado". Quién decide lo que es demasiado, es por supuesto una pregunta tonta. Son aquellos que nunca se sentirán culpables por permitirse algún capricho, por cenar en un restaurante de moda mientras en la esquina una rumana en harapos revuelve contenedores, buscando restos de comida para sus hijos. Siempre es el gobierno el que debería hacer algo para remediar esa "vergüenza", siempre tienen la culpa los bancos, los ricos, es decir, los otros, no yo, que soy una persona buenísima y solidaria, que voto a partidos de izquierda. Y joer, qué buena está la panacota de vainilla.
Le deseo a Andrés y a su mujer lo mejor en el día de su boda. Me parece estupenda la decisión que ha tomado de celebrarla en Tarragona, de animar un poco la economía local. No hace falta que done nada a ninguna ONG; ya hacen mucho bien, él y sus invitados, gastando en hoteles, restaurantes y comercios de esta ciudad mediterránea. Y sobre todo que continúe jugando al fútbol como lo hace. (Otro día hablaré de los papanatas del "¡Ya ves, once tíos corriendo detrás de una pelota! No le veo la gracia...")
No, no es que haya decidido hacer una incursión en el género de la prensa del corazón. Tampoco quería hoy hablar del tema de las bodas civiles, que ya superan en número a las católicas, cosa que la progresía celebra como si fuera un gran avance hacia no sé muy bien qué. La sociedad actual se ufana de dejar atrás los rituales religiosos, pero por algún motivo se ve obligada a sustituirlos por unos rituales laicos. Oscuramente intuimos que los rituales son imprescindibles para la vida, pero al mismo tiempo nos reímos de la institución que ha tenido esto clarísimo durante dos mil años.
En realidad, yo quería hablar del fariseísmo de quienes critican a Iniesta, o a quien sea, por celebrar una boda con ochocientos invitados, "en estos momentos de crisis económica". Son los mismos que reclaman a los jugadores de España, épicos vencedores de la Eurocopa, que donen sus primas a angélicas ONGs -que luego ellas decidirán a quién donan el dinero. Son de la misma especie que aquellos que, cuando se envía un nuevo ingenio a Marte, se muestran escandalizados por que esos millones de dólares no se destinen a paliar el hambre en el mundo. Y por supuesto, pertenecen a la misma raza de los eternos denunciadores de los lujos del Vaticano.
Como casi todo, esta psicología ya está retratada en los evangelios, cuando algunos presentes reprochan a una mujer (María Magdalena, según cierta tradición) por agasajar a Jesús en Betania con un caro perfume, en lugar de obtener con su venta dinero para los pobres. Son los mismos que casi nunca se limitan a ejercer ellos la caridad, en la medida de sus posibilidades, sino que siempre están dispuestos a que sean otros quienes la practiquen. Y tienen la justificación siempre a punto, que los otros tienen o derrochan "demasiado". Quién decide lo que es demasiado, es por supuesto una pregunta tonta. Son aquellos que nunca se sentirán culpables por permitirse algún capricho, por cenar en un restaurante de moda mientras en la esquina una rumana en harapos revuelve contenedores, buscando restos de comida para sus hijos. Siempre es el gobierno el que debería hacer algo para remediar esa "vergüenza", siempre tienen la culpa los bancos, los ricos, es decir, los otros, no yo, que soy una persona buenísima y solidaria, que voto a partidos de izquierda. Y joer, qué buena está la panacota de vainilla.
Le deseo a Andrés y a su mujer lo mejor en el día de su boda. Me parece estupenda la decisión que ha tomado de celebrarla en Tarragona, de animar un poco la economía local. No hace falta que done nada a ninguna ONG; ya hacen mucho bien, él y sus invitados, gastando en hoteles, restaurantes y comercios de esta ciudad mediterránea. Y sobre todo que continúe jugando al fútbol como lo hace. (Otro día hablaré de los papanatas del "¡Ya ves, once tíos corriendo detrás de una pelota! No le veo la gracia...")
domingo, 1 de julio de 2012
El origen de la culpa
Antonio Muñoz Molina y Elvira Lindo son a la literatura lo que Víctor Manuel y Ana Belén a la canción: La pareja modélica de progresistas. He apreciado novelas del primero, a pesar de que, desde hace años, no soy lector habitual de ficción, como dicen los anglosajones. Si de Elvira Lindo no he leído nada extenso, simplemente es por esta razón. Y canciones de la otra pareja, me gustan varias, para qué negarlo, como me gustan Serrat, Sabina y hasta Paco Ibáñez. Nunca he dejado que mis ideas condicionaran mis preferencias estéticas, ni viceversa. He sido wagneriano con veinte y pocos años, cuando era de izquierdas, y soy mucho más verdiano (sin renegar del Tristán) ahora que muchos me juzgarían como un reaccionario impenitente.
Eso sí, el progresismo de Elvira Lindo y de su marido es de la especie inteligente, es decir, de ese tipo que se permite criticar, a veces en términos muy sarcásticos, las memeces más evidentes de la corrección política y el folclore al uso de la izquierda perroflauta. Esto por un lado es de agradecer, máxime cuando se realiza desde el órgano progre por excelencia, El País. Pero por otro lado, estas críticas eventuales nunca acaban de ir al fondo. Y ello es así, porque si lo hicieran, realmente cuestionarían todo el paradigma progresista.
Un ejemplo es el artículo de Lindo, en la edición digital del citado periódico, titulado Evidentemente. En él la escritora se cachondea, permítanme la expresión, con las declaraciones de una cantante, que asegura querer desterrar del diccionario la palabra "culpa", cada vez que alguien tiene a bien entrevistarla. Al parecer, la artista se siente orgullosa de su gran descubrimiento intelectual, aunque ignoro si este ha estado favorecido por un proceso de ósmosis ambiental o por una lectura detenida de las obras de Nietzsche. Elvira ridiculiza sin compasión este hedonismo de pacotilla que vienen a decirnos que, hasta que Moisés vino a aguarnos la fiesta con las tablas de la Ley, los seres humanos "estaban follando, [y] bebiendo, de puta madre".
Con toda razón, Elvira defiende la necesidad del sentimiento de culpa, sin el cual la maldad puede campar a sus anchas. Pero lo estropea totalmente cuando afirma lo siguiente:
"Creer que la “culpa” es un sentimiento religioso, por mucho que la Iglesia católica haya manoseado el término, es (evidentemente) una tontería, porque los únicos que carecen de culpa son los psicópatas, dado que la culpa, cuando no es enfermiza, es consecuencia de la compasión y la empatía con el que sufre."
Para la articulista, la culpa es un sentimiento natural y espontáneo, hijo de la empatía, cuya ausencia podemos considerar patológica y, por tanto, tratable con métodos psiquiátricos. La idea filosófica subyacente es el viejo mito progresista del Buen Salvaje: Somos buenos por naturaleza, y todos los males proceden de la ignorancia y la superstición. Estas son las causantes de que no sepamos (todavía) organizar la sociedad adecuadamente, ni tampoco diagnosticar y curar plenamente ciertas enfermedades, como la incapacidad de sentir culpa, la pedofilia, la aversión a pagar impuestos y la creencia en la divinidad.
Seguramente que existen psicópatas incapaces de sentir la menor compasión ante el dolor ajeno. Y posiblemente algunos delincuentes sexuales sean personas con problemas mentales o endocrinos. Pero a la concepción terapéutica del mal se le pueden oponer dos serias objeciones: La primera y más obvia, que difícilmente permite explicar todo el mal de que son capaces los seres humanos, en mayor o menor grado. Hannah Arendt mostró convincentemente que algunos de los mayores crímenes de la historia, como fueron los perpetrados bajo el régimen nazi, no se pueden explicar solo por la mera intervención de personalidades sádicas (aunque estas florezcan especialmente en determinadas circunstancias), sin tener en cuenta las ideas deshumanizadoras que llevaron a personas clínicamente normales a ser cómplices directos o indirectos del horror.
La segunda objeción, y de más calado, es que si el mal es una enfermedad, su definición queda sujeta al albur de la ciencia, no de la ética o la religión. Y no es en absoluto evidente (por incidir en el adjetivo) que con ello salgamos ganando. Porque, como sugería aquella novela de Anthony Burguess (o si lo prefieren, la película de Kubrick, La naranja mecánica) esto nos conduce con inflexible lógica a una posibilidad totalitaria. La de un mundo donde una tecnocracia se arrogue el poder de decidir qué son el mal y el bien, sin retroceder ante la opción de extirpar el primero junto con muchas cosas buenas -o viceversa.
Digámoslo sin más rodeos: ¡Claro que la culpa es un sentimiento -aunque yo prefiero decir una idea- intrínsecamente religioso! El tremendo error es precisamente negar tan profunda y capital verdad. El bien y el mal son cosas demasiado trascendentales para dejarlas exclusivamente en manos de sentimientos como la compasión y empatía, sin duda bendecibles, pero que se difuminan tan fácilmente y se dejan manipular y hasta invertir con tanta frecuencia. ¿No se nos quiere justificar el aborto con emociones de empatía hacia la madre, como si sacrificar una vida humana fuera menos grave que contrariar la ofuscación acaso pasajera de una mujer que rechaza a su hijo?
La Iglesia habrá "manoseado" el sentimiento de culpa durante dos mil años, con perseverancia digna de nota. Solo por ello, quizás valdría la pena escucharla. En cambio ahora supuestos expertos y opinadores diletantes nos informan de que la culpa es un fenómeno puramente subjetivo. Para algunos, prescindible; para otros necesario. Pero ambos coinciden en negar su fundamentación, que el bien y el mal son realidades absolutas, no conceptos indefinidamente debatibles, que hoy nos pueden servir para justificar bellas acciones, y mañana para perseguir al prójimo. Y hasta para erigir, en un futuro no remoto, totalitarismos lo suficientemente avanzados como para rediseñar la psique humana, y por tanto redefinir a su conveniencia, de manera siniestramente incontestable, los principios morales.
Si el bien y el mal son meramente sentimientos, ¿cómo sabemos cuáles son los sentimientos buenos y cuáles los malos, sin caer en una circularidad lógica? Esta es la cuestión que el humanismo laico no tiene más remedio que eludir o posponer. Pero sin responderla, no hay humanismo que pueda resistir la arrogancia de la voluntad de poder, que diría Nietzsche.
Eso sí, el progresismo de Elvira Lindo y de su marido es de la especie inteligente, es decir, de ese tipo que se permite criticar, a veces en términos muy sarcásticos, las memeces más evidentes de la corrección política y el folclore al uso de la izquierda perroflauta. Esto por un lado es de agradecer, máxime cuando se realiza desde el órgano progre por excelencia, El País. Pero por otro lado, estas críticas eventuales nunca acaban de ir al fondo. Y ello es así, porque si lo hicieran, realmente cuestionarían todo el paradigma progresista.
Un ejemplo es el artículo de Lindo, en la edición digital del citado periódico, titulado Evidentemente. En él la escritora se cachondea, permítanme la expresión, con las declaraciones de una cantante, que asegura querer desterrar del diccionario la palabra "culpa", cada vez que alguien tiene a bien entrevistarla. Al parecer, la artista se siente orgullosa de su gran descubrimiento intelectual, aunque ignoro si este ha estado favorecido por un proceso de ósmosis ambiental o por una lectura detenida de las obras de Nietzsche. Elvira ridiculiza sin compasión este hedonismo de pacotilla que vienen a decirnos que, hasta que Moisés vino a aguarnos la fiesta con las tablas de la Ley, los seres humanos "estaban follando, [y] bebiendo, de puta madre".
Con toda razón, Elvira defiende la necesidad del sentimiento de culpa, sin el cual la maldad puede campar a sus anchas. Pero lo estropea totalmente cuando afirma lo siguiente:
"Creer que la “culpa” es un sentimiento religioso, por mucho que la Iglesia católica haya manoseado el término, es (evidentemente) una tontería, porque los únicos que carecen de culpa son los psicópatas, dado que la culpa, cuando no es enfermiza, es consecuencia de la compasión y la empatía con el que sufre."
Para la articulista, la culpa es un sentimiento natural y espontáneo, hijo de la empatía, cuya ausencia podemos considerar patológica y, por tanto, tratable con métodos psiquiátricos. La idea filosófica subyacente es el viejo mito progresista del Buen Salvaje: Somos buenos por naturaleza, y todos los males proceden de la ignorancia y la superstición. Estas son las causantes de que no sepamos (todavía) organizar la sociedad adecuadamente, ni tampoco diagnosticar y curar plenamente ciertas enfermedades, como la incapacidad de sentir culpa, la pedofilia, la aversión a pagar impuestos y la creencia en la divinidad.
Seguramente que existen psicópatas incapaces de sentir la menor compasión ante el dolor ajeno. Y posiblemente algunos delincuentes sexuales sean personas con problemas mentales o endocrinos. Pero a la concepción terapéutica del mal se le pueden oponer dos serias objeciones: La primera y más obvia, que difícilmente permite explicar todo el mal de que son capaces los seres humanos, en mayor o menor grado. Hannah Arendt mostró convincentemente que algunos de los mayores crímenes de la historia, como fueron los perpetrados bajo el régimen nazi, no se pueden explicar solo por la mera intervención de personalidades sádicas (aunque estas florezcan especialmente en determinadas circunstancias), sin tener en cuenta las ideas deshumanizadoras que llevaron a personas clínicamente normales a ser cómplices directos o indirectos del horror.
La segunda objeción, y de más calado, es que si el mal es una enfermedad, su definición queda sujeta al albur de la ciencia, no de la ética o la religión. Y no es en absoluto evidente (por incidir en el adjetivo) que con ello salgamos ganando. Porque, como sugería aquella novela de Anthony Burguess (o si lo prefieren, la película de Kubrick, La naranja mecánica) esto nos conduce con inflexible lógica a una posibilidad totalitaria. La de un mundo donde una tecnocracia se arrogue el poder de decidir qué son el mal y el bien, sin retroceder ante la opción de extirpar el primero junto con muchas cosas buenas -o viceversa.
