Iniesta se casa en Tarragona este domingo. La ceremonia, con el alcalde Ballesteros (socialista) de oficiante, se realizará en el romántico paraje del castillo de Tamarit. Los ochocientos invitados (entre ellos, Messi, Xavi, Puyol, Guardiola, Vicente del Bosque, Íker Casillas y Sara Carbonero) se trasladarán a continuación, para cenar, al restaurante Mas d'en Ros, en Riudoms, cuna de Gaudí.
No, no es que haya decidido hacer una incursión en el género de la prensa del corazón. Tampoco quería hoy hablar del tema de las bodas civiles, que ya superan en número a las católicas, cosa que la progresía celebra como si fuera un gran avance hacia no sé muy bien qué. La sociedad actual se ufana de dejar atrás los rituales religiosos, pero por algún motivo se ve obligada a sustituirlos por unos rituales laicos. Oscuramente intuimos que los rituales son imprescindibles para la vida, pero al mismo tiempo nos reímos de la institución que ha tenido esto clarísimo durante dos mil años.
En realidad, yo quería hablar del fariseísmo de quienes critican a Iniesta, o a quien sea, por celebrar una boda con ochocientos invitados, "en estos momentos de crisis económica". Son los mismos que reclaman a los jugadores de España, épicos vencedores de la Eurocopa, que donen sus primas a angélicas ONGs -que luego ellas decidirán a quién donan el dinero. Son de la misma especie que aquellos que, cuando se envía un nuevo ingenio a Marte, se muestran escandalizados por que esos millones de dólares no se destinen a paliar el hambre en el mundo. Y por supuesto, pertenecen a la misma raza de los eternos denunciadores de los lujos del Vaticano.
Como casi todo, esta psicología ya está retratada en los evangelios, cuando algunos presentes reprochan a una mujer (María Magdalena, según cierta tradición) por agasajar a Jesús en Betania con un caro perfume, en lugar de obtener con su venta dinero para los pobres. Son los mismos que casi nunca se limitan a ejercer ellos la caridad, en la medida de sus posibilidades, sino que siempre están dispuestos a que sean otros quienes la practiquen. Y tienen la justificación siempre a punto, que los otros tienen o derrochan "demasiado". Quién decide lo que es demasiado, es por supuesto una pregunta tonta. Son aquellos que nunca se sentirán culpables por permitirse algún capricho, por cenar en un restaurante de moda mientras en la esquina una rumana en harapos revuelve contenedores, buscando restos de comida para sus hijos. Siempre es el gobierno el que debería hacer algo para remediar esa "vergüenza", siempre tienen la culpa los bancos, los ricos, es decir, los otros, no yo, que soy una persona buenísima y solidaria, que voto a partidos de izquierda. Y joer, qué buena está la panacota de vainilla.
Le deseo a Andrés y a su mujer lo mejor en el día de su boda. Me parece estupenda la decisión que ha tomado de celebrarla en Tarragona, de animar un poco la economía local. No hace falta que done nada a ninguna ONG; ya hacen mucho bien, él y sus invitados, gastando en hoteles, restaurantes y comercios de esta ciudad mediterránea. Y sobre todo que continúe jugando al fútbol como lo hace. (Otro día hablaré de los papanatas del "¡Ya ves, once tíos corriendo detrás de una pelota! No le veo la gracia...")