Las campañas provida han conseguido que en Estados Unidos haya cambiado la actitud de la mayoría hacia el aborto. En 1995, un 56 % de los estadounidenses estaba a favor de su legalización. Hoy, este apoyo se ha reducido al 41 %, aunque sigue siendo claramente un tema que divide a la población. Esto, para el periódico El País, inquieto ante la posibilidad de que la tendencia se reproduzca en Europa, por la acción de "grupos muy organizados y bien financiados", es un efecto del avance de "la marea conservadora".
El adjetivo no me parece desacertado. Querer conservar la vida de los seres humanos no nacidos es sin duda, en un sentido profundo, ser conservador, más allá de si uno tiene las ideas más o menos claras en política fiscal, por ejemplo. Si en cambio definimos "conservador" de manera puramente formal, desligada de principios positivos (esto es, como aquella persona que se opone a cambios en un estado de cosas dado), un pro abortista es conservador -superficialmente conservador- puesto que es partidario de mantener las legislaciones vigentes en la mayoría de países, las cuales permiten el aborto dentro de determinados plazos o supuestos.
Más discutible es el sustantivo metafórico. No se percibe una tendencia abrumadora de cambio de mentalidad, ni en Europa ni en América, como para que podamos hablar de "marea". Que los grupos que defienden ideas conservadoras estén bien organizados y bien financiados puede significar dos cosas. O bien que detrás de ellos hay una siniestra conjura de poderes ocultos, o bien que quienes se oponen al aborto han llegado a la conclusión de que valen la pena ciertos sacrificios (en forma de dedicación y de dinero) para luchar por sus ideas.
Por lo demás, como no podía ser menos, tratándose de El País, el artículo procede dando por sentado que las posiciones a favor del aborto, el matrimonio homosexual y la educación sexual estatalizada equivalen a la defensa de "derechos adquiridos" y "avances en salud sexual y reproductiva", que es precisamente lo que cuestionan los provida. Es más, se acusa a tales asociaciones de reformular el mismo concepto de derechos, cuando esto es exactamente lo que hacen las ideologías seudoemancipatorias. Se conculca el derecho a la vida, el más sagrado, en nombre de un espurio "derecho a decidir sobre el propio cuerpo" (que ni siquiera concede a un feto la consideración meramente corporal; ¿cómo lo clasificamos: cómo un bulto, una excrecencia?).
La izquierda abortista (valga el pleonasmo) se horroriza ante la propuesta de que se pueda "obligar" a una madre a escuchar los latidos de su hijo antes de tomar una decisión irreversible. Sorprende (es un decir) que quienes tanto claman por la libertad científica de experimentar con embriones humanos, se cierren en banda al uso de la tecnología para ayudar a una mujer a conocer mejor al ser que ha concebido. Y por supuesto, nada de que el padre tenga el más mínimo derecho a opinar. ¡Esta es la izquierda que habla de libertades y derechos! En realidad, se trata de irresponsabilidad y ausencia de normas, terreno abonado para tiranías odiosas a las que no podremos exigir rendición de cuentas -¿partiendo de qué referentes morales, si los hemos abolido previamente?
La gran habilidad de la izquierda es invertir diametralmente la escala de valores, de manera que quienes se resisten a su influencia son tildados directamente de ultraderechistas. Un ejemplo son los improperios que llueven sobre Hungría, por incluir el derecho a la vida en la constitución, o por definir el matrimonio como la unión entre hombre y mujer. Hemos llegado a tal grado de enajenación colectiva, que la mera expresión de evidencias del sentido común es perseguible como delito de "homofobia" o, cualquier día, delito contra la "libertad reproductiva".
Hay sin embargo algo en lo que estoy de acuerdo con el artículo. Y es que en el movimiento provida subyace una concepción religiosa. Claro que sí, es el cristianismo el que se encuentra en la base de la concepción de la dignidad de la persona como algo previo a cualquier otra cosa, a la decisión de cualquier élite tecnocrática o de cualquier asamblea. Y esto es así aunque muchos provida no se hayan enterado de por qué son en el fondo provida. La oposición al aborto desde el "humanismo laico", e incluso desde cierta izquierda, debe ser bienvenida, pero ello no debe hacernos perder de vista que es ese mismo humanismo que se pretende independiente, cuando no contrario, a la tradición cristiana, de donde han surgido tan graves errores. Y el primer error, cronológicamente hablando, es pensar que las verdades morales se sostienen por sí mismas, es ese optimismo antropológico que considera al ser humano como un ser metafísicamente autosuficente, que tiende naturalmente al bien.
Si el antiabortismo se sostiene solo en un sentimiento, suscitado por campañas de propaganda inteligentes, pero en última instancia de efectos más o menos efímeros, podrá ser fácilmente contrarrestado por contracampañas emocionales en las cuales la izquierda es experta. Nos preguntaremos entonces, como Chesterton, "cómo pudimos esperar que durara como un estado de ánimo, si no era lo suficientemente fuerte para durar como doctrina". (*) La marea conservadora quizás será realmente una marea cuando la doctrina de fondo se exponga desafiante, y se enfrente a pecho descubierto a los prejuicios seudoprogresistas. Será entonces cuando los de El País tendrán verdaderos motivos para sentirse inquietos. De momento, y por desgracia, la ideología dominante sigue siendo la suya.
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(*) G. K. Chesterton, Por qué soy católico, El Buey Mudo, 2011, pág. 195.