Digámoslo sin más rodeos: ¡Claro que la culpa es un sentimiento -aunque yo prefiero decir una idea- intrínsecamente religioso! El tremendo error es precisamente negar tan profunda y capital verdad. El bien y el mal son cosas demasiado trascendentales para dejarlas exclusivamente en manos de sentimientos como la compasión y empatía, sin duda bendecibles, pero que se difuminan tan fácilmente y se dejan manipular y hasta invertir con tanta frecuencia. ¿No se nos quiere justificar el aborto con emociones de empatía hacia la madre, como si sacrificar una vida humana fuera menos grave que contrariar la ofuscación acaso pasajera de una mujer que rechaza a su hijo?
La Iglesia habrá "manoseado" el sentimiento de culpa durante dos mil años, con perseverancia digna de nota. Solo por ello, quizás valdría la pena escucharla. En cambio ahora supuestos expertos y opinadores diletantes nos informan de que la culpa es un fenómeno puramente subjetivo. Para algunos, prescindible; para otros necesario. Pero ambos coinciden en negar su fundamentación, que el bien y el mal son realidades absolutas, no conceptos indefinidamente debatibles, que hoy nos pueden servir para justificar bellas acciones, y mañana para perseguir al prójimo. Y hasta para erigir, en un futuro no remoto, totalitarismos lo suficientemente avanzados como para rediseñar la psique humana, y por tanto redefinir a su conveniencia, de manera siniestramente incontestable, los principios morales.
Si el bien y el mal son meramente sentimientos, ¿cómo sabemos cuáles son los sentimientos buenos y cuáles los malos, sin caer en una circularidad lógica? Esta es la cuestión que el humanismo laico no tiene más remedio que eludir o posponer. Pero sin responderla, no hay humanismo que pueda resistir la arrogancia de la voluntad de poder, que diría Nietzsche.
jueves, 28 de junio de 2012
Acto en Tarragona
Mañana viernes 29, presentación de mi libro Contra la izquierda en Tarragona. (Museu d'Art Modern, c/Sta. Anna, 8, 19.00 h.) El presentador es Alejandro Fernández, diputado y presidente del PP provincial.
lunes, 25 de junio de 2012
De los indignados a los puteados
El exdirigente comunista Julio Anguita quiere impulsar la creación de un Frente Cívico que organice a la mayoría de "puteados". (Insiste, en la entrevista que le hace El Mundo del 24 de junio, en que conste la expresión.) Dentro de esta sesuda categoría sociológica, el Sr. Anguita incluye principalmente a los parados, a los "precarios" y a la juventud sin futuro. Entre sus diez propuestas programáticas, que hizo públicas en un blog pocos días antes, el comunista incluye un salario mínimo de 1.000 euros (1ª) y "la extensión y ampliación de la prestación por desempleo" (3ª).
De estas propuestas se deduce que el problema de un parado no es esencialmente que no encuentre empleo, sino que no cobre un subsidio suficiente. Y que cobrar menos de mil euros por un trabajo es siempre algo malo en sentido absoluto, aunque se trate de un estudiante que quiera sacarse unos eurillos repartiendo pizzas, o vendiendo purificadores de agua.
La cuestión no es solo de dónde piensa sacar Anguita el dinero para incrementar el subsidio del paro y las pensiones (también defiende la pensión mínima de 1.000 euros, propuesta 2ª). El problema no es que sus propuestas sean acaso inaplicables, es que de intentar ponerse en práctica, no harán más que incentivar el paro y poner en dificultades al estudiante (o a cualquier otra persona) que quiera simplemente ganar algún dinero.
La juventud no tiene futuro si se empeña en creer que no lo tiene. Encontrar trabajo "de lo mío" a base de enviar currículums, en lugar de plantearse realmente cómo podemos ser productivos para ganarnos la vida, o para obtener nuestros primeros ingresos, es el error que comete una parte de la juventud. Y para personas como Anguita, que ya tienen su vida resuelta, lo más fácil es decirle a los jóvenes lo que más halaga a sus oídos, aunque objetivamente eso no los ayude para nada, sino todo lo contrario.
El resto de aberrantes propuestas forman parte del repertorio comunista clásico. Nacionalizar la banca y otros sectores económicos (5ª y 6ª), intervenir en la distribución de alimentos (8ª), aumentar la presión fiscal (4ª), reformar la ley electoral (10ª) en un sentido más proporcional (la actual siempre ha perjudicado a Izquierda Unida frente a los nacionalismos) y desarrollar la Constitución, aunque no lo diga tan explícitamente, en sentido más socialista (7ª).
No podía faltar tampoco, claro está, la "efectiva separación entre las iglesias y el Estado" (9ª). Lo que no entiendo es por qué habla de "iglesias" en plural, cuando es obvio que se refiere a la Iglesia Católica, la única que constitucionalmente tiene un tratamiento especial en España.
Que los comunistas defiendan ideas comunistas lo comprendo. Que nos tomen por idiotas a los demás pretendiendo dirigirse a los españoles "de cualquier partido, sindicato, confesión religiosa", eso ya me mosquea bastante. Y que hablen del paro juvenil en términos de "holocausto", eso ya sencillamente me parece una sinvergonzonería, por muy "carismático" que se levante Anguita todas las mañanas. Mucha gente está sufriendo como consecuencia de esta crisis, pero como siempre, quienes más gritan son los que menos la están experimentando en sus carnes. Lo peor que les puede pasar a los "puteados" es que escuchen a profetas como Anguita, que solo viven (políticamente hablando) de explotar el resentimiento, pero sin aportar la menor solución sensata, solo viejas recetas que siempre han conducido a más miseria.
De estas propuestas se deduce que el problema de un parado no es esencialmente que no encuentre empleo, sino que no cobre un subsidio suficiente. Y que cobrar menos de mil euros por un trabajo es siempre algo malo en sentido absoluto, aunque se trate de un estudiante que quiera sacarse unos eurillos repartiendo pizzas, o vendiendo purificadores de agua.
La cuestión no es solo de dónde piensa sacar Anguita el dinero para incrementar el subsidio del paro y las pensiones (también defiende la pensión mínima de 1.000 euros, propuesta 2ª). El problema no es que sus propuestas sean acaso inaplicables, es que de intentar ponerse en práctica, no harán más que incentivar el paro y poner en dificultades al estudiante (o a cualquier otra persona) que quiera simplemente ganar algún dinero.
La juventud no tiene futuro si se empeña en creer que no lo tiene. Encontrar trabajo "de lo mío" a base de enviar currículums, en lugar de plantearse realmente cómo podemos ser productivos para ganarnos la vida, o para obtener nuestros primeros ingresos, es el error que comete una parte de la juventud. Y para personas como Anguita, que ya tienen su vida resuelta, lo más fácil es decirle a los jóvenes lo que más halaga a sus oídos, aunque objetivamente eso no los ayude para nada, sino todo lo contrario.
El resto de aberrantes propuestas forman parte del repertorio comunista clásico. Nacionalizar la banca y otros sectores económicos (5ª y 6ª), intervenir en la distribución de alimentos (8ª), aumentar la presión fiscal (4ª), reformar la ley electoral (10ª) en un sentido más proporcional (la actual siempre ha perjudicado a Izquierda Unida frente a los nacionalismos) y desarrollar la Constitución, aunque no lo diga tan explícitamente, en sentido más socialista (7ª).
No podía faltar tampoco, claro está, la "efectiva separación entre las iglesias y el Estado" (9ª). Lo que no entiendo es por qué habla de "iglesias" en plural, cuando es obvio que se refiere a la Iglesia Católica, la única que constitucionalmente tiene un tratamiento especial en España.
Que los comunistas defiendan ideas comunistas lo comprendo. Que nos tomen por idiotas a los demás pretendiendo dirigirse a los españoles "de cualquier partido, sindicato, confesión religiosa", eso ya me mosquea bastante. Y que hablen del paro juvenil en términos de "holocausto", eso ya sencillamente me parece una sinvergonzonería, por muy "carismático" que se levante Anguita todas las mañanas. Mucha gente está sufriendo como consecuencia de esta crisis, pero como siempre, quienes más gritan son los que menos la están experimentando en sus carnes. Lo peor que les puede pasar a los "puteados" es que escuchen a profetas como Anguita, que solo viven (políticamente hablando) de explotar el resentimiento, pero sin aportar la menor solución sensata, solo viejas recetas que siempre han conducido a más miseria.
jueves, 21 de junio de 2012
ETA es progresista
¿Podía sorprender a alguien que un Tribunal Constitucional dominado por progresistas legalizara al brazo político de ETA, contradiciendo al Tribunal Supremo e ignorando los informes de la Policía Nacional y la Guardia Civil? No. Esto solo podría sorprender a quien olvidara que ETA es una organización terrorista de ideología izquierdista, cuyos simpatizantes van de rollo ecologista, feminista, antiimperialista y socialista. (El complejo FEMS.) Con su habitual lucidez, Pío Moa ha señalado la esencia de la cuestión. Imaginen lo que estaría diciendo la progresía del tribunal constitucional de Alemania si legalizara de nuevo al partido nazi. Pero claro, hemos aceptado que sean legales los partidos comunistas, defensores de una ideología responsable de más muertes que el propio nacional-socialismo y, con este precedente, una ley de partidos políticos como la que impulsó Aznar es muy difícil de aplicar. Requeriría una clase judicial formada por magistrados que creyeran realmente en el derecho. Lo de menos es que los componentes del Constitucional sean o no jueces profesionales; unos jueces de carrera suficientemente garzonizados hubieran podido protagonizar parecida infamia. Estamos hartos de verlo. La izquierda jamás ha creído en el derecho (artilugio burgués, ya se sabe) y está infiltrada en el poder judicial hasta el tuétano. Así nos va.
domingo, 17 de junio de 2012
El complejo FEMS
Las cuatro patas de la izquierda actual, en orden arbitrario, son el Feminismo-ideología de género-proabortismo, el Ecologismo, el Multiculturalismo-antioccidentalismo y por supuesto el Socialismo. Con fines de agilidad nemotécnica, podemos utilizar el acrónimo FEMS. (Que en catalán signifique excrementos animales, así como el abono elaborado con estos, es una mera coincidencia.) Detengámonos brevemente en cada elemento.
Socialismo. Se trata sin duda del elemento más antiguo. Precedentes del pensamiento socialista ya se encuentran en Platón. Actualmente, fuera del marxismo confeso, se manifiesta bajo la forma aparentemente moderada de socialdemocracia, y del discurso sobre el Estado del bienestar, que incluso ha interiorizado en gran parte la derecha política. La idea socialdemócrata consiste, en esencia, en que determinadas funciones sociales, como la sanidad, la educación, las prestaciones de desempleo o de jubilación, deben estar aseguradas por el Estado. Así, aunque el mercado realice funciones tan importantes, si no más, como son la producción y distribución de alimentos o de vestido, por alguna razón se considera que es incapaz de ofrecer aquellos otros servicios de manera universalmente asequible.
La izquierda goza en este tema de una importante ventaja material, sobre todo en Europa, donde el Estado ejerce de hecho posiciones dominantes, cuando no cercanas al monopolio, en los sectores mencionados. En consecuencia, el mercado tiende a especializarse en las capas más pudientes de la población, que aspiran a una medicina o una educación de mayor calidad que la ofrecida por la pública, lo cual refuerza la idea de que las clases medias y bajas no podrían acceder a estos servicios sin la intervención estatal. No importa que las empresas públicas den muestras sobradas de ineficacia e insostenibilidad, en comparación con las privadas. Sus deficiencias siempre podrán achacarse a que no se destina a las primeras suficiente presupuesto, lo cual refuerza el discurso socialdemócrata dominante, al tiempo que premia la ineficiencia, en lugar de atajarla, en un claro ejemplo de círculo vicioso. El socialismo no funciona; luego es necesario... más socialismo.
Los socialistas replican a lo anterior, claro, que el capitalismo tampoco funciona. Pero ignoran con ello el hecho fundamental: Que jamás se ha creado más riqueza en la historia que en el sistema capitalista. Por muchos problemas e injusticias que produzca, o que no sea capaz de remediar el mercado libre, lo cierto es que jamás ha existido un sistema mejor, y en cambio algunas alternativas, como el comunismo soviético y chino, han sido mucho peores. Del capitalismo podríamos decir lo mismo que de la democracia: es el peor de los sistemas, exceptuando todos los demás.
Feminismo. Dentro de este término incluyo básicamente la ideología de género y el proabortismo. La idea original, que la mujer tiene la misma dignidad que el hombre, procede del judeocristianismo, en contra de los tópicos que aseguran lo contrario. "Y creó Dios al hombre a imagen suya: a imagen de Dios los creó; varón y hembra los creó." (Génesis, 1, 27.) Y más adelante: "Por eso, deja el hombre a su padre y a su madre y se une a su mujer, y vienen a ser los dos una sola carne." (2, 24). Aunque desde la puntillosa corrección política sin duda se tacharía este lenguaje de "sexista" (¿por qué no decir: "deja la mujer a su padre y a su madre y se une a su hombre"?), lo esencial es obvio: Hombre y mujer, en la institución del matrimonio, son lo mismo. El Nuevo Testamento lleva hasta sus últimas consecuencias esta doctrina, rechazando Jesús con contundencia que la mujer pueda ser repudiada.
Ahora bien, el feminismo, que consciente o inconscientemente bebía en esa concepción cuando reclamaba el sufragio universal o el acceso de la mujer a todas la profesiones, se transmutó en tiempos modernos en otra cosa completamente distinta, en un remedo de la teoría marxista de la lucha de clases, traducida a lucha de sexos. Se llega al extremo de afirmar que el sexo es una pura construcción cultural (como sugiere, al menos en español, el término género, que tiene un sentido puramente gramatical, no biológico). De ahí que se condene toda diferencia observable entre los sexos en la conducta, la educación, el mundo laboral, el ocio, etc, como una injusticia que debe remediarse mediante la ingeniería social, es decir, de manera coactiva. La culminación de esta mentalidad es el proabortismo, la idea de que el aborto es un derecho de la mujer, no una medida desesperada, como mucho admisible en situaciones extremas. Ello le permite eludir, de la manera más drástica, el hecho biológico diferencial. Aquí la izquierda, la supuesta defensora de los débiles, carga sin compasión contra los seres más débiles que existen, que son los seres humanos en edad embrionaria y fetal.
