Hablar de una solución única y evidente, hasta el último detalle, de la crisis en la que estamos sumidos desde hace cuatro años, no deja de ser algo fantasioso. Sin embargo, no es menos cierto que básicamente existen dos diagnósticos antitéticos de la situación, lo cual da lugar de entrada a dos grandes líneas de actuación posibles. Uno es el de la izquierda, desde la socialdemócrata hasta la comunista, según la cual todo lo sucedido es culpa del capitalismo salvaje etc. Y otro es el defendido por el liberalismo, desde el más próximo a la derecha política hasta el más crítico con ella, según el cual la raíz del mal nace en el intervencionismo de los Estados/bancos centrales en la moneda y el crédito.
Del diagnóstico izquierdista se desprende, naturalmente, que la solución a la crisis es más intervencionismo. Aquí tenemos toda una gama que va desde el pragmatismo a la fuerza del último Zapatero, presionado por Bruselas, consistente en tratar de engañar a los compradores de deuda (y sobre todo a los votantes) fingiendo que se hace algo; hasta los delirios de los comunistas, que creen llegado el momento de resucitar sus viejas y aberrantes propuestas, confiados en la amnesia colectiva sobre sus resultados.
El movimiento de los indignados, bajo el disfraz de la ingenuidad juvenil, va claramente en esa dirección, aunque a veces se asemeje a un mero esfuerzo de resistencia ("no a los recortes"), sin una alternativa concreta, más allá de cuatro vaguedades insustanciales. Los intelectuales de izquierda, sin desechar ciertas cautelas paternalistas, observan en general con agrado un movimiento que, al no expresarse sistemáticamente en el lenguaje político clásico, permite captar amplias simpatías entre las gentes desprevenidas, preparando de algún modo el terreno para las "soluciones" que inevitablemente vienen después.
Un ejemplo de cómo la izquierda intelectual más sectaria y bolivariana aprovecha que los indignados pasaban por ahí para sacar de nuevo los gigantes y cabezudos del comunismo, es el libro Los indignados. El rescate de la política (Akal, 2012), del politólogo de la Complutense Marcos Roitman Rosenmann: Leedlo solo si os sobra el tiempo y queréis reír a mandíbula batiente con las burradas que suelta el personaje, estilo "la explotación capitalista y sus formas de dominio ligadas al ejercicio de la violencia son incompatibles con la democracia".
Ante la evidencia de que el Estado del bienestar es insostenible, existen dos posibles reacciones: Constatar que es ilusorio hablar de "derechos sociales", o bien continuar exigiendo esos supuestos derechos hasta provocar el colapso del sistema capitalista. Esta estrategia es defendida explícitamente por el filósofo neocomunista Slavoj Zizek, quien reconoce que lo importante es "formular demandas que, apareciendo de sentido común a buena parte de la población, como por ejemplo la cobertura sanitaria universal en el caso norteamericano", solo pueden aplicarse cuestionando "la ideología hegemónica". (Ya sabéis, el "neoliberalismo salvaje". Citado por J. M. Antentas y Esther Vivas en Planeta indignado. Ocupando el futuro, Sequitur, 2012; otros que van en la onda marxista-ecologista-evomoralista del citado Roitman, esta vez desde la Pompeu Fabra: ¡Ole el nivel de la Universidad española!).
La otra solución es la que parte del diagnóstico liberal. Si el intervencionismo estatal nos ha conducido a esta situación de deuda y déficits públicos, y de exceso de deuda privada provocada por la adulteración del mercado (que ha llevado a tantos promotores y compradores de viviendas, entre otros tipos de empresarios y consumidores, a tomar decisiones de inversión y gasto equivocadas), reduzcamos drásticamente el intervencionismo, suspendamos las regulaciones, dejemos que la sociedad pueda salir por sí misma del agujero, como hizo Ludwig Erhard en 1948. La historia la cuentan Milton y Rose Friedman en Libertad de elegir, RBA, 2004: Un domingo de junio, cuando la administración ocupante (americanos, ingleses y franceses) estaba cerrada, este ministro alemán de economía "abolió casi todos los controles sobre precios y salarios", en una Alemania arrasada por la guerra, y sumida en la miseria, el racionamiento y la estampa dramática de las mujeres que vendían su cuerpo a los soldados por una tableta de chocolate. "Sus medidas operaron como por ensalmo. Al cabo de varios días las tiendas estaban llenas de bienes. Al cabo de varios meses, la economía alemana progresaba a toda velocidad." Y en pocos años, Alemania Occidental volvió a ser la primera potencia de Europa, hasta el día de hoy. (Mientras, en la Alemania Oriental optaron por un sistema tan exitoso que tuvieron que "protegerlo" con muros, alambradas y ametralladoras.) Luego lo llamaron el "milagro alemán"... Dos siglos antes, Adam Smith lo había llamado la "mano invisible".
Por supuesto, una solución de este tipo no funcionaría en la España de 2012 porque aquí no hemos salido de una guerra. Es decir, estamos infinitamente mejor que lo estaban los alemanes en 1948, y por tanto, no estamos mentalizados para los sacrificios y el trabajo duro, como lo estaban los alemanes después de la guerra que ellos mismos habían provocado (con ayuda de la URSS), votando las "soluciones" de Hitler a la depresión de los años treinta. Nosotros no hemos sufrido ni remotamente un correctivo tan cruel. Pero precisamente por ello, el peligro es que tardemos mucho más en salir de la crisis actual que lo que tardó Alemania en salir de una ruina mucho peor.
El gobierno de Mariano Rajoy parece sobrepasado por momentos por la situación. Esto es debido a que no se ha atrevido a adoptar una política de emergencia nacional comparable a la de Ludwig Erhard. Sus reformas son demasiado tímidas, no ha recortado lo suficiente, no ha desregulado lo suficiente, encima ha subido impuestos... Prefiere una salida de la crisis más larga pero menos traumática, con lo cual puede que no logre lo primero, ni evite lo segundo.
Pero no podemos achacar toda la culpa al gobierno. ¿Cómo reaccionaría la sociedad ante una liberalización drástica? No hay duda de que la izquierda aprovecharía el impacto inicial (despidos, punto final de muchos subsidios, etc) para provocar la helenización de las calles, con todo su repertorio de actos vandálicos, huelgas salvajes, etc. A fin de cuentas, un gobierno es un reflejo de lo que somos, o como se suele decir, tenemos los gobernantes que nos merecemos. Y después de décadas de propaganda del Estado de bienestar y los "derechos sociales", resulta muy difícil despertar del sueño. La tentación de parar el despertador y dormir cinco minutos más (prorrogables) es muy grande. Hay que levantarse, pero no en el sentido levantisco de la izquierda, sino en el sentido que aplican millones de españoles todas las mañanas, para ir al trabajo o para buscarlo. Es menos romántico que lo que proponen los indignados y la izquierda. Pero es lo único que ha funcionado siempre.