Este domingo he ido a la playa, en Tarragona. Quizás les sorprenderá, pero seguía en el mismo sitio de siempre, o al menos en el mismo sitio desde los últimos veinte o veinticinco años, cuando me vine a vivir a esta ciudad. Luego, ya en casa, leyendo el periódico El Mundo, me encuentro con un reportaje titulado "Viaje a la Atlántida asiática del siglo XXI". Se refiere a una localidad en la costa de Tailandia, que según el corresponsal en Asia, David Jiménez, va perdiendo kilómetros de costa año tras año, debido al aumento global del nivel del mar, consecuencia a su vez del cambio climático.
Lo sé, no soy climatólogo, geógrafo, geólogo ni oceanógrafo. Pero todavía creo estar en posesión de algo de sentido común. Y el sentido común nos dice que, si existe un aumento global del nivel del mar, debería poder medirse en todas las costas del mundo. Lógicamente, habría diferencias absolutas de medida, porque el nivel del mar no es uniforme en todo el planeta. Además de las mareas, e incluso del viento (que en el Báltico provoca desniveles de varios decímetros), debe tenerse en cuenta que la Tierra no es una esfera perfecta. Pero lo que está claro es que si el nivel del mar sube por aumento de su masa, o por dilatación térmica, tal fenómeno se ha de poder registrar en todas partes, si no de manera absolutamente simultánea, sí en períodos de tiempo no muy largos.
En realidad, lo que ocurre en numerosas regiones del planeta es que el mar erosiona en mayor o menor grado las costas, en función de muchos factores, como su composición geológica, la vegetación, la acción humana local al desviar ríos, etc. A principios del siglo pasado, los geólogos ya venían observando un retroceso medio de la costas a ambas orillas del Canal de la Mancha de hasta 3 metros al año (costa del Sussex). Según el manual clásico de Emmanuel de Martonne (Traité de Géographie Physique, 1964), en las costas arcillosas del Yorkshire, la punta de Holderness retrocedía más de 4 metros anuales. En esencia este es el fenómeno que está ocurriendo en Tailandia, donde no es que el mar esté subiendo de nivel, sino que literalmente se está comiendo la tierra. Otro fenómeno estrictamente regional es el que se da en las Maldivas, cuya base volcánica se hunde por sí misma, independientemente de cómo se comporte el océano.
Pero claro, nuestro corresponsal tiene que justificar su sueldo. Por eso no le da vergüenza hablar de "refugiados climáticos". Hay que hurgar en la mala conciencia trufada de esnobismo de Occidente, productor de la mayor parte de emisiones de CO2, y sobre todo hay que utilizar con profusión la palabra ciencia y sus derivados, amontonando informaciones, muchas de ellas improcedentes (el deshielo del Ártico no afecta a la supuesta subida del nivel del mar), y otras directamente falsas (no están descendiendo los recursos en general). Pero dicen que lo dicen los científicos, luego a callar. Y los científicos no se limitan a describir el problema, sino que ofrecen sus soluciones, lógicamente incuestionables (¡son científicas!). David Jiménez alude al último artículo de Nature (palabra de Ciencia), donde un grupo de científicos profetiza un agotamiento de los recursos para 2045 (para entonces ya estarán retirados; tontos no son) y propone entre otras medidas... A ver si lo adivinan: "Un control de la tasa de crecimiento de la población y un desarrollo más sostenible."
El problema del mundo no es que sobre gente, sino estupidez. El CO2 no es tóxico; la memez sí. Llevamos cerca de dos siglos en los que cualquier superstición que se vista con ropajes científicos se intenta imponer a despecho del sentido común, cuando no contra los mejores instintos de la humanidad. Y detrás siempre están los mismos maniáticos, con o sin bata blanca, obsesionados por imponer sus idiotas y siniestras ideas organizativas, queramos o no que nos organicen. La excusa puede ser la economía o la ecología, con cuyos lenguajes se puede explotar el oscuro miedo egoísta a que los parias de la tierra, o la naturaleza, traten de vengarse. Preferimos llamarlo solidaridad, o compromiso, pero yo sostengo una explicación psicológica más sórdida, menos autocomplaciente. Queremos coches híbridos para nosotros, pero que los africanos continúen yendo a pie. Total, ellos ya están acostumbrados, y además, es mucho más sano andar. Y si las costas de Tailandia se erosionan, nos preocupamos solo en la medida que lo vemos como síntoma de un proceso global, que nos puede acabar afectando también. Aunque sea una mentira grotesca y cobarde.