Ecologismo. Nace este en época mucho más reciente, y originalmente no era un movimiento propio de la izquierda. Se pueden encontrar precedentes de políticas medioambientales y de protección de los animales en el nacional-socialismo. El ecologismo entronca con una vieja corriente paganoide, de idolatrización de la naturaleza, que en sí misma choca con la concepción del Génesis, según la cual esta, y particularmente los demás seres vivos, deben someterse al imperio del hombre. Por supuesto, una preocupación razonable por el cuidado del medio ambiente no es patrimonio de ninguna ideología política, sino algo común a cualquier persona normal. Pero el ecologismo ideológico, aunque explote este sentimiento, no consiste en esto, sino en la idea de que el capitalismo es el peor enemigo de la naturaleza, cosa que resulta completamente falsa. (Los peores desastres ecológicos se han producido en países del "socialismo real".) Es por ello que el ecologismo en gran medida actúa como recambio de las ideas socialistas, sobre todo cuando estas entran en crisis. No es ninguna casualidad que los partidos comunistas europeos se hayan resituado en alianza o fusión con partidos verdes. El catastrofismo medioambiental les proporciona el mismo tipo de pretextos que el lenguaje milenarista dirigido antaño a los parias de la tierra.
Multiculturalismo. Por este término no me refiero exclusivamente a una determinada política ante la inmigración, sino a un concepto mucho más amplio, la idea de que todas las culturas valen lo mismo... excepto la occidental, que debe ser fustigada sin descanso, y culpada de todos los males imaginables. La raíz última del antioccidentalismo es la cristianofobia. El relativismo cultural es el vehículo intelectualmente sugestivo (y originalmente, tampoco procedente de la izquierda, sino de las ideas románticas de Herder, y de Spengler) del odio a la Cruz. Permite denigrar nuestras raíces, nuestras tradiciones, asociándolas con lo caduco, lo desfasado, y contraponiéndolas a una idealización de las demás culturas basada en el mito del "Buen Salvaje". En el multiculturalismo antioccidental se ensamblan a la perfección los otros tres elementos de la izquierda: El socialismo confluye de manera natural con el indigenismo y el chavismo, con el ecologismo de la Pacha Mama, y con la Leyenda negra contra la España católica. El ataque al cristianismo alcanza su culminación en la defensa del aborto y en la ideología de género-homosexualista. Todo cobra su máximo sentido en este clima de odio a Occidente y al cristianismo.
Para combatir intelectualmente a la izquierda, verdadero cáncer que corroe Occidente desde hace siglo y medio, es necesario reconocer estos cuatro frentes, y al mismo tiempo no perder de vista su interdependencia, ni la coherencia del conjunto. La izquierda ha realizado una fusión brillante de tendencias ilustradas con las románticas. Se reclama heredera de la Ilustración, lo cual no es del todo falso, pero sí incompleto. Lo decisivo no es rastrear sus orígenes, aunque a veces sea esclarecedor, sino comprender a dónde va: A la subversión de nuestros valores judeocristianos, y en consecuencia a la destrucción de la civilización liberal, centrada en la dignidad trascendente del individuo, en la limitación del poder político y en la razón, que carece de base sin el reconocimiento de lo trascendente.
Uno de los principales enemigos de la izquierda, si no el mayor, es la Iglesia, ajena a las modas y por tanto siempre "atrasada" -pero por lo mismo también adelantada a los tiempos. Pero la Iglesia sola quizás no pueda resistir el empuje autodestructivo de la izquierda. Es necesario un círculo exterior de defensores de los valores occidentales, heredados del mundo grecorromano y cristiano, que proteja a la Iglesia al mismo tiempo que la descargue de la polémica más desgastadora del día a día. Y al mismo tiempo, todos necesitamos más que nunca (o quizás igual que siempre, al cabo) la sólida roca de la Iglesia, proclamando desde hace dos mil años la Verdad, a despecho de todas las herejías, de todas la debilidades humanas que la distorsionan o tratan de dulcificarla. La Verdad de que la vida es un don divino, que el hombre necesita ser salvado, y que no está en su mano conseguirlo sin ayuda trascendente. Todas las ideologías modernas que niegan esto, y en especial el optimismo antropológico de la izquierda, conducen, por caminos más o menos sinuosos, a callejones sin salida, a la idea de que el fin justifica los medios, a la arrogancia prometeica de querer removerlo todo, pisoteando para ello cualquier idea de justicia o meramente de sentido común.
Socialismo. Se trata sin duda del elemento más antiguo. Precedentes del pensamiento socialista ya se encuentran en Platón. Actualmente, fuera del marxismo confeso, se manifiesta bajo la forma aparentemente moderada de socialdemocracia, y del discurso sobre el Estado del bienestar, que incluso ha interiorizado en gran parte la derecha política. La idea socialdemócrata consiste, en esencia, en que determinadas funciones sociales, como la sanidad, la educación, las prestaciones de desempleo o de jubilación, deben estar aseguradas por el Estado. Así, aunque el mercado realice funciones tan importantes, si no más, como son la producción y distribución de alimentos o de vestido, por alguna razón se considera que es incapaz de ofrecer aquellos otros servicios de manera universalmente asequible.
La izquierda goza en este tema de una importante ventaja material, sobre todo en Europa, donde el Estado ejerce de hecho posiciones dominantes, cuando no cercanas al monopolio, en los sectores mencionados. En consecuencia, el mercado tiende a especializarse en las capas más pudientes de la población, que aspiran a una medicina o una educación de mayor calidad que la ofrecida por la pública, lo cual refuerza la idea de que las clases medias y bajas no podrían acceder a estos servicios sin la intervención estatal. No importa que las empresas públicas den muestras sobradas de ineficacia e insostenibilidad, en comparación con las privadas. Sus deficiencias siempre podrán achacarse a que no se destina a las primeras suficiente presupuesto, lo cual refuerza el discurso socialdemócrata dominante, al tiempo que premia la ineficiencia, en lugar de atajarla, en un claro ejemplo de círculo vicioso. El socialismo no funciona; luego es necesario... más socialismo.
Los socialistas replican a lo anterior, claro, que el capitalismo tampoco funciona. Pero ignoran con ello el hecho fundamental: Que jamás se ha creado más riqueza en la historia que en el sistema capitalista. Por muchos problemas e injusticias que produzca, o que no sea capaz de remediar el mercado libre, lo cierto es que jamás ha existido un sistema mejor, y en cambio algunas alternativas, como el comunismo soviético y chino, han sido mucho peores. Del capitalismo podríamos decir lo mismo que de la democracia: es el peor de los sistemas, exceptuando todos los demás.
Feminismo. Dentro de este término incluyo básicamente la ideología de género y el proabortismo. La idea original, que la mujer tiene la misma dignidad que el hombre, procede del judeocristianismo, en contra de los tópicos que aseguran lo contrario. "Y creó Dios al hombre a imagen suya: a imagen de Dios los creó; varón y hembra los creó." (Génesis, 1, 27.) Y más adelante: "Por eso, deja el hombre a su padre y a su madre y se une a su mujer, y vienen a ser los dos una sola carne." (2, 24). Aunque desde la puntillosa corrección política sin duda se tacharía este lenguaje de "sexista" (¿por qué no decir: "deja la mujer a su padre y a su madre y se une a su hombre"?), lo esencial es obvio: Hombre y mujer, en la institución del matrimonio, son lo mismo. El Nuevo Testamento lleva hasta sus últimas consecuencias esta doctrina, rechazando Jesús con contundencia que la mujer pueda ser repudiada.
Ahora bien, el feminismo, que consciente o inconscientemente bebía en esa concepción cuando reclamaba el sufragio universal o el acceso de la mujer a todas la profesiones, se transmutó en tiempos modernos en otra cosa completamente distinta, en un remedo de la teoría marxista de la lucha de clases, traducida a lucha de sexos. Se llega al extremo de afirmar que el sexo es una pura construcción cultural (como sugiere, al menos en español, el término género, que tiene un sentido puramente gramatical, no biológico). De ahí que se condene toda diferencia observable entre los sexos en la conducta, la educación, el mundo laboral, el ocio, etc, como una injusticia que debe remediarse mediante la ingeniería social, es decir, de manera coactiva. La culminación de esta mentalidad es el proabortismo, la idea de que el aborto es un derecho de la mujer, no una medida desesperada, como mucho admisible en situaciones extremas. Ello le permite eludir, de la manera más drástica, el hecho biológico diferencial. Aquí la izquierda, la supuesta defensora de los débiles, carga sin compasión contra los seres más débiles que existen, que son los seres humanos en edad embrionaria y fetal.
Ecologismo. Nace este en época mucho más reciente, y originalmente no era un movimiento propio de la izquierda. Se pueden encontrar precedentes de políticas medioambientales y de protección de los animales en el nacional-socialismo. El ecologismo entronca con una vieja corriente paganoide, de idolatrización de la naturaleza, que en sí misma choca con la concepción del Génesis, según la cual esta, y particularmente los demás seres vivos, deben someterse al imperio del hombre. Por supuesto, una preocupación razonable por el cuidado del medio ambiente no es patrimonio de ninguna ideología política, sino algo común a cualquier persona normal. Pero el ecologismo ideológico, aunque explote este sentimiento, no consiste en esto, sino en la idea de que el capitalismo es el peor enemigo de la naturaleza, cosa que resulta completamente falsa. (Los peores desastres ecológicos se han producido en países del "socialismo real".) Es por ello que el ecologismo en gran medida actúa como recambio de las ideas socialistas, sobre todo cuando estas entran en crisis. No es ninguna casualidad que los partidos comunistas europeos se hayan resituado en alianza o fusión con partidos verdes. El catastrofismo medioambiental les proporciona el mismo tipo de pretextos que el lenguaje milenarista dirigido antaño a los parias de la tierra.
Multiculturalismo. Por este término no me refiero exclusivamente a una determinada política ante la inmigración, sino a un concepto mucho más amplio, la idea de que todas las culturas valen lo mismo... excepto la occidental, que debe ser fustigada sin descanso, y culpada de todos los males imaginables. La raíz última del antioccidentalismo es la cristianofobia. El relativismo cultural es el vehículo intelectualmente sugestivo (y originalmente, tampoco procedente de la izquierda, sino de las ideas románticas de Herder, y de Spengler) del odio a la Cruz. Permite denigrar nuestras raíces, nuestras tradiciones, asociándolas con lo caduco, lo desfasado, y contraponiéndolas a una idealización de las demás culturas basada en el mito del "Buen Salvaje". En el multiculturalismo antioccidental se ensamblan a la perfección los otros tres elementos de la izquierda: El socialismo confluye de manera natural con el indigenismo y el chavismo, con el ecologismo de la Pacha Mama, y con la Leyenda negra contra la España católica. El ataque al cristianismo alcanza su culminación en la defensa del aborto y en la ideología de género-homosexualista. Todo cobra su máximo sentido en este clima de odio a Occidente y al cristianismo.
Para combatir intelectualmente a la izquierda, verdadero cáncer que corroe Occidente desde hace siglo y medio, es necesario reconocer estos cuatro frentes, y al mismo tiempo no perder de vista su interdependencia, ni la coherencia del conjunto. La izquierda ha realizado una fusión brillante de tendencias ilustradas con las románticas. Se reclama heredera de la Ilustración, lo cual no es del todo falso, pero sí incompleto. Lo decisivo no es rastrear sus orígenes, aunque a veces sea esclarecedor, sino comprender a dónde va: A la subversión de nuestros valores judeocristianos, y en consecuencia a la destrucción de la civilización liberal, centrada en la dignidad trascendente del individuo, en la limitación del poder político y en la razón, que carece de base sin el reconocimiento de lo trascendente.
Uno de los principales enemigos de la izquierda, si no el mayor, es la Iglesia, ajena a las modas y por tanto siempre "atrasada" -pero por lo mismo también adelantada a los tiempos. Pero la Iglesia sola quizás no pueda resistir el empuje autodestructivo de la izquierda. Es necesario un círculo exterior de defensores de los valores occidentales, heredados del mundo grecorromano y cristiano, que proteja a la Iglesia al mismo tiempo que la descargue de la polémica más desgastadora del día a día. Y al mismo tiempo, todos necesitamos más que nunca (o quizás igual que siempre, al cabo) la sólida roca de la Iglesia, proclamando desde hace dos mil años la Verdad, a despecho de todas las herejías, de todas la debilidades humanas que la distorsionan o tratan de dulcificarla. La Verdad de que la vida es un don divino, que el hombre necesita ser salvado, y que no está en su mano conseguirlo sin ayuda trascendente. Todas las ideologías modernas que niegan esto, y en especial el optimismo antropológico de la izquierda, conducen, por caminos más o menos sinuosos, a callejones sin salida, a la idea de que el fin justifica los medios, a la arrogancia prometeica de querer removerlo todo, pisoteando para ello cualquier idea de justicia o meramente de sentido común.
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domingo, 10 de junio de 2012
El nivel de tontería sigue aumentando
Este domingo he ido a la playa, en Tarragona. Quizás les sorprenderá, pero seguía en el mismo sitio de siempre, o al menos en el mismo sitio desde los últimos veinte o veinticinco años, cuando me vine a vivir a esta ciudad. Luego, ya en casa, leyendo el periódico El Mundo, me encuentro con un reportaje titulado "Viaje a la Atlántida asiática del siglo XXI". Se refiere a una localidad en la costa de Tailandia, que según el corresponsal en Asia, David Jiménez, va perdiendo kilómetros de costa año tras año, debido al aumento global del nivel del mar, consecuencia a su vez del cambio climático.
Lo sé, no soy climatólogo, geógrafo, geólogo ni oceanógrafo. Pero todavía creo estar en posesión de algo de sentido común. Y el sentido común nos dice que, si existe un aumento global del nivel del mar, debería poder medirse en todas las costas del mundo. Lógicamente, habría diferencias absolutas de medida, porque el nivel del mar no es uniforme en todo el planeta. Además de las mareas, e incluso del viento (que en el Báltico provoca desniveles de varios decímetros), debe tenerse en cuenta que la Tierra no es una esfera perfecta. Pero lo que está claro es que si el nivel del mar sube por aumento de su masa, o por dilatación térmica, tal fenómeno se ha de poder registrar en todas partes, si no de manera absolutamente simultánea, sí en períodos de tiempo no muy largos.
