En la entrada anterior he criticado la idea del vientre de alquiler, a propósito de un artículo de Juan Ramón Rallo, por considerarla contraria a la dignidad humana.
Daniel Rodríguez Herrera, lúcido y certero casi siempre (y no es coba), me ha replicado en dos comentarios suyos, con los siguientes argumentos:
1) Hablar de "dignidad humana" se reduce en última instancia a "esto me parece mal", sin aclarar por qué.
2) Cualquier método que contribuya a frenar el preocupante descenso de la natalidad debe ser bien visto.
3) Es mejor nacer que no nacer, por tanto es mejor nacer en un vientre de alquiler que en ninguno.
Los examino en orden inverso.
El tercer argumento sugiere que quien está en contra de los vientres de alquiler está a favor de que no nazcan ciertos niños. Esto es como decir que quien está en contra del robo, prefiere que los hambrientos se mueran antes de robar pan. Evidentemente, yo no pretendo que determinados niños no deban nacer; afirmo que es mejor nacer en unas condiciones que en otras.
El segundo argumento presupone que los vientres de alquiler contribuyen a aumentar la natalidad. Esto, sin que concurran otros factores, es sencillamente ilógico. Para que nazcan niños, hoy por hoy se necesitan mujeres fértiles. No pueden nacer más niños de los que permiten los úteros existentes, sean subrogados o no. A no ser que las mujeres opten por quedarse embarazadas más veces (sea para tener sus propios hijos, o los de otros), el resultado neto es un ejemplo de suma cero. Lo que aumentaría la natalidad sería que hubiera más mujeres que quieran ser madres o tener más hijos (méthode traditionnelle), o que existieran úteros artificiales.
Ahora bien, ¿vale todo con tal de aumentar la natalidad? Mi opinión es que no, que producir bebés en serie como en la novela de Aldous Huxley sería una pesadilla, porque atentaría contra... la dignidad humana. Lo que nos lleva al primer argumento de DRH. Pero antes quiero intercalar una reflexión.
La grave decadencia de la natalidad que padecen la mayoría de países desarrollados puede empujarnos (me temo), en cuanto la opinión pública cobre consciencia de ella (por ahora no lo ha hecho), hacia "la alternativa del diablo", si me permitís jugar con el título de un viejo best-seller de Forsyth. Me refiero a la externalización estatal de la reproducción humana. Muchos preferirán eso antes que rehabilitar las concepciones tradicionales sobre la familia y la maternidad. Y una aberración semejante sólo llegaría a implantarse por pasos graduales, aparentemente inofensivos, que serán saludados como "avances médicos" por gentes bienintencionadas. Subrogar la gestación me parece uno de esos pasos.
Y voy ya al primer y principal argumento de DRH contra mi posición. ¿Qué es la dignidad humana? Creo que todos lo sabemos, aunque sea tan difícil definirla. Es aquello, por ejemplo, por lo cual los provida conscientes defendemos que la vida humana debe ser protegida desde la fecundación. Porque si el motivo de ello no es la dignidad del ser humano, ¿cuál es? ¿Que en el cigoto ya se encuentra el genotipo del adulto sujeto de derechos? Desafío a cualquiera a que extraiga una prescripción moral de un mero hecho biofísico. La dignidad humana es también aquello que nos prohíbe esclavizar a los seres humanos. ¿Hay algún otro argumento? Hablar de la unidad genética de la especie humana, como del genotipo del cigoto, no sirve de nada por sí solo. Toda ética es palabrería, si sólo ha de basarse en consideraciones sobre la estructura molecular.
Podemos negar que los vientres subrogados sean asunto que afecte a la dignidad humana. Pero lo mismo se puede decir en el caso del aborto. ¿Diremos que los provida que aluden explícitamente al argumento de la dignidad del nonato se limitan a decir "esto me parece mal", que su posición es meramente sentimental? ¿Es que hay otros argumentos realmente mejores? Dígaseme cuáles son, y los refutaré. Lo único que no puedo refutar es la dignidad del hombre, porque se trata de algo previo a cualquier argumentación racional.
Se me podrá acusar de hacer de la dignidad humana una cuestión de fe. Pues se trataría de una acusación totalmente justa, porque es esto exactamente lo que sostengo. (Por supuesto, fe y razón no viven aisladas: se necesitan mutuamente.) Sé que de esta manera no convenceré, al menos en principio, a quien no esté ya convencido. Y sé que blandir la fe no ayuda a que los agnósticos y ateos se sumen al movimiento provida, no digamos ya a mis recelos contra determinadas técnicas biomédicas. Quizás debería optar por un cierto tacticismo, y sostener, como hacen muchos, incluidos creyentes, que existen sobrados argumentos "laicos" para oponerse al aborto. Pero es que yo no lo creo, yo no conozco esos argumentos, y los que conozco me parecen defectuosos, literalmente: les falta algo. Pueden ayudar a vislumbrar la verdad, pero no la enuncian.
Lo que sé es que cuando los creyentes tratamos de disimular el carácter trascendente de nuestros principios morales, para "tener la fiesta en paz", nos estamos equivocando. Quizás sumaremos mayor participación en la próxima manifestación contra el aborto, pero a costa de oscurecer vergonzantemente la verdad, y a costa de que muchas personas no tengan opiniones sólidamente fundadas, y terminen a la larga cediendo a la presión ambiental, que es tremenda.
La posibilidad de los vientres de alquiler no me parece ni de lejos tan grave como la triste realidad cotidiana del aborto. Pero lo que tengo claro es que no puede tratarse como una cuestión meramente económica o científica, como una cuestión ante la cual cabe una posición "neutral" (al igual que muchos ven las leyes abortistas), y que cada cual haga lo que quiera en conformidad con sus creencias. Esto no es liberalismo, sino relativismo. Posiblemente los vientres de alquiler acabarán legalizándose en muchos países. Y yo seguiré pensando lo mismo que la Iglesia católica:
"Las técnicas que provocan una disociación de la paternidad por intervención de una persona extraña a los cónyuges (donación del esperma o del óvulo, préstamo del útero) son gravemente deshonestas. Estas técnicas (inseminación y fecundación artificiales heterólogas) lesionan el derecho del niño a nacer de un padre y una madre conocidos de él y ligados entre sí por el matrimonio." (Catecismo de la Iglesia Católica, 2012, párrafo 2376.)