Cuando alguien conmina a los jóvenes ya no a rebelarse, sino a lo que se supone que es el paso previo, o mejor dicho, el primer motor, el factor desencadenante, la causa de la rebelión misma... Esto es, cuando se les anima a indignarse, algo no me acaba de cuadrar. Si alguien se tiene que indignar, es porque se encuentra en un estado de no indignación, de indiferencia, conformidad o resignación. Esto puede suceder por dos razones fundamentales. O bien no existe gran cosa contra la cual rebelarse, o bien se está tan oprimido o alienado que no se concibe la posibilidad de una rebelión, ni siquiera de una protesta. En el primer caso hablaríamos propiamente de no indignación o conformidad con el estado de cosas existente. En el segundo se trataría de indiferencia (alienación) o resignación (producto de la opresión).
Stéphane Hessel, impecable currículum progresista, héroe de la Resistencia contra el nazismo, redactor de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, activista pro palestino, publicó hace año y medio un panfleto titulado precisamente ¡Indignaos!, que se tradujo a los pocos meses al español (Destino, 2011). El título del libro, en modo imperativo, ya contiene implícitamente todo lo que viene después. Hay que indignarse, es preciso, luego hay motivos para indignarse. Y si estos no se perciben de manera inmediata, hay que buscarlos. "...[E]n este mundo hay cosas insoportables. Para verlo, debemos observar bien, buscar. Yo les digo a los jóvenes: buscad un poco, encontraréis." (p. 31). Y más adelante, en tono lapidario, repite: "¡Buscad y encontraréis!" (p. 35). Esta proclama de que hay que buscar los motivos de la indignación es efectivamente un leitmotiv de Hessel, quien en un discurso de 2009, recordado por el editor del panfleto, ya había exclamado: "¡Encontrad vuestros propios motivos de indignación, uníos a esta gran corriente de la historia!" (p. 53).
Por supuesto, el autor no se limita a defender formalmente la indignación, sino que en el libro expone lo que en su opinión son los principales motivos para indignarse. El principal para él, nos dice, es la situación de Palestina, más concretamente la franja de Gaza y Cisjordania (p. 37). Es decir, que si es necesario, hay que buscar los motivos de indignación fuera de nuestra propia sociedad, lo cual no significa que en esta no los haya. Pero nótese que para Hessel, la actitud ético-política primaria es ante todo la búsqueda de una indignación, más que la indignación misma. Uno puede comprender (no necesariamente compartir; desde luego no en mi caso) los motivos de indignación de un palestino, pero si no eres palestino, tu indignación será siempre a posteriori, será un efecto del conocimiento de una situación ajena, no una causa. La indignación hesseliana es propiamente quijotesca, es decir, es el resultado de una búsqueda de injusticias, para poder desfacer agravios.
No está de más recordar, por cierto, que don Quijote rara vez acertaba al detectar injusticias, más bien todo lo contrario. No solo confundía molinos con gigantes, sino que con frecuencia interpretaba mal las situaciones, defendía a la parte equivocada, o empeoraba la situación de quien pretendía salvar. Porque el problema inherente a buscar injusticias para indignarse es que se invierte el proceso natural. Lo normal es que sea una injusticia vivida, o percibida inmediatamente, la que nos mueva a la reacción emocional, a la indignación. Pero esta por si sola de poco sirve, si no se produce acto seguido una reflexión, que nos impele a su vez a tratar de objetivar la situación, es decir, a reformularla en términos de una norma universal, la cual nos dé derecho a rebelarnos. Hessel en cambio procede al revés, desea provocar(se) la indignación, como resultado de un proceso intelectual de búsqueda. Su pasado en la Resistencia no es pertinente para su planteamiento, por muy mercadotécnico que resulte. Porque en la Francia ocupada por los nazis hubiera parecido ridículo que alguien animara a los jóvenes a buscar motivos para la indignación, como si no los tuvieran delante de sus narices a cada instante. La equiparación entre los nazis y "la dictadura de los mercados" que establece el prologuista español, José Luis Sampedro, ateniéndose fielmente al espíritu del opúsculo, no por descuidada deja de ser una banalización repugnante del nacional-socialismo.
Al buscar confirmar una hipótesis, tendemos con demasiada facilidad a verla confirmada. Quien busca injusticias, a buen seguro que las encontrará, como don Quijote, sean reales o no. Analizar desde fuera el conflicto palestino en términos de palestinos buenos e israelíes malos, podrá provocar sentimientos de autocomplacencia muy considerables en algunos, pero no deja de ser una forma diletante de interferir en un conflicto que no se ha entendido bien; es decir, de añadir más injusticia a la injusticia, que no solo la sufre una parte. Afirmar que la distancia entre los muy pobres y los muy ricos "no para de aumentar" (p. 32), es una falacia, dado que la pobreza absoluta no ha dejado de disminuir en el mundo desde la Segunda Guerra Mundial, por lo menos, y está archidemostrado que en nada mejora la vida de los pobres el que haya menos ricos, o estos lo sean menos, sino todo lo contrario. Comparar, en fin, la exigencia de educación y sanidad públicas con la lucha contra los nazis en la Francia ocupada, es un reflejo del carácter decadente, acomodado y mediocre de nuestra época. Si el ideal de una jubilación a los 65 años se pone en pie de igualdad con la lucha por la libertad y por la democracia, es que estamos muy mal. Algunos han visto demasiadas películas, y se creen que quemando unos neumáticos en la calzada para protestar contra la privatización de la Universidad (no caerá esa breva), son Tom Cruise tratando de asesinar a Hitler.
Muchas cosas me indignan a mí en nuestra sociedad. Una de las que más, que cada año se liquiden miles de seres humanos en edad embrionaria o fetal, en una Unión Europea podrida de burocratismo, que obliga a diseñar jaulas más confortables para las gallinas ponedoras. Nuestros "progresistas" no consideran que un feto humano sea una persona, pero sí en cambio que las gallinas tienen ciertos derechos. Por supuesto, no verán ni una sola palabra contra el aborto masivo en el libro de Hessel. Más bien sospechamos que estará a favor, envolviéndolo en la retórica de la libertad de la mujer. Dice preocuparse por los inmigrantes, los sin papeles, los gitanos... Pero si eres una mujer gitana (desde luego, sin papeles, y en un sentido existencial profundo, inmigrante) en el vientre de tu madre, ah, entonces que te zurzan.
Es típico de quien cree que hay que buscar las injusticias, los motivos de indignación. Se puede dejar influir por novelas, por películas, por modas y por los mitos de mayor circulación... y al mismo tiempo ignorar la más flagrante de las injusticias que tiene delante.