En realidad, lo que ocurre en numerosas regiones del planeta es que el mar erosiona en mayor o menor grado las costas, en función de muchos factores, como su composición geológica, la vegetación, la acción humana local al desviar ríos, etc. A principios del siglo pasado, los geólogos ya venían observando un retroceso medio de la costas a ambas orillas del Canal de la Mancha de hasta 3 metros al año (costa del Sussex). Según el manual clásico de Emmanuel de Martonne (Traité de Géographie Physique, 1964), en las costas arcillosas del Yorkshire, la punta de Holderness retrocedía más de 4 metros anuales. En esencia este es el fenómeno que está ocurriendo en Tailandia, donde no es que el mar esté subiendo de nivel, sino que literalmente se está comiendo la tierra. Otro fenómeno estrictamente regional es el que se da en las Maldivas, cuya base volcánica se hunde por sí misma, independientemente de cómo se comporte el océano.
Pero claro, nuestro corresponsal tiene que justificar su sueldo. Por eso no le da vergüenza hablar de "refugiados climáticos". Hay que hurgar en la mala conciencia trufada de esnobismo de Occidente, productor de la mayor parte de emisiones de CO2, y sobre todo hay que utilizar con profusión la palabra ciencia y sus derivados, amontonando informaciones, muchas de ellas improcedentes (el deshielo del Ártico no afecta a la supuesta subida del nivel del mar), y otras directamente falsas (no están descendiendo los recursos en general). Pero dicen que lo dicen los científicos, luego a callar. Y los científicos no se limitan a describir el problema, sino que ofrecen sus soluciones, lógicamente incuestionables (¡son científicas!). David Jiménez alude al último artículo de Nature (palabra de Ciencia), donde un grupo de científicos profetiza un agotamiento de los recursos para 2045 (para entonces ya estarán retirados; tontos no son) y propone entre otras medidas... A ver si lo adivinan: "Un control de la tasa de crecimiento de la población y un desarrollo más sostenible."
El problema del mundo no es que sobre gente, sino estupidez. El CO2 no es tóxico; la memez sí. Llevamos cerca de dos siglos en los que cualquier superstición que se vista con ropajes científicos se intenta imponer a despecho del sentido común, cuando no contra los mejores instintos de la humanidad. Y detrás siempre están los mismos maniáticos, con o sin bata blanca, obsesionados por imponer sus idiotas y siniestras ideas organizativas, queramos o no que nos organicen. La excusa puede ser la economía o la ecología, con cuyos lenguajes se puede explotar el oscuro miedo egoísta a que los parias de la tierra, o la naturaleza, traten de vengarse. Preferimos llamarlo solidaridad, o compromiso, pero yo sostengo una explicación psicológica más sórdida, menos autocomplaciente. Queremos coches híbridos para nosotros, pero que los africanos continúen yendo a pie. Total, ellos ya están acostumbrados, y además, es mucho más sano andar. Y si las costas de Tailandia se erosionan, nos preocupamos solo en la medida que lo vemos como síntoma de un proceso global, que nos puede acabar afectando también. Aunque sea una mentira grotesca y cobarde.
Lo sé, no soy climatólogo, geógrafo, geólogo ni oceanógrafo. Pero todavía creo estar en posesión de algo de sentido común. Y el sentido común nos dice que, si existe un aumento global del nivel del mar, debería poder medirse en todas las costas del mundo. Lógicamente, habría diferencias absolutas de medida, porque el nivel del mar no es uniforme en todo el planeta. Además de las mareas, e incluso del viento (que en el Báltico provoca desniveles de varios decímetros), debe tenerse en cuenta que la Tierra no es una esfera perfecta. Pero lo que está claro es que si el nivel del mar sube por aumento de su masa, o por dilatación térmica, tal fenómeno se ha de poder registrar en todas partes, si no de manera absolutamente simultánea, sí en períodos de tiempo no muy largos.
En realidad, lo que ocurre en numerosas regiones del planeta es que el mar erosiona en mayor o menor grado las costas, en función de muchos factores, como su composición geológica, la vegetación, la acción humana local al desviar ríos, etc. A principios del siglo pasado, los geólogos ya venían observando un retroceso medio de la costas a ambas orillas del Canal de la Mancha de hasta 3 metros al año (costa del Sussex). Según el manual clásico de Emmanuel de Martonne (Traité de Géographie Physique, 1964), en las costas arcillosas del Yorkshire, la punta de Holderness retrocedía más de 4 metros anuales. En esencia este es el fenómeno que está ocurriendo en Tailandia, donde no es que el mar esté subiendo de nivel, sino que literalmente se está comiendo la tierra. Otro fenómeno estrictamente regional es el que se da en las Maldivas, cuya base volcánica se hunde por sí misma, independientemente de cómo se comporte el océano.
Pero claro, nuestro corresponsal tiene que justificar su sueldo. Por eso no le da vergüenza hablar de "refugiados climáticos". Hay que hurgar en la mala conciencia trufada de esnobismo de Occidente, productor de la mayor parte de emisiones de CO2, y sobre todo hay que utilizar con profusión la palabra ciencia y sus derivados, amontonando informaciones, muchas de ellas improcedentes (el deshielo del Ártico no afecta a la supuesta subida del nivel del mar), y otras directamente falsas (no están descendiendo los recursos en general). Pero dicen que lo dicen los científicos, luego a callar. Y los científicos no se limitan a describir el problema, sino que ofrecen sus soluciones, lógicamente incuestionables (¡son científicas!). David Jiménez alude al último artículo de Nature (palabra de Ciencia), donde un grupo de científicos profetiza un agotamiento de los recursos para 2045 (para entonces ya estarán retirados; tontos no son) y propone entre otras medidas... A ver si lo adivinan: "Un control de la tasa de crecimiento de la población y un desarrollo más sostenible."
El problema del mundo no es que sobre gente, sino estupidez. El CO2 no es tóxico; la memez sí. Llevamos cerca de dos siglos en los que cualquier superstición que se vista con ropajes científicos se intenta imponer a despecho del sentido común, cuando no contra los mejores instintos de la humanidad. Y detrás siempre están los mismos maniáticos, con o sin bata blanca, obsesionados por imponer sus idiotas y siniestras ideas organizativas, queramos o no que nos organicen. La excusa puede ser la economía o la ecología, con cuyos lenguajes se puede explotar el oscuro miedo egoísta a que los parias de la tierra, o la naturaleza, traten de vengarse. Preferimos llamarlo solidaridad, o compromiso, pero yo sostengo una explicación psicológica más sórdida, menos autocomplaciente. Queremos coches híbridos para nosotros, pero que los africanos continúen yendo a pie. Total, ellos ya están acostumbrados, y además, es mucho más sano andar. Y si las costas de Tailandia se erosionan, nos preocupamos solo en la medida que lo vemos como síntoma de un proceso global, que nos puede acabar afectando también. Aunque sea una mentira grotesca y cobarde.
sábado, 9 de junio de 2012
La marea conservadora avanza
Las campañas provida han conseguido que en Estados Unidos haya cambiado la actitud de la mayoría hacia el aborto. En 1995, un 56 % de los estadounidenses estaba a favor de su legalización. Hoy, este apoyo se ha reducido al 41 %, aunque sigue siendo claramente un tema que divide a la población. Esto, para el periódico El País, inquieto ante la posibilidad de que la tendencia se reproduzca en Europa, por la acción de "grupos muy organizados y bien financiados", es un efecto del avance de "la marea conservadora".
El adjetivo no me parece desacertado. Querer conservar la vida de los seres humanos no nacidos es sin duda, en un sentido profundo, ser conservador, más allá de si uno tiene las ideas más o menos claras en política fiscal, por ejemplo. Si en cambio definimos "conservador" de manera puramente formal, desligada de principios positivos (esto es, como aquella persona que se opone a cambios en un estado de cosas dado), un pro abortista es conservador -superficialmente conservador- puesto que es partidario de mantener las legislaciones vigentes en la mayoría de países, las cuales permiten el aborto dentro de determinados plazos o supuestos.
Más discutible es el sustantivo metafórico. No se percibe una tendencia abrumadora de cambio de mentalidad, ni en Europa ni en América, como para que podamos hablar de "marea". Que los grupos que defienden ideas conservadoras estén bien organizados y bien financiados puede significar dos cosas. O bien que detrás de ellos hay una siniestra conjura de poderes ocultos, o bien que quienes se oponen al aborto han llegado a la conclusión de que valen la pena ciertos sacrificios (en forma de dedicación y de dinero) para luchar por sus ideas.
Por lo demás, como no podía ser menos, tratándose de El País, el artículo procede dando por sentado que las posiciones a favor del aborto, el matrimonio homosexual y la educación sexual estatalizada equivalen a la defensa de "derechos adquiridos" y "avances en salud sexual y reproductiva", que es precisamente lo que cuestionan los provida. Es más, se acusa a tales asociaciones de reformular el mismo concepto de derechos, cuando esto es exactamente lo que hacen las ideologías seudoemancipatorias. Se conculca el derecho a la vida, el más sagrado, en nombre de un espurio "derecho a decidir sobre el propio cuerpo" (que ni siquiera concede a un feto la consideración meramente corporal; ¿cómo lo clasificamos: cómo un bulto, una excrecencia?).
La izquierda abortista (valga el pleonasmo) se horroriza ante la propuesta de que se pueda "obligar" a una madre a escuchar los latidos de su hijo antes de tomar una decisión irreversible. Sorprende (es un decir) que quienes tanto claman por la libertad científica de experimentar con embriones humanos, se cierren en banda al uso de la tecnología para ayudar a una mujer a conocer mejor al ser que ha concebido. Y por supuesto, nada de que el padre tenga el más mínimo derecho a opinar. ¡Esta es la izquierda que habla de libertades y derechos! En realidad, se trata de irresponsabilidad y ausencia de normas, terreno abonado para tiranías odiosas a las que no podremos exigir rendición de cuentas -¿partiendo de qué referentes morales, si los hemos abolido previamente?
La gran habilidad de la izquierda es invertir diametralmente la escala de valores, de manera que quienes se resisten a su influencia son tildados directamente de ultraderechistas. Un ejemplo son los improperios que llueven sobre Hungría, por incluir el derecho a la vida en la constitución, o por definir el matrimonio como la unión entre hombre y mujer. Hemos llegado a tal grado de enajenación colectiva, que la mera expresión de evidencias del sentido común es perseguible como delito de "homofobia" o, cualquier día, delito contra la "libertad reproductiva".
Hay sin embargo algo en lo que estoy de acuerdo con el artículo. Y es que en el movimiento provida subyace una concepción religiosa. Claro que sí, es el cristianismo el que se encuentra en la base de la concepción de la dignidad de la persona como algo previo a cualquier otra cosa, a la decisión de cualquier élite tecnocrática o de cualquier asamblea. Y esto es así aunque muchos provida no se hayan enterado de por qué son en el fondo provida. La oposición al aborto desde el "humanismo laico", e incluso desde cierta izquierda, debe ser bienvenida, pero ello no debe hacernos perder de vista que es ese mismo humanismo que se pretende independiente, cuando no contrario, a la tradición cristiana, de donde han surgido tan graves errores. Y el primer error, cronológicamente hablando, es pensar que las verdades morales se sostienen por sí mismas, es ese optimismo antropológico que considera al ser humano como un ser metafísicamente autosuficente, que tiende naturalmente al bien.
Si el antiabortismo se sostiene solo en un sentimiento, suscitado por campañas de propaganda inteligentes, pero en última instancia de efectos más o menos efímeros, podrá ser fácilmente contrarrestado por contracampañas emocionales en las cuales la izquierda es experta. Nos preguntaremos entonces, como Chesterton, "cómo pudimos esperar que durara como un estado de ánimo, si no era lo suficientemente fuerte para durar como doctrina". (*) La marea conservadora quizás será realmente una marea cuando la doctrina de fondo se exponga desafiante, y se enfrente a pecho descubierto a los prejuicios seudoprogresistas. Será entonces cuando los de El País tendrán verdaderos motivos para sentirse inquietos. De momento, y por desgracia, la ideología dominante sigue siendo la suya.
________
(*) G. K. Chesterton, Por qué soy católico, El Buey Mudo, 2011, pág. 195.
El adjetivo no me parece desacertado. Querer conservar la vida de los seres humanos no nacidos es sin duda, en un sentido profundo, ser conservador, más allá de si uno tiene las ideas más o menos claras en política fiscal, por ejemplo. Si en cambio definimos "conservador" de manera puramente formal, desligada de principios positivos (esto es, como aquella persona que se opone a cambios en un estado de cosas dado), un pro abortista es conservador -superficialmente conservador- puesto que es partidario de mantener las legislaciones vigentes en la mayoría de países, las cuales permiten el aborto dentro de determinados plazos o supuestos.
Más discutible es el sustantivo metafórico. No se percibe una tendencia abrumadora de cambio de mentalidad, ni en Europa ni en América, como para que podamos hablar de "marea". Que los grupos que defienden ideas conservadoras estén bien organizados y bien financiados puede significar dos cosas. O bien que detrás de ellos hay una siniestra conjura de poderes ocultos, o bien que quienes se oponen al aborto han llegado a la conclusión de que valen la pena ciertos sacrificios (en forma de dedicación y de dinero) para luchar por sus ideas.
Por lo demás, como no podía ser menos, tratándose de El País, el artículo procede dando por sentado que las posiciones a favor del aborto, el matrimonio homosexual y la educación sexual estatalizada equivalen a la defensa de "derechos adquiridos" y "avances en salud sexual y reproductiva", que es precisamente lo que cuestionan los provida. Es más, se acusa a tales asociaciones de reformular el mismo concepto de derechos, cuando esto es exactamente lo que hacen las ideologías seudoemancipatorias. Se conculca el derecho a la vida, el más sagrado, en nombre de un espurio "derecho a decidir sobre el propio cuerpo" (que ni siquiera concede a un feto la consideración meramente corporal; ¿cómo lo clasificamos: cómo un bulto, una excrecencia?).
La izquierda abortista (valga el pleonasmo) se horroriza ante la propuesta de que se pueda "obligar" a una madre a escuchar los latidos de su hijo antes de tomar una decisión irreversible. Sorprende (es un decir) que quienes tanto claman por la libertad científica de experimentar con embriones humanos, se cierren en banda al uso de la tecnología para ayudar a una mujer a conocer mejor al ser que ha concebido. Y por supuesto, nada de que el padre tenga el más mínimo derecho a opinar. ¡Esta es la izquierda que habla de libertades y derechos! En realidad, se trata de irresponsabilidad y ausencia de normas, terreno abonado para tiranías odiosas a las que no podremos exigir rendición de cuentas -¿partiendo de qué referentes morales, si los hemos abolido previamente?
La gran habilidad de la izquierda es invertir diametralmente la escala de valores, de manera que quienes se resisten a su influencia son tildados directamente de ultraderechistas. Un ejemplo son los improperios que llueven sobre Hungría, por incluir el derecho a la vida en la constitución, o por definir el matrimonio como la unión entre hombre y mujer. Hemos llegado a tal grado de enajenación colectiva, que la mera expresión de evidencias del sentido común es perseguible como delito de "homofobia" o, cualquier día, delito contra la "libertad reproductiva".
Hay sin embargo algo en lo que estoy de acuerdo con el artículo. Y es que en el movimiento provida subyace una concepción religiosa. Claro que sí, es el cristianismo el que se encuentra en la base de la concepción de la dignidad de la persona como algo previo a cualquier otra cosa, a la decisión de cualquier élite tecnocrática o de cualquier asamblea. Y esto es así aunque muchos provida no se hayan enterado de por qué son en el fondo provida. La oposición al aborto desde el "humanismo laico", e incluso desde cierta izquierda, debe ser bienvenida, pero ello no debe hacernos perder de vista que es ese mismo humanismo que se pretende independiente, cuando no contrario, a la tradición cristiana, de donde han surgido tan graves errores. Y el primer error, cronológicamente hablando, es pensar que las verdades morales se sostienen por sí mismas, es ese optimismo antropológico que considera al ser humano como un ser metafísicamente autosuficente, que tiende naturalmente al bien.
Si el antiabortismo se sostiene solo en un sentimiento, suscitado por campañas de propaganda inteligentes, pero en última instancia de efectos más o menos efímeros, podrá ser fácilmente contrarrestado por contracampañas emocionales en las cuales la izquierda es experta. Nos preguntaremos entonces, como Chesterton, "cómo pudimos esperar que durara como un estado de ánimo, si no era lo suficientemente fuerte para durar como doctrina". (*) La marea conservadora quizás será realmente una marea cuando la doctrina de fondo se exponga desafiante, y se enfrente a pecho descubierto a los prejuicios seudoprogresistas. Será entonces cuando los de El País tendrán verdaderos motivos para sentirse inquietos. De momento, y por desgracia, la ideología dominante sigue siendo la suya.
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(*) G. K. Chesterton, Por qué soy católico, El Buey Mudo, 2011, pág. 195.
domingo, 3 de junio de 2012
Buscad y encontraréis
Cuando alguien conmina a los jóvenes ya no a rebelarse, sino a lo que se supone que es el paso previo, o mejor dicho, el primer motor, el factor desencadenante, la causa de la rebelión misma... Esto es, cuando se les anima a indignarse, algo no me acaba de cuadrar. Si alguien se tiene que indignar, es porque se encuentra en un estado de no indignación, de indiferencia, conformidad o resignación. Esto puede suceder por dos razones fundamentales. O bien no existe gran cosa contra la cual rebelarse, o bien se está tan oprimido o alienado que no se concibe la posibilidad de una rebelión, ni siquiera de una protesta. En el primer caso hablaríamos propiamente de no indignación o conformidad con el estado de cosas existente. En el segundo se trataría de indiferencia (alienación) o resignación (producto de la opresión).
Stéphane Hessel, impecable currículum progresista, héroe de la Resistencia contra el nazismo, redactor de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, activista pro palestino, publicó hace año y medio un panfleto titulado precisamente ¡Indignaos!, que se tradujo a los pocos meses al español (Destino, 2011). El título del libro, en modo imperativo, ya contiene implícitamente todo lo que viene después. Hay que indignarse, es preciso, luego hay motivos para indignarse. Y si estos no se perciben de manera inmediata, hay que buscarlos. "...[E]n este mundo hay cosas insoportables. Para verlo, debemos observar bien, buscar. Yo les digo a los jóvenes: buscad un poco, encontraréis." (p. 31). Y más adelante, en tono lapidario, repite: "¡Buscad y encontraréis!" (p. 35). Esta proclama de que hay que buscar los motivos de la indignación es efectivamente un leitmotiv de Hessel, quien en un discurso de 2009, recordado por el editor del panfleto, ya había exclamado: "¡Encontrad vuestros propios motivos de indignación, uníos a esta gran corriente de la historia!" (p. 53).
Por supuesto, el autor no se limita a defender formalmente la indignación, sino que en el libro expone lo que en su opinión son los principales motivos para indignarse. El principal para él, nos dice, es la situación de Palestina, más concretamente la franja de Gaza y Cisjordania (p. 37). Es decir, que si es necesario, hay que buscar los motivos de indignación fuera de nuestra propia sociedad, lo cual no significa que en esta no los haya. Pero nótese que para Hessel, la actitud ético-política primaria es ante todo la búsqueda de una indignación, más que la indignación misma. Uno puede comprender (no necesariamente compartir; desde luego no en mi caso) los motivos de indignación de un palestino, pero si no eres palestino, tu indignación será siempre a posteriori, será un efecto del conocimiento de una situación ajena, no una causa. La indignación hesseliana es propiamente quijotesca, es decir, es el resultado de una búsqueda de injusticias, para poder desfacer agravios.
No está de más recordar, por cierto, que don Quijote rara vez acertaba al detectar injusticias, más bien todo lo contrario. No solo confundía molinos con gigantes, sino que con frecuencia interpretaba mal las situaciones, defendía a la parte equivocada, o empeoraba la situación de quien pretendía salvar. Porque el problema inherente a buscar injusticias para indignarse es que se invierte el proceso natural. Lo normal es que sea una injusticia vivida, o percibida inmediatamente, la que nos mueva a la reacción emocional, a la indignación. Pero esta por si sola de poco sirve, si no se produce acto seguido una reflexión, que nos impele a su vez a tratar de objetivar la situación, es decir, a reformularla en términos de una norma universal, la cual nos dé derecho a rebelarnos. Hessel en cambio procede al revés, desea provocar(se) la indignación, como resultado de un proceso intelectual de búsqueda. Su pasado en la Resistencia no es pertinente para su planteamiento, por muy mercadotécnico que resulte. Porque en la Francia ocupada por los nazis hubiera parecido ridículo que alguien animara a los jóvenes a buscar motivos para la indignación, como si no los tuvieran delante de sus narices a cada instante. La equiparación entre los nazis y "la dictadura de los mercados" que establece el prologuista español, José Luis Sampedro, ateniéndose fielmente al espíritu del opúsculo, no por descuidada deja de ser una banalización repugnante del nacional-socialismo.
Al buscar confirmar una hipótesis, tendemos con demasiada facilidad a verla confirmada. Quien busca injusticias, a buen seguro que las encontrará, como don Quijote, sean reales o no. Analizar desde fuera el conflicto palestino en términos de palestinos buenos e israelíes malos, podrá provocar sentimientos de autocomplacencia muy considerables en algunos, pero no deja de ser una forma diletante de interferir en un conflicto que no se ha entendido bien; es decir, de añadir más injusticia a la injusticia, que no solo la sufre una parte. Afirmar que la distancia entre los muy pobres y los muy ricos "no para de aumentar" (p. 32), es una falacia, dado que la pobreza absoluta no ha dejado de disminuir en el mundo desde la Segunda Guerra Mundial, por lo menos, y está archidemostrado que en nada mejora la vida de los pobres el que haya menos ricos, o estos lo sean menos, sino todo lo contrario. Comparar, en fin, la exigencia de educación y sanidad públicas con la lucha contra los nazis en la Francia ocupada, es un reflejo del carácter decadente, acomodado y mediocre de nuestra época. Si el ideal de una jubilación a los 65 años se pone en pie de igualdad con la lucha por la libertad y por la democracia, es que estamos muy mal. Algunos han visto demasiadas películas, y se creen que quemando unos neumáticos en la calzada para protestar contra la privatización de la Universidad (no caerá esa breva), son Tom Cruise tratando de asesinar a Hitler.
Muchas cosas me indignan a mí en nuestra sociedad. Una de las que más, que cada año se liquiden miles de seres humanos en edad embrionaria o fetal, en una Unión Europea podrida de burocratismo, que obliga a diseñar jaulas más confortables para las gallinas ponedoras. Nuestros "progresistas" no consideran que un feto humano sea una persona, pero sí en cambio que las gallinas tienen ciertos derechos. Por supuesto, no verán ni una sola palabra contra el aborto masivo en el libro de Hessel. Más bien sospechamos que estará a favor, envolviéndolo en la retórica de la libertad de la mujer. Dice preocuparse por los inmigrantes, los sin papeles, los gitanos... Pero si eres una mujer gitana (desde luego, sin papeles, y en un sentido existencial profundo, inmigrante) en el vientre de tu madre, ah, entonces que te zurzan. Es típico de quien cree que hay que buscar las injusticias, los motivos de indignación. Se puede dejar influir por novelas, por películas, por modas y por los mitos de mayor circulación... y al mismo tiempo ignorar la más flagrante de las injusticias que tiene delante.
Stéphane Hessel, impecable currículum progresista, héroe de la Resistencia contra el nazismo, redactor de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, activista pro palestino, publicó hace año y medio un panfleto titulado precisamente ¡Indignaos!, que se tradujo a los pocos meses al español (Destino, 2011). El título del libro, en modo imperativo, ya contiene implícitamente todo lo que viene después. Hay que indignarse, es preciso, luego hay motivos para indignarse. Y si estos no se perciben de manera inmediata, hay que buscarlos. "...[E]n este mundo hay cosas insoportables. Para verlo, debemos observar bien, buscar. Yo les digo a los jóvenes: buscad un poco, encontraréis." (p. 31). Y más adelante, en tono lapidario, repite: "¡Buscad y encontraréis!" (p. 35). Esta proclama de que hay que buscar los motivos de la indignación es efectivamente un leitmotiv de Hessel, quien en un discurso de 2009, recordado por el editor del panfleto, ya había exclamado: "¡Encontrad vuestros propios motivos de indignación, uníos a esta gran corriente de la historia!" (p. 53).
Por supuesto, el autor no se limita a defender formalmente la indignación, sino que en el libro expone lo que en su opinión son los principales motivos para indignarse. El principal para él, nos dice, es la situación de Palestina, más concretamente la franja de Gaza y Cisjordania (p. 37). Es decir, que si es necesario, hay que buscar los motivos de indignación fuera de nuestra propia sociedad, lo cual no significa que en esta no los haya. Pero nótese que para Hessel, la actitud ético-política primaria es ante todo la búsqueda de una indignación, más que la indignación misma. Uno puede comprender (no necesariamente compartir; desde luego no en mi caso) los motivos de indignación de un palestino, pero si no eres palestino, tu indignación será siempre a posteriori, será un efecto del conocimiento de una situación ajena, no una causa. La indignación hesseliana es propiamente quijotesca, es decir, es el resultado de una búsqueda de injusticias, para poder desfacer agravios.
No está de más recordar, por cierto, que don Quijote rara vez acertaba al detectar injusticias, más bien todo lo contrario. No solo confundía molinos con gigantes, sino que con frecuencia interpretaba mal las situaciones, defendía a la parte equivocada, o empeoraba la situación de quien pretendía salvar. Porque el problema inherente a buscar injusticias para indignarse es que se invierte el proceso natural. Lo normal es que sea una injusticia vivida, o percibida inmediatamente, la que nos mueva a la reacción emocional, a la indignación. Pero esta por si sola de poco sirve, si no se produce acto seguido una reflexión, que nos impele a su vez a tratar de objetivar la situación, es decir, a reformularla en términos de una norma universal, la cual nos dé derecho a rebelarnos. Hessel en cambio procede al revés, desea provocar(se) la indignación, como resultado de un proceso intelectual de búsqueda. Su pasado en la Resistencia no es pertinente para su planteamiento, por muy mercadotécnico que resulte. Porque en la Francia ocupada por los nazis hubiera parecido ridículo que alguien animara a los jóvenes a buscar motivos para la indignación, como si no los tuvieran delante de sus narices a cada instante. La equiparación entre los nazis y "la dictadura de los mercados" que establece el prologuista español, José Luis Sampedro, ateniéndose fielmente al espíritu del opúsculo, no por descuidada deja de ser una banalización repugnante del nacional-socialismo.
Al buscar confirmar una hipótesis, tendemos con demasiada facilidad a verla confirmada. Quien busca injusticias, a buen seguro que las encontrará, como don Quijote, sean reales o no. Analizar desde fuera el conflicto palestino en términos de palestinos buenos e israelíes malos, podrá provocar sentimientos de autocomplacencia muy considerables en algunos, pero no deja de ser una forma diletante de interferir en un conflicto que no se ha entendido bien; es decir, de añadir más injusticia a la injusticia, que no solo la sufre una parte. Afirmar que la distancia entre los muy pobres y los muy ricos "no para de aumentar" (p. 32), es una falacia, dado que la pobreza absoluta no ha dejado de disminuir en el mundo desde la Segunda Guerra Mundial, por lo menos, y está archidemostrado que en nada mejora la vida de los pobres el que haya menos ricos, o estos lo sean menos, sino todo lo contrario. Comparar, en fin, la exigencia de educación y sanidad públicas con la lucha contra los nazis en la Francia ocupada, es un reflejo del carácter decadente, acomodado y mediocre de nuestra época. Si el ideal de una jubilación a los 65 años se pone en pie de igualdad con la lucha por la libertad y por la democracia, es que estamos muy mal. Algunos han visto demasiadas películas, y se creen que quemando unos neumáticos en la calzada para protestar contra la privatización de la Universidad (no caerá esa breva), son Tom Cruise tratando de asesinar a Hitler.
Muchas cosas me indignan a mí en nuestra sociedad. Una de las que más, que cada año se liquiden miles de seres humanos en edad embrionaria o fetal, en una Unión Europea podrida de burocratismo, que obliga a diseñar jaulas más confortables para las gallinas ponedoras. Nuestros "progresistas" no consideran que un feto humano sea una persona, pero sí en cambio que las gallinas tienen ciertos derechos. Por supuesto, no verán ni una sola palabra contra el aborto masivo en el libro de Hessel. Más bien sospechamos que estará a favor, envolviéndolo en la retórica de la libertad de la mujer. Dice preocuparse por los inmigrantes, los sin papeles, los gitanos... Pero si eres una mujer gitana (desde luego, sin papeles, y en un sentido existencial profundo, inmigrante) en el vientre de tu madre, ah, entonces que te zurzan. Es típico de quien cree que hay que buscar las injusticias, los motivos de indignación. Se puede dejar influir por novelas, por películas, por modas y por los mitos de mayor circulación... y al mismo tiempo ignorar la más flagrante de las injusticias que tiene delante.
sábado, 2 de junio de 2012
Hay que levantarse
Hablar de una solución única y evidente, hasta el último detalle, de la crisis en la que estamos sumidos desde hace cuatro años, no deja de ser algo fantasioso. Sin embargo, no es menos cierto que básicamente existen dos diagnósticos antitéticos de la situación, lo cual da lugar de entrada a dos grandes líneas de actuación posibles. Uno es el de la izquierda, desde la socialdemócrata hasta la comunista, según la cual todo lo sucedido es culpa del capitalismo salvaje etc. Y otro es el defendido por el liberalismo, desde el más próximo a la derecha política hasta el más crítico con ella, según el cual la raíz del mal nace en el intervencionismo de los Estados/bancos centrales en la moneda y el crédito.
Del diagnóstico izquierdista se desprende, naturalmente, que la solución a la crisis es más intervencionismo. Aquí tenemos toda una gama que va desde el pragmatismo a la fuerza del último Zapatero, presionado por Bruselas, consistente en tratar de engañar a los compradores de deuda (y sobre todo a los votantes) fingiendo que se hace algo; hasta los delirios de los comunistas, que creen llegado el momento de resucitar sus viejas y aberrantes propuestas, confiados en la amnesia colectiva sobre sus resultados.
El movimiento de los indignados, bajo el disfraz de la ingenuidad juvenil, va claramente en esa dirección, aunque a veces se asemeje a un mero esfuerzo de resistencia ("no a los recortes"), sin una alternativa concreta, más allá de cuatro vaguedades insustanciales. Los intelectuales de izquierda, sin desechar ciertas cautelas paternalistas, observan en general con agrado un movimiento que, al no expresarse sistemáticamente en el lenguaje político clásico, permite captar amplias simpatías entre las gentes desprevenidas, preparando de algún modo el terreno para las "soluciones" que inevitablemente vienen después.
Un ejemplo de cómo la izquierda intelectual más sectaria y bolivariana aprovecha que los indignados pasaban por ahí para sacar de nuevo los gigantes y cabezudos del comunismo, es el libro Los indignados. El rescate de la política (Akal, 2012), del politólogo de la Complutense Marcos Roitman Rosenmann: Leedlo solo si os sobra el tiempo y queréis reír a mandíbula batiente con las burradas que suelta el personaje, estilo "la explotación capitalista y sus formas de dominio ligadas al ejercicio de la violencia son incompatibles con la democracia".
Ante la evidencia de que el Estado del bienestar es insostenible, existen dos posibles reacciones: Constatar que es ilusorio hablar de "derechos sociales", o bien continuar exigiendo esos supuestos derechos hasta provocar el colapso del sistema capitalista. Esta estrategia es defendida explícitamente por el filósofo neocomunista Slavoj Zizek, quien reconoce que lo importante es "formular demandas que, apareciendo de sentido común a buena parte de la población, como por ejemplo la cobertura sanitaria universal en el caso norteamericano", solo pueden aplicarse cuestionando "la ideología hegemónica". (Ya sabéis, el "neoliberalismo salvaje". Citado por J. M. Antentas y Esther Vivas en Planeta indignado. Ocupando el futuro, Sequitur, 2012; otros que van en la onda marxista-ecologista-evomoralista del citado Roitman, esta vez desde la Pompeu Fabra: ¡Ole el nivel de la Universidad española!).
La otra solución es la que parte del diagnóstico liberal. Si el intervencionismo estatal nos ha conducido a esta situación de deuda y déficits públicos, y de exceso de deuda privada provocada por la adulteración del mercado (que ha llevado a tantos promotores y compradores de viviendas, entre otros tipos de empresarios y consumidores, a tomar decisiones de inversión y gasto equivocadas), reduzcamos drásticamente el intervencionismo, suspendamos las regulaciones, dejemos que la sociedad pueda salir por sí misma del agujero, como hizo Ludwig Erhard en 1948. La historia la cuentan Milton y Rose Friedman en Libertad de elegir, RBA, 2004: Un domingo de junio, cuando la administración ocupante (americanos, ingleses y franceses) estaba cerrada, este ministro alemán de economía "abolió casi todos los controles sobre precios y salarios", en una Alemania arrasada por la guerra, y sumida en la miseria, el racionamiento y la estampa dramática de las mujeres que vendían su cuerpo a los soldados por una tableta de chocolate. "Sus medidas operaron como por ensalmo. Al cabo de varios días las tiendas estaban llenas de bienes. Al cabo de varios meses, la economía alemana progresaba a toda velocidad." Y en pocos años, Alemania Occidental volvió a ser la primera potencia de Europa, hasta el día de hoy. (Mientras, en la Alemania Oriental optaron por un sistema tan exitoso que tuvieron que "protegerlo" con muros, alambradas y ametralladoras.) Luego lo llamaron el "milagro alemán"... Dos siglos antes, Adam Smith lo había llamado la "mano invisible".
Por supuesto, una solución de este tipo no funcionaría en la España de 2012 porque aquí no hemos salido de una guerra. Es decir, estamos infinitamente mejor que lo estaban los alemanes en 1948, y por tanto, no estamos mentalizados para los sacrificios y el trabajo duro, como lo estaban los alemanes después de la guerra que ellos mismos habían provocado (con ayuda de la URSS), votando las "soluciones" de Hitler a la depresión de los años treinta. Nosotros no hemos sufrido ni remotamente un correctivo tan cruel. Pero precisamente por ello, el peligro es que tardemos mucho más en salir de la crisis actual que lo que tardó Alemania en salir de una ruina mucho peor.
El gobierno de Mariano Rajoy parece sobrepasado por momentos por la situación. Esto es debido a que no se ha atrevido a adoptar una política de emergencia nacional comparable a la de Ludwig Erhard. Sus reformas son demasiado tímidas, no ha recortado lo suficiente, no ha desregulado lo suficiente, encima ha subido impuestos... Prefiere una salida de la crisis más larga pero menos traumática, con lo cual puede que no logre lo primero, ni evite lo segundo.
Pero no podemos achacar toda la culpa al gobierno. ¿Cómo reaccionaría la sociedad ante una liberalización drástica? No hay duda de que la izquierda aprovecharía el impacto inicial (despidos, punto final de muchos subsidios, etc) para provocar la helenización de las calles, con todo su repertorio de actos vandálicos, huelgas salvajes, etc. A fin de cuentas, un gobierno es un reflejo de lo que somos, o como se suele decir, tenemos los gobernantes que nos merecemos. Y después de décadas de propaganda del Estado de bienestar y los "derechos sociales", resulta muy difícil despertar del sueño. La tentación de parar el despertador y dormir cinco minutos más (prorrogables) es muy grande. Hay que levantarse, pero no en el sentido levantisco de la izquierda, sino en el sentido que aplican millones de españoles todas las mañanas, para ir al trabajo o para buscarlo. Es menos romántico que lo que proponen los indignados y la izquierda. Pero es lo único que ha funcionado siempre.
Del diagnóstico izquierdista se desprende, naturalmente, que la solución a la crisis es más intervencionismo. Aquí tenemos toda una gama que va desde el pragmatismo a la fuerza del último Zapatero, presionado por Bruselas, consistente en tratar de engañar a los compradores de deuda (y sobre todo a los votantes) fingiendo que se hace algo; hasta los delirios de los comunistas, que creen llegado el momento de resucitar sus viejas y aberrantes propuestas, confiados en la amnesia colectiva sobre sus resultados.
El movimiento de los indignados, bajo el disfraz de la ingenuidad juvenil, va claramente en esa dirección, aunque a veces se asemeje a un mero esfuerzo de resistencia ("no a los recortes"), sin una alternativa concreta, más allá de cuatro vaguedades insustanciales. Los intelectuales de izquierda, sin desechar ciertas cautelas paternalistas, observan en general con agrado un movimiento que, al no expresarse sistemáticamente en el lenguaje político clásico, permite captar amplias simpatías entre las gentes desprevenidas, preparando de algún modo el terreno para las "soluciones" que inevitablemente vienen después.
Un ejemplo de cómo la izquierda intelectual más sectaria y bolivariana aprovecha que los indignados pasaban por ahí para sacar de nuevo los gigantes y cabezudos del comunismo, es el libro Los indignados. El rescate de la política (Akal, 2012), del politólogo de la Complutense Marcos Roitman Rosenmann: Leedlo solo si os sobra el tiempo y queréis reír a mandíbula batiente con las burradas que suelta el personaje, estilo "la explotación capitalista y sus formas de dominio ligadas al ejercicio de la violencia son incompatibles con la democracia".
Ante la evidencia de que el Estado del bienestar es insostenible, existen dos posibles reacciones: Constatar que es ilusorio hablar de "derechos sociales", o bien continuar exigiendo esos supuestos derechos hasta provocar el colapso del sistema capitalista. Esta estrategia es defendida explícitamente por el filósofo neocomunista Slavoj Zizek, quien reconoce que lo importante es "formular demandas que, apareciendo de sentido común a buena parte de la población, como por ejemplo la cobertura sanitaria universal en el caso norteamericano", solo pueden aplicarse cuestionando "la ideología hegemónica". (Ya sabéis, el "neoliberalismo salvaje". Citado por J. M. Antentas y Esther Vivas en Planeta indignado. Ocupando el futuro, Sequitur, 2012; otros que van en la onda marxista-ecologista-evomoralista del citado Roitman, esta vez desde la Pompeu Fabra: ¡Ole el nivel de la Universidad española!).
La otra solución es la que parte del diagnóstico liberal. Si el intervencionismo estatal nos ha conducido a esta situación de deuda y déficits públicos, y de exceso de deuda privada provocada por la adulteración del mercado (que ha llevado a tantos promotores y compradores de viviendas, entre otros tipos de empresarios y consumidores, a tomar decisiones de inversión y gasto equivocadas), reduzcamos drásticamente el intervencionismo, suspendamos las regulaciones, dejemos que la sociedad pueda salir por sí misma del agujero, como hizo Ludwig Erhard en 1948. La historia la cuentan Milton y Rose Friedman en Libertad de elegir, RBA, 2004: Un domingo de junio, cuando la administración ocupante (americanos, ingleses y franceses) estaba cerrada, este ministro alemán de economía "abolió casi todos los controles sobre precios y salarios", en una Alemania arrasada por la guerra, y sumida en la miseria, el racionamiento y la estampa dramática de las mujeres que vendían su cuerpo a los soldados por una tableta de chocolate. "Sus medidas operaron como por ensalmo. Al cabo de varios días las tiendas estaban llenas de bienes. Al cabo de varios meses, la economía alemana progresaba a toda velocidad." Y en pocos años, Alemania Occidental volvió a ser la primera potencia de Europa, hasta el día de hoy. (Mientras, en la Alemania Oriental optaron por un sistema tan exitoso que tuvieron que "protegerlo" con muros, alambradas y ametralladoras.) Luego lo llamaron el "milagro alemán"... Dos siglos antes, Adam Smith lo había llamado la "mano invisible".
Por supuesto, una solución de este tipo no funcionaría en la España de 2012 porque aquí no hemos salido de una guerra. Es decir, estamos infinitamente mejor que lo estaban los alemanes en 1948, y por tanto, no estamos mentalizados para los sacrificios y el trabajo duro, como lo estaban los alemanes después de la guerra que ellos mismos habían provocado (con ayuda de la URSS), votando las "soluciones" de Hitler a la depresión de los años treinta. Nosotros no hemos sufrido ni remotamente un correctivo tan cruel. Pero precisamente por ello, el peligro es que tardemos mucho más en salir de la crisis actual que lo que tardó Alemania en salir de una ruina mucho peor.
El gobierno de Mariano Rajoy parece sobrepasado por momentos por la situación. Esto es debido a que no se ha atrevido a adoptar una política de emergencia nacional comparable a la de Ludwig Erhard. Sus reformas son demasiado tímidas, no ha recortado lo suficiente, no ha desregulado lo suficiente, encima ha subido impuestos... Prefiere una salida de la crisis más larga pero menos traumática, con lo cual puede que no logre lo primero, ni evite lo segundo.
Pero no podemos achacar toda la culpa al gobierno. ¿Cómo reaccionaría la sociedad ante una liberalización drástica? No hay duda de que la izquierda aprovecharía el impacto inicial (despidos, punto final de muchos subsidios, etc) para provocar la helenización de las calles, con todo su repertorio de actos vandálicos, huelgas salvajes, etc. A fin de cuentas, un gobierno es un reflejo de lo que somos, o como se suele decir, tenemos los gobernantes que nos merecemos. Y después de décadas de propaganda del Estado de bienestar y los "derechos sociales", resulta muy difícil despertar del sueño. La tentación de parar el despertador y dormir cinco minutos más (prorrogables) es muy grande. Hay que levantarse, pero no en el sentido levantisco de la izquierda, sino en el sentido que aplican millones de españoles todas las mañanas, para ir al trabajo o para buscarlo. Es menos romántico que lo que proponen los indignados y la izquierda. Pero es lo único que ha funcionado siempre.
miércoles, 30 de mayo de 2012
Cómo comprar Contra la izquierda
Clicando en la cubierta del libro a la derecha, se accede a la página de compra de Contra la izquierda en Unión Editorial, donde podéis leer el texto de presentación de la cubierta, el índice y una breve nota sobre el autor, quien escribe. Veréis también un enlace con el típico icono del carrito de la compra: Ahí es donde yo quería ir a parar...
domingo, 27 de mayo de 2012
Un día en la Feria del Libro
Ayer sábado estuve en la Feria del Libro, firmando ejemplares de mi libro Contra la izquierda. Me codeé, en la caseta de Unión Editorial (la 289), nada menos que con Juan Ramón Rallo, que se hinchó a firmar ejemplares suyos; entre ellos dos para mí, que leeré con mucho cariño. (Crónicas de la Gran Recesión y Los errores de la vieja economía.) Yo, al rebufo de la celebridad, pude estrenarme pronto, y a los veinte minutos ya estampaba mi autógrafo en el primer libro que he vendido en mi vida.
Entre las anécdotas del día, que al lado teníamos la caseta de la Fundación Federico Engels. Las bromas entre quienes advertían el hecho fueron habituales. Lo mejor: Que pude conocer personalmente a mi editor, Juan Pablo Marcos, estupenda persona, y a mi prologuista y sobre todo amigo (hasta ayer, virtual), Francisco José Contreras. Ello a pesar de lo apretado de su agenda en el Congreso Mundial de las Familias, y que tuvo que salir pitando para su caseta de la Feria, donde firmaba ejemplares de Nueva izquierda y cristianismo.
Mañana creo que ya estará a la venta Contra la izquierda por internet, al menos en la página de Unión Editorial. Para los impacientes que estéis en Madrid, ya sabéis: en la Feria hay un 10 % de descuento.
martes, 22 de mayo de 2012
Horario de firmas
Como anunciaba en la entrada anterior, este sábado 26 de mayo estaré en la Feria del Libro de Madrid, firmando ejemplares de mi libro Contra la izquierda, junto a Juan Ramón Rallo (un gran honor para mí), que firmará ejemplares de su libro Los errores de la vieja economía, una refutación del keynesianismo que tiene muy buena pinta. La caseta de Unión Editorial es la 289 y me encontraréis allí de 12 a 14:30 y de 18 a 20 h. La agenda completa de Unión Editorial la podéis consultar aquí.
sábado, 19 de mayo de 2012
Novedad editorial: Contra la izquierda
Permitidme un poco de autobombo. A finales de este mes por fin se publica el primer libro de Carlos López Díaz (servidor), un alegato implacable contra la izquierda, que molestará a los progres ya desde el título (o eso espero). Editado por una prestigiosa editorial del ámbito liberal, y prologado por uno de los grandes pensadores liberal-conservadores que tenemos en España, este libro surge de una reelaboración de textos míos de los últimos cuatro años (no una mera selección), refundidos con otros completamente inéditos. El conjunto es una obra creo que original, y hasta me atrevo a decir que necesaria, aunque las ideas que hallaréis en él manen de fuentes bien conocidas.
Contra cierta tentación de situarse por encima del bien y del mal (quiero decir, por encima de la izquierda y la derecha), hace mucho tiempo que llegué a la conclusión de que una de las tareas más imprescindibles es acabar con la mitología de la izquierda. Derrotarla intelectualmente. Sólo si lográramos esto, sería aquella pretensión sincera. La metáfora bélica no es descuidada. Estamos inmersos desde hace más de un siglo en una batalla ideológica en la cual está en juego el destino de nuestra civilización, nada menos. Alguno ha hablado incluso con más contundencia de "guerra civil occidental".
Mi libro, más allá de valoraciones, es una de tantas incursiones individuales en este campo de batalla de las ideas. Próximamente enlazaré los sitios de venta y estaré en la Feria del Libro para firmar ejemplares, si Dios quiere.
Carlos López Díaz, Contra la izquierda. Escritos liberal-conservadores, prólogo de Francisco José Contreras, Unión Editorial, 2012.
Contra cierta tentación de situarse por encima del bien y del mal (quiero decir, por encima de la izquierda y la derecha), hace mucho tiempo que llegué a la conclusión de que una de las tareas más imprescindibles es acabar con la mitología de la izquierda. Derrotarla intelectualmente. Sólo si lográramos esto, sería aquella pretensión sincera. La metáfora bélica no es descuidada. Estamos inmersos desde hace más de un siglo en una batalla ideológica en la cual está en juego el destino de nuestra civilización, nada menos. Alguno ha hablado incluso con más contundencia de "guerra civil occidental".
Mi libro, más allá de valoraciones, es una de tantas incursiones individuales en este campo de batalla de las ideas. Próximamente enlazaré los sitios de venta y estaré en la Feria del Libro para firmar ejemplares, si Dios quiere.
Carlos López Díaz, Contra la izquierda. Escritos liberal-conservadores, prólogo de Francisco José Contreras, Unión Editorial, 2012.
sábado, 5 de mayo de 2012
Las siete diferencias
Imaginemos una persona que acaba de llegar a España y no conoce nuestra prensa de papel. No sería nada difícil ilustrarle sobre las diferentes líneas editoriales de cada periódico, simplemente con una rápida ojeada a las portadas de un kiosko, un día cualquiera. Pero de vez en cuando, esas diferencias saltan a la vista de una manera especialmente significativa. Así ocurre este sábado con las portadas de los dos principales diarios nacionales por tirada, que son El País y El Mundo.
Para este, el titular principal hace referencia al debate, más candente que nunca, sobre el modelo de Estado autonómico. Por su parte, El País opta por dar primacía al siguiente titular:
También El Mundo lo trata en portada, pero de manera menos destacada, y en los siguientes términos:
Ignoro qué se estudia en las facultades de periodismo. Tengo una vaga idea, quizás prejuiciosa, de que adoctrinan a los estudiantes en algo así como que no existe eso que se llama la verdad objetiva, que los hechos no existen, que todo son interpretaciones, etc. Desde luego, como descripción de la ideología latente en la mayoría de redacciones, esto es difícilmente discutible. Si El País actúa como el boletín oficioso del PSOE, con espacio cedido para que Rubalcaba escriba incluso sobre la victoria liguera del Real Madrid, el caso de La Razón (la portada de hoy sábado debería ruborizar hasta al más pepero) es realmente un ejemplo penoso de servilismo político.
Sin embargo, cualquier persona que no haya sucumbido con armas y bagajes al relativismo total tiene que seguir creyendo en una verdad objetiva, por inalcanzable que sea, o por prostituida que esté la profesión periodística (que me perdonen las honorables excepciones entre sus miembros, que las hay). Y los titulares transcritos nos ofrecen un ejemplo digno de estas dos filosofías antagónicas, el realismo (la realidad existe independientemente de nuestras percepciones y prejuicios) y el idealismo (la realidad es nuestra construcción, y nada más).
El País no informa de un hecho, sino que directamente nos ofrece su interpretación. ETA "ofrece", ETA desea hablar de desarme. Por utilizar una de esas muletillas de que tanto se abusa en el estilo periodístico, "la pelota la tiene ahora el Gobierno". Eso es lo que se desprende instantáneamente de un titular como este. La responsabilidad de que haya paz recae no en los terroristas, sino en el ejecutivo del PP. Por el contrario, el titular de El Mundo nos informa, mediante los entrecomillados, de lo que realmente ha dicho ETA, y es que está dispuesta al desarme si el gobierno retira al ejército y a las fuerzas policiales del País Vasco, equiparando a los criminales con las fuerzas del orden. Es decir, un discurso no muy desemejante del que ha servido para justificar décadas de asesinatos y extorsiones.
Podemos ir mucho más allá de la lección de periodismo. Aquí la cuestión de fondo es la diferente actitud ante el terrorismo de las ideologías de izquierda y de derecha. Mientras la primera comparte (matices más o menos hipócritas aparte) el lenguaje de los terroristas que hablan de "conflicto", la segunda entiende que los terroristas no son más que una variante de criminales, que deben ser puestos a disposición de la Justicia y nada más.
Otra cosa es que la clase política esté a la altura de lo que se espera de ella, pero la demarcación ideológica no ofrece dudas. La derecha cree en el derecho (el juego de palabras es involuntario, aunque etimológicamente revelador), mientras que la izquierda, en lo más profundo de su alma, no ha creído nunca en él, siempre lo ha considerado una "superestructura de la clase dominante", antes y después de que Marx lo formulara con estas palabras. Por sus titulares los conoceréis.
Para este, el titular principal hace referencia al debate, más candente que nunca, sobre el modelo de Estado autonómico. Por su parte, El País opta por dar primacía al siguiente titular:
ETA ofrece al Gobierno el inicio de contactos para hablar de desarme
También El Mundo lo trata en portada, pero de manera menos destacada, y en los siguientes términos:
ETA ofrece el "desarme" si el Gobierno "desmilitariza" el País Vasco
Ignoro qué se estudia en las facultades de periodismo. Tengo una vaga idea, quizás prejuiciosa, de que adoctrinan a los estudiantes en algo así como que no existe eso que se llama la verdad objetiva, que los hechos no existen, que todo son interpretaciones, etc. Desde luego, como descripción de la ideología latente en la mayoría de redacciones, esto es difícilmente discutible. Si El País actúa como el boletín oficioso del PSOE, con espacio cedido para que Rubalcaba escriba incluso sobre la victoria liguera del Real Madrid, el caso de La Razón (la portada de hoy sábado debería ruborizar hasta al más pepero) es realmente un ejemplo penoso de servilismo político.
Sin embargo, cualquier persona que no haya sucumbido con armas y bagajes al relativismo total tiene que seguir creyendo en una verdad objetiva, por inalcanzable que sea, o por prostituida que esté la profesión periodística (que me perdonen las honorables excepciones entre sus miembros, que las hay). Y los titulares transcritos nos ofrecen un ejemplo digno de estas dos filosofías antagónicas, el realismo (la realidad existe independientemente de nuestras percepciones y prejuicios) y el idealismo (la realidad es nuestra construcción, y nada más).
El País no informa de un hecho, sino que directamente nos ofrece su interpretación. ETA "ofrece", ETA desea hablar de desarme. Por utilizar una de esas muletillas de que tanto se abusa en el estilo periodístico, "la pelota la tiene ahora el Gobierno". Eso es lo que se desprende instantáneamente de un titular como este. La responsabilidad de que haya paz recae no en los terroristas, sino en el ejecutivo del PP. Por el contrario, el titular de El Mundo nos informa, mediante los entrecomillados, de lo que realmente ha dicho ETA, y es que está dispuesta al desarme si el gobierno retira al ejército y a las fuerzas policiales del País Vasco, equiparando a los criminales con las fuerzas del orden. Es decir, un discurso no muy desemejante del que ha servido para justificar décadas de asesinatos y extorsiones.
Podemos ir mucho más allá de la lección de periodismo. Aquí la cuestión de fondo es la diferente actitud ante el terrorismo de las ideologías de izquierda y de derecha. Mientras la primera comparte (matices más o menos hipócritas aparte) el lenguaje de los terroristas que hablan de "conflicto", la segunda entiende que los terroristas no son más que una variante de criminales, que deben ser puestos a disposición de la Justicia y nada más.
Otra cosa es que la clase política esté a la altura de lo que se espera de ella, pero la demarcación ideológica no ofrece dudas. La derecha cree en el derecho (el juego de palabras es involuntario, aunque etimológicamente revelador), mientras que la izquierda, en lo más profundo de su alma, no ha creído nunca en él, siempre lo ha considerado una "superestructura de la clase dominante", antes y después de que Marx lo formulara con estas palabras. Por sus titulares los conoceréis.
martes, 1 de mayo de 2012
La fiesta de los trabajadores por cuenta ajena
El 1 de mayo es la fiesta de los trabajadores. Pero no de cualquier trabajador. La dueña del bar, el taxista, la peluquera, difícilmente se manifestarán por sus derechos laborales, porque no están muy seguros de tenerlos. Y no será porque no madruguen y no trabajen, y mucho. Pero por alguna razón, cuando se habla de los trabajadores, implícitamente parece que nos referimos solo al trabajador por cuenta ajena, al asalariado. Y preferiblemente al del sector secundario.
En España hay 17,8 millones de personas ocupadas. Y según se desprende del directorio información-empresas.com, existen más de 4 millones de empresas, desde Juan Pérez García (taxista), hasta El Corte Inglés (con cerca de cien mil empleados). Hagan la cuenta, la media de trabajadores por empresa es de poco más de cuatro. Pero por alguna razón, parece que son más trabajadores (en sentido nominal) los empleados de la gran industria que los camareros, los dependientes del comercio o el fontanero autónomo. Y es que, claro, de mil en mil siempre se tiene más fuerza.
Los trabajadores de la industria tienen derecho a defender sus intereses. Pero por alguna razón, los llaman derechos, y pretenden que representan a todos los trabajadores, elevados prácticamente a categoría metafísica.
Por alguna razón, alguien estableció un día el 1 de mayo como la fiesta del trabajo. Ese mismo día de 1886 se inició una huelga en Chicago que se saldó con decenas de muertos en enfrentamientos con la policía y con la muerte en la horca de cuatro obreros anarquistas (y uno más que se suicidó antes de la ejecución de la sentencia). No se acostumbra a entrar en detalles sobre los graves disturbios que se produjeron durante esas jornadas de huelga, entre ellos la muerte de siete policías por la explosión de una bomba, que además causó graves heridas a otros cincuenta agentes. Ni de que en la redacción del Arbeiter Zeitung se descubrió "cierta cantidad de dinamitas y de armas" (La Vanguardia del 8 de mayo de 1886).
Sí, posiblemente el juicio estuvo plagado de irregularidades. Puede que los condenados fueran inocentes y que la prensa de la época, "de San Francisco a Nueva York", influyera en la opinión pública poniendo "todas las mañanas sobre la mesa de almorzar, la imagen de los policías despedazados (...); sus hogares desiertos, sus niños rubios como el oro, sus desoladas viudas" (José Martí). Pero desde el propio relato de Martí hasta hoy, la versión profusamente difundida durante más de un siglo ha sido la del imaginario obrero, con exclusión de cualquier otra.
Por alguna razón, se reivindican los intereses (perdón, derechos) solo de una clase, de una parte de los trabajadores; y por alguna razón se conmemora la muerte de cinco agitadores izquierdistas, pero no las de siete trabajadores del orden público.
Comprenderán que, por alguna razón, muchos no encontremos nada que celebrar el día 1 de mayo.
En España hay 17,8 millones de personas ocupadas. Y según se desprende del directorio información-empresas.com, existen más de 4 millones de empresas, desde Juan Pérez García (taxista), hasta El Corte Inglés (con cerca de cien mil empleados). Hagan la cuenta, la media de trabajadores por empresa es de poco más de cuatro. Pero por alguna razón, parece que son más trabajadores (en sentido nominal) los empleados de la gran industria que los camareros, los dependientes del comercio o el fontanero autónomo. Y es que, claro, de mil en mil siempre se tiene más fuerza.
Los trabajadores de la industria tienen derecho a defender sus intereses. Pero por alguna razón, los llaman derechos, y pretenden que representan a todos los trabajadores, elevados prácticamente a categoría metafísica.
Por alguna razón, alguien estableció un día el 1 de mayo como la fiesta del trabajo. Ese mismo día de 1886 se inició una huelga en Chicago que se saldó con decenas de muertos en enfrentamientos con la policía y con la muerte en la horca de cuatro obreros anarquistas (y uno más que se suicidó antes de la ejecución de la sentencia). No se acostumbra a entrar en detalles sobre los graves disturbios que se produjeron durante esas jornadas de huelga, entre ellos la muerte de siete policías por la explosión de una bomba, que además causó graves heridas a otros cincuenta agentes. Ni de que en la redacción del Arbeiter Zeitung se descubrió "cierta cantidad de dinamitas y de armas" (La Vanguardia del 8 de mayo de 1886).
Sí, posiblemente el juicio estuvo plagado de irregularidades. Puede que los condenados fueran inocentes y que la prensa de la época, "de San Francisco a Nueva York", influyera en la opinión pública poniendo "todas las mañanas sobre la mesa de almorzar, la imagen de los policías despedazados (...); sus hogares desiertos, sus niños rubios como el oro, sus desoladas viudas" (José Martí). Pero desde el propio relato de Martí hasta hoy, la versión profusamente difundida durante más de un siglo ha sido la del imaginario obrero, con exclusión de cualquier otra.
Por alguna razón, se reivindican los intereses (perdón, derechos) solo de una clase, de una parte de los trabajadores; y por alguna razón se conmemora la muerte de cinco agitadores izquierdistas, pero no las de siete trabajadores del orden público.
Comprenderán que, por alguna razón, muchos no encontremos nada que celebrar el día 1 de mayo.
sábado, 21 de abril de 2012
Puestos a ser cínicos
Carlos Iaquinandi Castro, presidente del Centro Latinoamericano de Reus (Tarragona), en un breve artículo titulado "El control de los recursos propios", defiende la expropiación de YPF a manos del gobierno argentino, con argumentario de la paleoizquierda tercermundista. (Lo leí en la versión impresa del Diari de Tarragona del 18 de abril.)
Hasta aquí, no se pierden nada. Lo que me ha llamado la atención es la frase con la que arranca la pieza, que dice así:
"La lógica de la empresa privada es la ganancia. El objetivo de un gobierno es mejorar las condiciones de vida de sus ciudadanos."
Es entrañable la capacidad de desdoblamiento de personalidad que tiene la izquierda. Por un lado, sus acólitos son capaces de manifestar el mayor escepticismo, una visión cínicamente desengañada de la vida y de la sociedad, propia de hombres de mundo escarmentados por los muchos palos recibidos. Como en el tango, "el mundo fue y será una porquería", etc. Pero por otro lado, atesoran en su interior, presto a sacarlo a relucir, la mayor de las ingenuidades, el idealismo más rayano en el lirismo multicolor: "El objetivo de un gobierno es mejorar las condiciones..." ¡Qué enternecedor!
La pregunta, claro, es la siguiente: ¿Cómo saber cuando toca idealismo y cuando toca escepticismo? Porque en principio, parecería más coherente ser escéptico o ingenuo siempre, con la misma vara de medir, no las dos cosas a la vez o alternativamente. Si decimos que los gobiernos están para mejorar la vida de la gente, lo justo y equilibrado es decir que las empresas también, puesto que crean puestos de trabajo que son -con gran diferencia- el principal instrumento de distribución de la riqueza. Además, gracias a la competitividad generada por el mercado libre, se reducen progresivamente los costes de numerosos bienes de consumo, medidos en términos de poder adquisitivo. Los ciudadanos del 2012 viven mejor que los de 1992 gracias a las empresas, a los puestos de trabajo que han creado, y a las mejoras productivas que han introducido en estos últimos veinte años (no hablemos de los últimos treinta, cuarenta, etc). Y tampoco lo olvidemos: gracias a los impuestos que han pagado.
En sectores como la sanidad, la educación o las pensiones, donde el sector público tiene una presencia dominante, sencillamente no nos han dejado comprobar cómo hubiera funcionado el mercado. El Estado ha impuesto su modelo, y nos ha dicho que en consecuencia debemos estarle agradecidos. Y efectivamente, una mayoría de la población ha desarrollado un claro síndrome de Estocolmo ante quien le ha educado, le ha sanado y subsidiado durante décadas, sin posible término de comparación.
El izquierdista impenitente concederá, tal vez, que los empresarios crean puestos de trabajo, pero que esa no es su verdadera motivación, la cual se reduce al mero afán de lucro. Aquí cierto liberalismo autosuficiente e ideológico (a lo Ayn Rand, para entendernos) nos dirá que eso no importa en absoluto, que lo decisivo es lo que obtenemos gracias al egoísmo de los agentes económicos, tantos empresarios como consumidores, optimizando todos el aprovechamiento de las recursos en la búsqueda de sus intereses individuales. Personalmente, estoy en desacuerdo con esta afirmación. Creo que sin unos cimientos morales, previos al liberalismo económico en sentido teórico estricto, el mercado no funciona a la manera idílica que nos describen los tratados de economía. Por supuesto que un empresario busca la ganancia, pero simplificamos burdamente su psicología si no tenemos en cuenta sus ilusiones por un proyecto, por un producto y, sí, también su compromiso con sus empleados, con los que llega a estrechar con frecuencia vínculos que van más allá de lo meramente contractual.
Pero si todo esto le parece muy edulcorado al progre que solo ve en un empresario a un explotador, pues bien, juguemos a ser cínicos. Las empresas solo persiguen la ganancia, pisoteando a quien sea con tal de obtenerla... Y los gobiernos solo buscan el poder, su única ambición es mandar, controlar, inmiscuirse en la vida de la gente, allanando todos los obstáculos jurídicos, institucionales y por supuesto morales que se les oponen. Puestos a ser escépticos y desilusionados, seámoslo hasta las últimas consecuencias, no según nuestra conveniencia o nuestras simpatías.
Hasta aquí, no se pierden nada. Lo que me ha llamado la atención es la frase con la que arranca la pieza, que dice así:
"La lógica de la empresa privada es la ganancia. El objetivo de un gobierno es mejorar las condiciones de vida de sus ciudadanos."
Es entrañable la capacidad de desdoblamiento de personalidad que tiene la izquierda. Por un lado, sus acólitos son capaces de manifestar el mayor escepticismo, una visión cínicamente desengañada de la vida y de la sociedad, propia de hombres de mundo escarmentados por los muchos palos recibidos. Como en el tango, "el mundo fue y será una porquería", etc. Pero por otro lado, atesoran en su interior, presto a sacarlo a relucir, la mayor de las ingenuidades, el idealismo más rayano en el lirismo multicolor: "El objetivo de un gobierno es mejorar las condiciones..." ¡Qué enternecedor!
La pregunta, claro, es la siguiente: ¿Cómo saber cuando toca idealismo y cuando toca escepticismo? Porque en principio, parecería más coherente ser escéptico o ingenuo siempre, con la misma vara de medir, no las dos cosas a la vez o alternativamente. Si decimos que los gobiernos están para mejorar la vida de la gente, lo justo y equilibrado es decir que las empresas también, puesto que crean puestos de trabajo que son -con gran diferencia- el principal instrumento de distribución de la riqueza. Además, gracias a la competitividad generada por el mercado libre, se reducen progresivamente los costes de numerosos bienes de consumo, medidos en términos de poder adquisitivo. Los ciudadanos del 2012 viven mejor que los de 1992 gracias a las empresas, a los puestos de trabajo que han creado, y a las mejoras productivas que han introducido en estos últimos veinte años (no hablemos de los últimos treinta, cuarenta, etc). Y tampoco lo olvidemos: gracias a los impuestos que han pagado.
En sectores como la sanidad, la educación o las pensiones, donde el sector público tiene una presencia dominante, sencillamente no nos han dejado comprobar cómo hubiera funcionado el mercado. El Estado ha impuesto su modelo, y nos ha dicho que en consecuencia debemos estarle agradecidos. Y efectivamente, una mayoría de la población ha desarrollado un claro síndrome de Estocolmo ante quien le ha educado, le ha sanado y subsidiado durante décadas, sin posible término de comparación.
El izquierdista impenitente concederá, tal vez, que los empresarios crean puestos de trabajo, pero que esa no es su verdadera motivación, la cual se reduce al mero afán de lucro. Aquí cierto liberalismo autosuficiente e ideológico (a lo Ayn Rand, para entendernos) nos dirá que eso no importa en absoluto, que lo decisivo es lo que obtenemos gracias al egoísmo de los agentes económicos, tantos empresarios como consumidores, optimizando todos el aprovechamiento de las recursos en la búsqueda de sus intereses individuales. Personalmente, estoy en desacuerdo con esta afirmación. Creo que sin unos cimientos morales, previos al liberalismo económico en sentido teórico estricto, el mercado no funciona a la manera idílica que nos describen los tratados de economía. Por supuesto que un empresario busca la ganancia, pero simplificamos burdamente su psicología si no tenemos en cuenta sus ilusiones por un proyecto, por un producto y, sí, también su compromiso con sus empleados, con los que llega a estrechar con frecuencia vínculos que van más allá de lo meramente contractual.
Pero si todo esto le parece muy edulcorado al progre que solo ve en un empresario a un explotador, pues bien, juguemos a ser cínicos. Las empresas solo persiguen la ganancia, pisoteando a quien sea con tal de obtenerla... Y los gobiernos solo buscan el poder, su única ambición es mandar, controlar, inmiscuirse en la vida de la gente, allanando todos los obstáculos jurídicos, institucionales y por supuesto morales que se les oponen. Puestos a ser escépticos y desilusionados, seámoslo hasta las últimas consecuencias, no según nuestra conveniencia o nuestras simpatías.
lunes, 16 de abril de 2012
La cleptocracia argentina
El mes pasado, el congreso argentino contrató a Baltasar Garzón (condenado en España por practicar escuchas de abogados defensores) como asesor de derechos humanos. En aquella ocasión, la presidenta Cristina Fernández afirmó que los derechos humanos "son uno de nuestros puntales como proyecto de país". Dos cosas quedan claras. La primera, que para los diputados argentinos no debe existir el derecho a la defensa judicial. La segunda, que para Fernández tampoco debe existir el derecho de propiedad, dado que acaba de expropiar la mayoría de las acciones de YPF. ¿Qué derechos, pues, quedan incólumes para los legisladores y los gobernantes de Argentina? La respuesta más ajustada a la realidad, a la luz de la experiencia pasada, sería aproximadamente esta: Los que a ellos les vengan en gana. Hay que reconocer que se trata de un criterio que evita numerosas complejidades filosóficas, aunque al mismo tiempo no resulta demasiado tranquilizador. Pero al menos, deja bien a las claras una tercera cosa: Que invertir en Argentina es un acto de temeridad comparable a invertir en territorio de la Camorra o la Ndrangheta. En realidad, peor, puesto que un gobierno como el de Argentina disfruta de medios y recursos superiores a los de cualquier organización criminal.
Ahora bien, cuando un Salvador Allende, autor de varias nacionalizaciones, continúa siendo un icono de la izquierda, no puede extrañarnos demasiado que existan gobiernos a los que robar en masa les confiera una gran popularidad. Seguramente la de Cristina Fernández aumentará estos días en su país. Y encima tendrá la suerte de que no se producirá un golpe de Estado como el que acabó con Allende en 1973. Nadie desea para Argentina un régimen como el de Pinochet. Pero lo cierto es que la renta per cápita chilena es hoy un 50 % superior a la argentina. Que la esperanza de vida chilena es superior en casi cuatro años en los varones, y en 1,5 en las mujeres. Y que la tasa bruta de mortalidad argentina es un 30 % superior a la chilena. Ah, y casualmente, Chile disfruta de 26 puntos más en el Índice de Libertad Económica. (Y 8,2 puntos más que España. Datos del anuario de The Economist, El mundo en cifras, ed. 2010.)
Naturalmente, nada jode más a los argentinos que los comparen desfavorablemente con sus vecinos occidentales, los de ese país dominado por el "neoliberalismo salvaje". Por eso precisamente hay que hacerlo. En Chile hubiera sido impensable el atraco perpetrado en Argentina contra intereses españoles, o de quien sean. Razón por la cual las diferencias económicas, y en los índices de nivel de vida, continuarán agrandándose entre los dos países, y no precisamente a favor del que goza de un mayor territorio y riquezas naturales más abundantes. Pues nada, continúen votando al peronismo, huevudos. (Y empresarios españoles, continúen invirtiendo en Argentina...)
Ahora bien, cuando un Salvador Allende, autor de varias nacionalizaciones, continúa siendo un icono de la izquierda, no puede extrañarnos demasiado que existan gobiernos a los que robar en masa les confiera una gran popularidad. Seguramente la de Cristina Fernández aumentará estos días en su país. Y encima tendrá la suerte de que no se producirá un golpe de Estado como el que acabó con Allende en 1973. Nadie desea para Argentina un régimen como el de Pinochet. Pero lo cierto es que la renta per cápita chilena es hoy un 50 % superior a la argentina. Que la esperanza de vida chilena es superior en casi cuatro años en los varones, y en 1,5 en las mujeres. Y que la tasa bruta de mortalidad argentina es un 30 % superior a la chilena. Ah, y casualmente, Chile disfruta de 26 puntos más en el Índice de Libertad Económica. (Y 8,2 puntos más que España. Datos del anuario de The Economist, El mundo en cifras, ed. 2010.)
Naturalmente, nada jode más a los argentinos que los comparen desfavorablemente con sus vecinos occidentales, los de ese país dominado por el "neoliberalismo salvaje". Por eso precisamente hay que hacerlo. En Chile hubiera sido impensable el atraco perpetrado en Argentina contra intereses españoles, o de quien sean. Razón por la cual las diferencias económicas, y en los índices de nivel de vida, continuarán agrandándose entre los dos países, y no precisamente a favor del que goza de un mayor territorio y riquezas naturales más abundantes. Pues nada, continúen votando al peronismo, huevudos. (Y empresarios españoles, continúen invirtiendo en Argentina...)
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